Conozco pocas cosas tan terapéuticas como la ilusión. De hecho, cuido mucho que en la composición de lo que prescribo haya siempre una dosis suficiente de ella. En la investigación, a la ilusión se la denomina placebo. Placebo es un término más científico, pero muchísimo más gris y plomizo. Cuando descubrí que el cariño que me declaró Carmen en 5º de EGB era placebo me sentí bastante mal y tuve que recurrir durante un par de semanas al consuelo de las onzas de chocolate Elgorriaga, que tenían una composición empíricamente anti-depresiva. Juré, como Escarlata, poniendo a Diós por testigo, que no volvería a dejarme seducir por ningún placebo, pero a mí me duró poco la intención y entre desdecirme o volverme ateo, opté por lo segundo. Así, ya en sexto, en pleno endurecimiento emocional, le pregunté a Joaquina si sus intensiones eran ilusionantes o me estaba dando placebo. Ella me dijo: "No sé... pero tú no te hagas ilusiones" O sea, la frase ideal para que uno no pare de beber esperanza a todas horas del día y especialmente de la noche.
La ilusión, en sí misma, es de las emociones que más satisfacción me ha proporcionado, por lo que las pocas veces en que el traje imaginado no ha coincidido con la talla real, me lo he tomado como la calderilla que se ha de pagar por seguir disfrutando de todo lo que está ahí fuera esperando para sorprenderte.
Al salir de un largo coma, un famoso paciente comentó que lo que había influido definitivamente en el cambio fue una frase que recordaba vagamente: "El paciente tiene el corazón a galope de caballo". "Comprendí, de alguna e ilusionante manera, que lo mío tenía solución, que mi cuerpo estaba respondiendo". En realidad, en el argot, el médico estaba deshauciando al paciente.
Las esperanzas de que al fin se cumplan los planes, tantas veces postergados, la ilusión del "borrón y cuenta nueva", de cruzar ese río imaginario que corta el tiempo en periodos manejables y salir impoluto y dispuesto, de perder los kilos o de ganarlos, de cortar la relación o de empezar al fin la verdadera, de que las miradas cuajen en aquello que comentan a discreción, de gastar menos o gastarlo todo, de desprenderse de las llaves que te tienen preso, de despojar a la ansiedad de su retórica amenaza, de utilizar el hoyo de la depresión para tomar impulso, de fantasear sin cortapisas aunque sólo sea porque la fantasía aún no está sujeta a derechos de autor,... Oh, la ilusión.
Mi amiga, la que ejerce de contrapunto aguafiestas, dice que levito demasiado y eso no es bueno para un psicólogo, que no está bien separar los pies de la tierra, y probablemente para muchas cosas tenga razón, pero aunque levitar no garantiza la felicidad, todavía no conozco a nadie que por no perder el contacto con el suelo haya logrado evitar el porcentaje de sinsabores que razonablemente le esté dado recibir.
Las prescripciones, las metáforas, los dibujos indescifrables, los experimentos, las conversaciones, la escucha atenta, las técnicas, las terapias estandarizadas,... todas las intervenciones de todos estos años han estado bañadas siempre en esa misma fórmula magistral .
Mi respeto y admiración a todas las que siguen luchando por ser mejores personas y, A PESAR DE los dificultades y las trampas del camino, decidieron beber un poco de ese elixir y tirar para adelante en busca de lo que están a punto de construir.
¡¡Feliz y siempre ilusionante año 2010!!