A veces me encuentro con un rato libre en la consulta, aproximadamente una hora, entre uno y otro paciente. Alguien ha anulado la cita y ha dejado esa isla en medio para que disfrute de unas mini-vacaciones. Se me abre entonces un abanico de posibilidades: ¿bajo a tomar un café o a pasear un rato?, ¿repaso algo pendiente?, ¿ordeno la pila de libros de la derecha?, ¿practico malabarismo?,… Ayer, en tal coyuntura, me puse a observar los libros y comprobé con cierta sorpresa que cerca de la mitad me lo habían regalado pacientes. No eran libros comprados al azar, todos sin excepción se corresponden con algo que me gusta especialmente: Woody Allen, filosofía, la felicidad, sudokus,..
Por un momento –un momento algo paranoico, si quieren- pensé que en realidad estaba siendo sometido a terapia por un montón de personas que se turnaban semanalmente para despistar. La investigación estaría sufragada por ayudas del CIS y con esos fondos pagarían la mentira en forma de estipendio laboral. Algo como “El show de Truman”, más o menos.
En la vida real suelo dar poca información sobre mí, así que esto es pura terapia. No sé si se curarán, pero la mayoría sabe que me gusta cocinar y charlar sobre cine. En un intento por crear ese universo común en el que movernos, del que otras veces he hablado, empiezo a poner cartas tipo Tarot sobre la mesa, e implícitamente le pido a la persona que elija. Toda la verdad y toda la terapia están en cada una, clonadas, a pesar de su aparente independencia. Se elija la que se elija, el final será siempre el mismo: nos comunicaremos.
También me gusta la fotografía. Cuando hago fotos de paisajes busco siempre seres humanos que me sirvan de contrapunto. Es la medida universal. Aquella montaña sin Manuel, el pastor, tiene una dimensión completamente diferente. Lo que me cuenta el paciente, sin contextualizar, puede ser algo inexplicable. De hecho, la forma en que lo extrae de la realidad se convierte en sí mismo en un problema. Muchos pacientes hablan de lo que les pasa y tienes la sensación de que son ajenos a cualquier hecho o dato que tergiverse o anule tal reflexión, les hace falta el contrapunto, la referencia.
Bien, creamos el espacio adecuado. “Yo una vez….”, “Pues a mí….”, como dos viejos conocidos que se encuentran como vecinos en los asientos inescapables del autobús. Vamos intercambiando cromos y ahora traemos al ser humano a este paisaje y entonces… comienza la terapia.
Ayer terminé luchando contra el sudoku nº 54, en el que llevo una semana sin colocar un número. Volví a mirar la columna humeante de libros y pensé: “Igual he hablado poco de las propiedades terapéuticas del jamón ibérico”.
Por un momento –un momento algo paranoico, si quieren- pensé que en realidad estaba siendo sometido a terapia por un montón de personas que se turnaban semanalmente para despistar. La investigación estaría sufragada por ayudas del CIS y con esos fondos pagarían la mentira en forma de estipendio laboral. Algo como “El show de Truman”, más o menos.
En la vida real suelo dar poca información sobre mí, así que esto es pura terapia. No sé si se curarán, pero la mayoría sabe que me gusta cocinar y charlar sobre cine. En un intento por crear ese universo común en el que movernos, del que otras veces he hablado, empiezo a poner cartas tipo Tarot sobre la mesa, e implícitamente le pido a la persona que elija. Toda la verdad y toda la terapia están en cada una, clonadas, a pesar de su aparente independencia. Se elija la que se elija, el final será siempre el mismo: nos comunicaremos.
También me gusta la fotografía. Cuando hago fotos de paisajes busco siempre seres humanos que me sirvan de contrapunto. Es la medida universal. Aquella montaña sin Manuel, el pastor, tiene una dimensión completamente diferente. Lo que me cuenta el paciente, sin contextualizar, puede ser algo inexplicable. De hecho, la forma en que lo extrae de la realidad se convierte en sí mismo en un problema. Muchos pacientes hablan de lo que les pasa y tienes la sensación de que son ajenos a cualquier hecho o dato que tergiverse o anule tal reflexión, les hace falta el contrapunto, la referencia.
Bien, creamos el espacio adecuado. “Yo una vez….”, “Pues a mí….”, como dos viejos conocidos que se encuentran como vecinos en los asientos inescapables del autobús. Vamos intercambiando cromos y ahora traemos al ser humano a este paisaje y entonces… comienza la terapia.
Ayer terminé luchando contra el sudoku nº 54, en el que llevo una semana sin colocar un número. Volví a mirar la columna humeante de libros y pensé: “Igual he hablado poco de las propiedades terapéuticas del jamón ibérico”.
3 comentarios:
A mí no me paga el CIS, Juan, aunque no tendría inconveniente. Tengo que decirte que la creación esa de espacios conmigo te funcionó perfectamente. Muchas veces desde entonces pienso más en intercambios de estampitas, como tu lo llamas, que en contarte tal o cual cosa.
Desgraciadamente para ti, creo que lo del jamón no va a colar, jaja.
Toni
Lamentamos que no puedas venirte el domingo. Un abrazo
Hola Walden, soy una colega tuya de Madrid. Me gusta cómo describes lo cotidiano dentro de la consulta, la verdad es que muchas de las cosas que pones imagino que la vivimos todos. Yo en los ratos libres salgo pitando a la calle, huyendo.
Saludos. Ana
Me gusta la música que pones.
¿Qué tal Toni?. Contigo lo del "intercambio" fue rápido porque facilitas mucho las cosas.
Que os lo paséis bien, y no habléis de psic, aunque no vaya yo.
Hola, Ana. Lo normal es que tengamos también una especie de universo común de situaciones. Cuando estoy en algunas jornadas, simposio, etc., siempre comentamos "eso lo hago yo", "y yo", me dice mi interlocutor, pero casi siempre está referido a técnicas concretas. Nunca escuchamos a nadie decir "cuando no viene un paciente...", lógicamente, no viene al caso ni es trascendente. Una compañera mía hace exactamente lo mismo que tú. A la calle, a por aire fresco.
Un saludo y gracias por escribir.
Publicar un comentario