¿Cuántas cosas hace usted al cabo del día sin ser consciente
de ellas? Son conductas mecánicas que realizamos en una especie de segundo
plano que nos permite dedicar atención a otras cosas. Desde caminar hasta
conducir, un amplio repertorio de conductas son automatizadas para facilitar
nuestra vida. Del mismo modo, una serie de pensamientos tienen esa misma
condición. Son pensamientos que favorecen una reacción rápida a los
acontecimientos de nuestro entorno, a costa de análisis más profundos y
reflexivos que no siempre son adaptativos o posibles.
Una vez vi en un programa de televisión a un señor que relataba
cómo había sido abducido por extraterrestres. Estaba convencido de ello puesto
que una noche salió de su casa, cogió la
autopista rumbo a su pueblo y acabó, de pronto, seis o siete horas después, en
otra localidad desconocida, dentro del coche y aturdido. Hay una explicación
alternativa: si usted viaja de noche por
una autopista sin mucha
circulación, su nivel de activación bajará y estímulos repetitivos, como el de
las líneas blancas discontinuas, tendrán un efecto hipnótico. En ese estado
puede conducir durante bastante tiempo (espero no cruzarme con usted, por
cierto), de la misma manera que a veces llegamos a casa sin habernos dado
cuenta de por dónde hemos cogido.
Esta capacidad tan estupenda para gestionar la atención
puede devenir en un problema cuando asociamos
nuestros comportamientos con sucesos “mágicos” o ajenos a nosotros mismos.
- - Lo mío no tiene solución.
- - Los demás me hacen mucho daño.
- - No puedo dejar de pensar en él.
Tendemos a mezclar nuestras conductas motoras y verbales con
nuestros pensamientos, atribuyéndoles el mismo valor y la misma capacidad para ser
manejados.
Por ejemplo, una persona que lucha por dejar de pensar en el
chico que la abandonó, y al que glorifica, a pesar de que cuando describe cómo
se comportaba con ella sólo te entran ganas de brincar de alegría por la
consumación de la separación, confunde ese desazón con que no puede vivir sin
él. “Si deseo dejar de pensar en él y no puedo significa que aún lo quiero”.
No; significa, simplemente, que cada vez que le viene a su cabeza conduce desde
Hinojales del Duque hasta Madrid antes de que se dé cuenta de cómo ha llegado hasta allí.
Cuando acuden a la consulta, la mayoría de las personas
intentan que les cambiemos algo “por dentro” que no va bien. Comparado con lo “de
fuera”, lo de dentro casi siempre me ha resultado bastante aburrido. Tengo a
varios (as) pacientes que resplandecen por fuera, pero curiosamente, cuando se
ponen a describir su vida interior se van apagando. No son conscientes de cómo
ese “tramo” de carretera, durante el que
se describen a sí mismos con ese filtro tan duro e irreal, es en realidad el
verdadero problema.
Llamemos, por ejemplo, “consciencia” a cada ciudad que percibe en su viaje, e “inconsciencia”
a los trayectos que transcurren entre
una y otra ciudad. Una persona muy inestable estará cambiando continuamente de
una a otra y preguntándose cómo ha llegado hasta allí:
Ciudad: “No merece la pena darle tantas vueltas a esto”
Trayecto: “Si lo veo con otra me muero… ¿cómo ha podido
hacerme eso…?, ninguna amiga me ha
avisado, no me puedo fiar de nadie,…”
Ciudad: “Tengo que dejar de pensar así o me voy a volver
loca”
La confusión estriba en asumir que:
“Tengo que dejar de pensar así” = “Voy a ponerme el pantalón
azul que hace juego con esta camiseta”
A veces esos pensamientos se convierten en creencias. Las
creencias son el segundo mayor heurístico de nuestro cerebro, sólo por detrás
de las respuestas reflejas que nos han
permitido sobrevivir como especie. He visto a muchas pacientes con trastornos
de alimentación que en su adolescencia tenían un ligero sobrepeso y fueron
acosadas por ello en el colegio. En lugar de cargar un módulo en su cerebro que
la hiciera luchar contra esas injusticias, el afán de aceptación y pertenencia
al grupo de esa edad, les introdujo un módulo de autoobservación permanente que
las conduce a una vida de insatisfacción continua, salvo en los momentos
puntuales en que reciben la aprobación social.
Imagine, por último, que en su cerebro esas creencias poseen
tanto poder debido a lo profunda que es su huella. Cuando miro este cerebro, a
simple vista se pueden apreciar esas hondonadas, al igual que los pasos que
observamos en la arena húmeda de la playa. Mi sugerencia, y una de las líneas de tratamiento que sigo en
la consulta, consiste en que en lugar de
obstinarse por modificar esa huella, dedique todo su esfuerzo a profundizar en
otra, nueva, diferente, creada a partir de la observación de la realidad y de
la madurez de sus reflexiones, que empiece a almacenar y contrastar datos que
vayan en otra dirección, hasta que por fin, trabajando con constancia,
compruebe como esta nueva huella tiene ya más peso que la anterior y le
proporciona otra visión de sí y de su entorno.
Cada noche, cuando se acueste, piense durante un rato en los
“trayectos”, en la cantidad de cosas que ha tenido que hacer y que ha resuelto
satisfactoriamente, obvie lo demás; está “fabricando” nuevas creencias, añada las emociones
positivas suficientes como para que la “huella” fructifique.
No se preocupe por los extraterrestres: han abandonado últimamente las abducciones.
No se preocupe por los extraterrestres: han abandonado últimamente las abducciones.