Los otros días me encontré con un antiguo compañero de colegio. Lleva un par de años desempleado y ahora lo han llamado de un restaurante en las afueras de la ciudad para un contrato de fines de semana por el que le pagan a razón de cinco euros la hora. "¿Te acuerdas de fulanito?", me preguntó. "Sí, claro". "Yo me acuerdo mucho -me dice-, recuerdo que cada vez que se le partía una palmeta a un maestro, él venía al día siguiente con una nueva, a pesar de que justo él era a uno de los que más palmetazos le daban. Nunca lo entendí. Pero ahora me siento un poco así, no sé si me comprendes"
Decía Saskia Sassen, socióloga, premio Príncipe de Asturias de las Ciencias Sociales de 2013, que la política empleada por el gobierno español destruiría a una de las economías europeas más fuertes de Europa, por favorecer la renta financiera frente a la estabilidad, y que eso iba a ser difícil de recuperar, puesto que su construcción -la de las industrias y empresas de alta calidad-, habían supuesto el esfuerzo de varias generaciones. Añadía, la inmoralidad que supone pedir continuos sacrificios a la población mientras se rescatan a fondo perdido con miles de millones a los bancos, causantes en buena medida de la situación que vivimos.
Efectivamente, estos años han supuesto un terrible costo en vidas humanas, en pérdida de horizontes, en consolidación de la precarización y de la pobreza como un instrumento imprescindible para aumentar la desigualdad social, en la que hemos pasado del puesto 15º al 4º de los países de la UE. Se ha duplicado el número de pobres entre 2007 y 2015, situándolo en más de tres millones actualmente, mientras que hay 21 personas milmillonarias cuya riqueza conjunta asciende a 106.000 millones de euros. El gasto público en sanidad y educación se ha reducido en un 21% desde 2010. Según UNICEF, más del 30% de los niños en España y otros países como Rumanía y Lituania, viven por debajo del umbral de la pobreza,..
Pues bien, a pesar de ello en las encuestas sigue apareciendo el PP como primera fuerza en intención de voto. No es de extrañar pues, que cada vez que damos una charla sobre afrontamiento ante la crisis buena parte de las preguntas se centren en cómo convencer a los vecinos, a los amigos, a las personas que están a nuestro alrededor, de que hay que provocar un cambio, de que no podemos seguir trayéndole la palmeta de madera una y otra vez a nuestros verdugos.
Una amiga me comenta que vio mal en el debate de Salvados a Pablo Iglesias, que Albert Rivera lo llevaba mejor preparado y fue más contundente en el empleo de datos y que cosas como esas van a determinar en buena medida el resultado electoral. Entonces me pongo a pensar en Rivera y me viene a la cabeza el Agente Smith, de Matrix, un programa infiltrado entre los humanos virtuales con apariencia igualmente humana, que se dedica a controlar cualquier rebelión.
Como en Matrix, una parte de la población es posible que se fije en lo entalladito que le queda el traje al Agente Smith y que otra sea consciente de cómo la máquina ha logrado colarnos a Rivera, perdón, a Smith.
El Ciudadano Smith vendría a ser como la palmeta esa que le traemos al maestro-torturador cuando había roto la anterior golpeándola sobre la palma desnuda de nuestras manos. Es una palmeta nueva, recién repasada por un afanado carpintero que ha redondeado a conciencia todas sus aristas y que casi te dan ganas de ofrecer voluntariamente tu otra mano o incluso un lomo para estrenarla.
No estoy seguro de que fructifique el esfuerzo en desenmascarar al programa o a los programadores, lo que sí sé es que necesitamos recuperar la ilusión. Aún con las fisuras y las dificultades, nunca he visto a tantas personas capaces y honestas luchando por el bien común. Algunas temporalmente en lugares diferentes pero con un mismo fin. Ni Iglesias, ni Garzón, son Neo. Se equivocarán, seguro. Nos equivocaremos en el intento, pero estamos en Zion, debajo, porque se construye desde abajo, desde los cotidiano. Hemos visto las grietas y ahora toca cambiar. Neo eres tú.