Por regla general, los psicólogos no tenemos ni bata, ni secretaria. No recetamos. Bueno, no recetamos fármacos, para ser más exactos. Yo suelo recetar gomillas, huchas, tartas y tirarse a la piscina por el lado que cubre. Pero no hace falta ir a la farmacia a comprarlas.
Luego, al acabar la sesión me preguntan cuánto es y a quién se le paga.
Generalmente, la persona mezcla la historia que le trae a la consulta con retales sobre sus inquietudes, gustos o aficiones personales. Eso, que también yo suelo hacer, nos sirve para vincularnos en algún área, y como comenté en otro post, pisar un terreno común. En no pocas ocasiones, cuando acaba, también a mí me entran ganas de decirle: "¿Cuánto le debo?".
Hace unos años, una paciente me contaba una anécdota sobre Saramago. "Me encantaría leer con soltura a Saramago, aunque sólo sea porque me identifico ideológicamente con él, pero se me hace difícil". "Bueno -dice la señora-, yo he leído todo lo que ha escrito Saramago, te puedo dar algunas pistas", y después de eso me da cuatro o cinco maravillosas claves (que a estas alturas he olvidado casi por completo). Conforme la escuchaba notaba la alegría del descubrimiento, que es una especie de adrenalina que te impulsa a ir corriendo a comprobar lo que acabas de aprender y de abrazar al que te lo acaba de enseñar. Quieres pagarle, o al menos, no cobrarle.
Se lo comento. Ella se queda un poco extrañada. Durante un momento, ninguno de los dos ejercemos de terapeuta o paciente. La depresión ha desaparecido. "En cualquier caso, lo conveniente sería que te diera cita, ¿no?", me pregunta, "Claro, claro", contesto. "Te parece que quedemos aquí mismo, el día tal a las tales", "A mandar", le digo. "Como tarea tendrás que leer "El Evangelio según Jesucristo", "Ok"
"¿Y para mí?", me pregunta recobrando su papel de paciente. "Ésta es exactamente tu tarea; lo que acabas de hacer", respondo.
La psicoterapia analítica funcional, una de mis prefes, dice, simplificando una barbaridad, que tendemos a reproducir nuestros comportamientos también en la consulta y que si estamos atentos podemos utilizarlos para trabajar sobre ellos. Me encanta verlos salir de sus roles tristes de personas acosadas por el sufrimiento de pensamientos o sensaciones invasivas. Amplifico lo que está sucediendo y luego les hago tomar consciencia sobre ello. Fin del paso 1.
En el paso 2, o sea, desde que se va esta persona hasta que entra la siguiente, tengo que gestionar el exceso de activación fisiológica que me ha producido el proceso anterior. Ayer, trabajando sobre el curso de cerámica al que se había apuntado el paciente que acababa de marcharse, cerré los ojos, me vi una vez más con las manos llenas de barro modelando un botijo, pero sin el almíbar de "Ghost", disfruté el caramelito, hice 8 respiraciones por minuto y salí a recibir a la siguiente persona.
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