Hace mucho, mucho tiempo, jugando un campeonato de España juvenil de ajedrez en Badalona, estábamos todos revueltos por las habitaciones del hotel preparando la salida nocturna. Me llama el de Córdoba y me dice: “Orta, vente a la habitación de Castro, que tiene unos problemas que son la ostia”. ¿Unos problemas de ajedrez? ¿Se quedan en la habitación para resolver unos problemas de ajedrez, con la de catalanas que hay en la disco esperándonos?. El de Córdoba era el ligón, sin él estábamos perdidos, así que lo acompañé con la intención de solventar pronto el asunto y pirarnos cuanto antes a lo verdaderamente importante. Cuando llego a la habitación me encuentro a seis o siete tíos mirando al techo con la mano sujetando la barbilla. Cuando resolvemos problemas de ajedrez simplemente miramos el problema y vamos construyendo el arbolito de variantes, así que pensé: “Aquí pasa algo raro”. “Venga, Castro, dinos cuál tenéis ahora”. Todo el mundo adopta una pose de pausa y Castro comienza a relatar un problema de lógica. Lo escuché, di media vuelta y me fui a jugar partidas rápidas a la habitación de Izeta y el resto de vascos, que eran unos viciosos, pero del ajedrez. Esa reacción no desentonaba mucho con otras anteriores en las que ante una situación conflictiva había optado por la remanguillé, o sea, la evitación o la huida pura y dura. Ahora, con la distancia y las canas, a eso lo llamo miedo al fracaso, porque hasta entonces yo era un niño con escasas experiencias negativas y no sabía si ese tipo de ríos cubrían mucho o no, simplemente, pues, optaba por la sana contemplación de los bañistas tumbado a la bartola sobre la seguridad de los chinorros del campo.
Luego la vida me dio tantas raciones de aquello que evitaba que me zambulló como a Asterix en la pócima mágica, por lo que prácticamente estoy curado (bueno, eso pensaba hasta hace poco).
Unos meses atrás, una paciente me regaló un librito de Sudokus de nivel 3. No sé cómo va esto de los niveles pero según me comentaba ella, era el más difícil. Como ahora me encantan los retos comencé a hacer sudokus a diestro y siniestro. Me parecieron apasionantes. A mi cólon seguramente no. Un día en la playa, un familiar me ve mirando fijamente un sudoku del librito, pero no ponía ningún número. Al rato me dice: “Trae para acá”, y me lo quita de las manos. Coge un lápiz y zas, plis y plas. En lo que duró un chapuzón me encuentro con el libro en la toalla y a él comentando displicente: “¡Están chupados!”. Vaya, pensé, fulanito es una máquina. Abrí el libro para ver los que había resuelto y para preguntarle por su depurada técnica y me encuentro con que todas las casillas estaban escritas con todas las posibilidades. “Hombre, así no vale”, “¿Y por qué no? Así los resuelvo yo”, contestó él con idéntico tono.
Tenemos pues el mismo problema para dos personas y lo único que ha variado es cómo lo afrontan. El resultado final va a ser el mismo. Vaya coincidencia con la consulta diaria. Seguramente yo disfrutaba más del proceso, puesto que para mí lo importante era el descubrimiento, y para él el resultado. También se parece mucho a la consulta esto. Muchos pacientes están agobiados porque están centrados exclusivamente en obtener, tienen que conseguir llegar, acabar,… resultados. He observado que mi actitud es la misma ante los problemas y ante la vida en general (tiene que ser por lo de la pócima). Si voy al futbol prefiero ver un buen partido, si además ganamos, fantástico. Pero ganar a través de un pestiño viendo a todos metidos detrás, haciendo piña con el portero,… pues no me mola. Así que también imagino que esa actitud –la contraria- será la misma ante el sudoku y ante la vida. ¡Qué profundo!¿ ¿Sabrían de esta utilidad los inventores del Sudoku?
Sigamos. Tenemos a un ex-ajedrecista que no tolera el fracaso, metido a psicólogo que busca el descubrimiento en colaboración con sus pacientes. En esto, pongamos que Ana, le regala un libro de sudokus versión lo siento por ti. Bien. Voy haciéndolos por orden, qué más da. Como aquel personaje de "La náusea", de Sartre, que estaba leyendo la biblioteca por orden alfabético. Tengo la sensación de que se va incrementando el nivel de dificultad, pero yo también tengo ya mejores estrategias. Decidí que todo el tiempo del cuartito chico iban a ser exclusivamente para los sudokus. Todos se van resolviendo, pero… llegamos al nº 54. Ahí lo tiene usted. Muy probablemente no sea más complicado que el 76, que ya he resuelto, pero por alguna razón me he quedado atascado. ¿No le ha pasado algo similar a usted en su vida? A mis pacientes, frecuentemente. ¿Qué hago para solucionar algo que veo que me está afectando? Lo de siempre, contar con todo aquel que se deja. Siempre cuento con mis amigos para ello. En este caso, como no les seduce mucho la idea, he decidido hacer una puesta en común más colectiva y anónima. Da igual.
En el cajón superior de la mesa, - que ahora se encuentra a la derecha porque la anterior cajonera se descerrajó, como sabrá por capítulos anteriores de la serie – tengo varios puzzles pequeñitos que compro en una tienda de juguetes cercana. Son puzzles de madera de entre 4 y 6 piezas. Aparentemente fáciles. Me quedan pocos porque los tengo distribuidos. A los chicos adolescentes que llegan empujados por sus padres pero seguros de no necesitar ayuda, suelo decirles: “Vale, hagamos un trato. Si eres capaz de solucionar este puzzle de 4 piezas esta semana, está claro que eres autosuficiente y que los extraterrestres son tus padres. En caso contrario, igual necesitas que hablemos un poco”. Siempre asienten convencidos con una sonrisita de autocomplacencia cuando ven la cajita minúscula y las piezas con las que tienen que formar una simple cruz. Luego trabajo con ellos durante algunos meses. Igualmente, usted debería considerar seriamente si es capaz de enfrentarse a este sudoku sin lápices para anotar, simplemente, cuando esté convencido de un número lo pone y así poco a poco. Si al final le sale mal, sin duda no ha medido sus pasos. Si no avanza… Bueno, ya comentaremos.
Vayamos, pues con el dichoso nº 54, para que se distraiga mientras analiza las conductas positivas y negativas de su vecino de enfrente para la entrada anterior.
Y ya puestos, le dejo la pieza de Los Beatles que yo oía por aquel entonces, antes de jugar una partida... decía que nada era real... así me preparaba para afrontar los problemas que el de las gafas de culo de botella estaría dispuesto a ponerme en el tablero, sabiendo que nada, nada, ni los campos de fresas,... son reales. ..but it all works out. Todo tiene solución.
3 comentarios:
Muy bueno, walden. Espero el capítulo 2. Por lo pronto ya he hecho las listas anteriores y no me ha gustado lo que he visto, a ver cuándo podemos comentarlas.
Saludos. Esther.
Interesante,es como si a la hora de afrontar un problema pudiéramos optar por el enroque corto,buscando protección para el monarca, o por el enroque largo, protegiéndolo también pero tomando más riesgos. Pero, ¿qué pasa si el árbol de variantes es tan espeso que no nos deja ver el bosque? ¿Debemos dejarnos guiar por la intuición? ¿Dejo el rey en el centro?
Saludos, Samuel.
Hola Esther, ya me dirás qué no te ha gustado en cuanto comentemos los resultados.
Me ha gustado mucho tu analogía, Samuel. Ya veo que sabes jugar al ajedrez. Tanto en las partidas como en la vida, eso es lo habitual, ¿no?: desconocer las consecuencias finales de nuestras opciones. En cualquier caso, dejar al rey en el centro, o lo que es lo mismo, sin moverse, no suele ser la mejor opción. Guiarse por la intuición y que aciertes, dependerá mucho de cuántas veces te has enfrentado a situaciones similares, con lo que tu "intuición" es posible que tenga más posibilidades.
En la próxima entrada veremos qué suele hacer la psicología con estos temas.
Un saludo a ambos.
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