viernes, 9 de enero de 2009

Me rindo: el dedo mágico


Buena parte de los elementos terapéuticos que utilizamos no están recogidos en los libros, en sentido estricto. Uno de ellos es el "dedo mágico".

Mi madre solía enfadarse con cierta facilidad. Una vez enfadada necesitaba varios días para desenfadarse. Durante ese tiempo todo el mundo que la miraba sabía cuál era su estado emocional. Su semblante era serio, distante. Se mostraba parca en palabras, vivía básicamente de monosílabos. Lógicamente yo era el que más la observaba. En muchas ocasiones pensaba que estaba así por algo que yo había hecho, pero no me aventuraba a preguntárselo, y sobre todo, no sabía cómo obrar para que su cara volviera a tener ese aspecto bonachón de relajación habitual. En cambio, mi padre tenía un procedimiento increíble que me resultaba muy curioso. Al principio le preguntaba: "¿Te pasa algo?", y ella respondía, para mi sorpresa: "No, ¡n-a-d-a!". Yo tendría unos seis o siete años y aún faltaba mucho para que leyera a Watzlawick y compañía. Mi padre hacía caso al lenguaje verbal y seguía con su tarea. El silencio se apoderaba del salón y yo me ponía a jugar con mi elefante fantasma (y mudo) a los soldaditos (lo cual por aquel entonces implicaba esnifar detergente).
Un día observé que, estando en la cocina, mi padre se acercaba por detrás y con el dedo índice en ristre le daba unos toquecitos a la altura de la cintura a mi madre. "Anda ya, Mariquita...", "Déjame", "Vengaaaa",..."Ah, tonto",... y fin del enfado. Era fantástico.
Después de observar estas fases reiterativas de enfado-castigo silencioso-preguntas-uso del dedo mágico, me preguntaba por qué mi papá no utilizaba su truco más rápidamente. Es decir, ya desde el primer momento, en lugar de preguntar, le podría dar sus toquecitos sutiles en esa zona que parecía ser una especie de localización del botón de la paz. Pulsas y... bandera blanca. Pues no, siempre esperaba varios días. Concretamente, tres.

Hace unos meses una paciente me contaba que llevaba enfadada con su marido más de una semana, durante la cual prácticamente sólo intercambiaban los mensajes imprescindibles. Se sentía mal pero no era capaz acabar con aquello, porque estaba dolida y creía que debía prolongar el castigo hasta que ella se encontrara bien, lo cual se derivaría de una explicación satisfactoria o algo similar por parte de su pareja. No obstante, aplicarle el correctivo comunicativo no parecía lograr que mejorara ni ella, ni el problema de fondo. Ambos echaban un pulso silencioso que con cada nueva discusión se prolongaba más y más en el tiempo.
- ¿Vía rápida o lenta?
- ¡Ya!, que sea ¡ya!.
Le expliqué el secreto de mi padre, pero adornado con su correspondiente explicación científica que suele envolver mejor estas prescripciones. Le pareció imposible. "No puedo". Un momento, pensé, le estoy pidiendo que aplique el truco justo a la que está enfadada. Es como si le hubiera dicho a mi madre que le diera con el dedo en los michelines a mi padre justo cuando estaba con la cara de "adivina por qué estoy enfadada".
- La vía rápida es así de jodida. Usted le dará al botoncito de la paz. Él se resistirá inicialmente, usted insistirá y no dará explicaciones verbales, a lo sumo un abracito conciliador. Posiblemente el aproveche la rendición para sermonearla. Usted repita el contacto...

Se fue decidida, pero no lo hizo hasta el tercer día. ¡Igual que mi padre! ¿Tendrá esto algún misterio? ¿Se necesitarán setenta y dos horas para recargar el dedo una vez decidida la acción?
Luego le funcionó. Su marido se extrañó mucho, pero a los cinco minutos ella ya no estaba enfadada y aunque él tardó algo más como justificación de desagravio, finalmente se incorporó al proceso de paz.

Está claro que la rendición es una estrategia potente. Cuando analizo groseramente la historia de Huelva, me imagino al onubense medio sentado en su puerta, como yo durante mi infancia, observando incólume como nos invadían, daba igual que fueran tartesios, fenicios, visigodos, romanos o musulmanes. "Hola, ¿cómo están?, ¿un poquito de cobre?". Se irían porque estaban cansados de la contaminación del Polo Industrial, pero no porque nosotros los expulsáramos. Resistencia cero.

Es decir, la rendición está bien asentada y constatada. Se utiliza poco, es cierto. Solemos preferir la razón, como técnica de resolución de conflictos. Lo malo es que hay tantas razones como cabezas y algunas además son duritas.

Cuando mi padre empezó a leer la historia de Huelva ya estaba jubilado. Nunca le pregunté dónde aprendió aquella técnica. Pero sobre todo, ¿por qué tardaba taaaanto en utilizarla?.



3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola de nuevo, walden. Ya te echaba de menos. Espero que hayas disfrutado de las fiestas.
Una lástima que mi ex no utilizara nunca el truco de tu padre y la relación se deteriorara tanto.
Lo tendré en cuenta para la próxima, aunque creo que me costará tanto como a tu paciente.
Un beso. Ana

Leonor dijo...

Juaaaan, cuanto tiempo. Saluditos de la francesa (dice que ahora seguirá leyendote allí).
A mí, como a Ana, tampoco me dieron mucho con el dedito en el punto ese, pero ahora no me apena. Estoy mucho mejor "sin" que "con", y creo que en buena parte gracias a que ma has abierto los ojos y miro otras cosas, otras inquietudes,.. vamos que estoy encantada, jajaja.

Un beeeeesooo, y no tardes tantooo, que encima que ya prácticamente no te veo, por lo menos esto me ayuda a recordar algunas cosas.

Walden dijo...

Gracias a ambas. Veo que coincidís con lo del dedo, pero os recuerdo a las dos que de lo que trata el post es de "utilizar" el dedo, y no tanto de esperar a que lo "utilice" el otro (u otra) afectado.
Cambiar el estado emocional no es nada fácil, a veces el lenguaje tanto interno como externo complica aún más la situación. Acudir a estrategias más básicas suele dar entonces buenos resultados. Probadlo y me contáis.
Un abrazo a ambas.