lunes, 19 de mayo de 2014

¡Dios mío, no permitas que me caiga al vacío!



Aparte de las consecuencias directas de la crisis sobre la vida de las personas y  sus familias, existe otra menos visible, más encubierta, pero no menos perniciosa. Se trata de la incertidumbre ante el futuro, de la desaparición de todas las certezas.

Recientes investigaciones apuntan el papel desestrucutrante que  tuvo el encuentro (¿descubrimiento?) entre Europa y América en las mentes de la época y en las posteriores . En los Archivos de Indias se pueden encontrar testimonios sobre las dudas y temores de muchos de los marineros que viajaban hacia lo desconocido. Aterrorizados, rezaban continuamente pidiendo no caer al vacío en cuanto desapareciera el mar, o sea, allí al fondo, cuando llegaran al horizonte. Tras el  encuentro, el nuevo mapa del mundo se extendió más rápido que ese otro mapa mental, pertrechado en seguridades ahora cuestionadas. Los cambios en las mentes sólo pudieron crecer a la par que los sembrados de  patatas. El fin de lo conocido dio origen al principio de la incertidumbre, y la deconstrucción de lo anterior empezó a reflejarse en el arte, que se liberaron de las ataduras igual que la tortilla desestructurada de Adriá ayudó a liberarse  de lo cartesiano en la cocina.

La guerra civil española, el miedo al que se sometió posteriormente a la población mediante la violencia real y figurada, así como  la hambruna subsiguiente, modificaron también la recién iniciada ilusión de lo imposible, y se apoderaron de las cabezas, y de las cabezas de los hijos, y la de los hijos de los hijos que ni siquiera las habían conocido.

Ahora vivimos un periodo en el que ni siquiera las evidencias son capaces de volver el mapa redondo, una mayoría sigue aferrada impasible a su viejo mapa plano, convencidas de que no llegaremos nunca a caernos al vacío, no porque desde nuestra ventana no veamos al vecino defenestrarse sin remisión, sino porque es más fácil creer que alguien lleva el timón hacia otro, el anterior, horizonte interminable.

Las crisis son hoyos, tropezones transitorios del que algunos tendrán que salir con esfuerzo. Pero esto no es una crisis. Aquí el esfuerzo individual vale de poco porque esto no es un hoyo real, sino un reajuste del cinturón  y los agujeros  restantes, los de la barriguita cervecera, es probable que no volvamos a necesitarlos.

Las marcas de esta línea que separaba el capitalismo sin máscara,  de ese otro que dibujaba el fin del mundo en el estrecho de Gibraltar, son cada vez más difusas y ahora los que salimos en los telediarios del mundo  después de las noticias de catástrofes y los  niños del Biafra somos nosotros,  ya no son otros, y  ahora el telediario  siempre nos coge en casa. Ahora somos nosotros, sí, también  nosotros los que escarbamos en la basura y saltamos las vallas aunque sea en avión.

Las cabezas y sobre todo  esas conexiones que se establecen dentro de las cabezas, empiezan a dibujar el futuro desde la frágil mirada de la vulnerabilidad. El miedo  hace girar el timón y dirigir los esfuerzos no ya hacia lo posible, y menos aún hacia la utopía, sino hacia las tripas, hacia sí mismos. La razón y la crítica se desvanecen y se irán desvaneciendo aún más. No tendremos sitio para Platón, porque lo relativo se  habrá apoderado de la verdad y si nada es verdad, todo puede ser verdad. Creeremos lo que nos den a creer con tal de que no dibujen un futuro,  da igual el que sea. Y entonces se declarará oficialmente cerrado el  socavón, pero nosotros seguiremos cantándole  las nanas del miedo a nuestros hijos, les pediremos que piensen en ellos y no en los demás, les diremos que el mundo es un desierto inhóspito y cruel, que agache la cabeza, que no se crea nada, que todos son así. Y nuestros hijos transmitirán ese sentimiento de vulnerabilidad a sus hijos.

Ese es el plan y todos, como decía en el post anterior, podemos formar parte de él, consciente o inconscientemente. Por acción o por omisión. Es mucho más corto el camino desde el desaliento al sofá que desde el desencanto y la frustración a la calle. Cada vez que transmitimos que todo está perdido no sólo nos bebemos nosotros un  buchito  de indefensión, también repartimos otros traguitos para las generaciones venideras.

Nos cazan con red, pero cuando estamos en la red, apiñados e incómodos, a veces nos da por hablar, y dependiendo de las conversaciones, la red puede volverse invisible o convertirse en un objetivo común de liberación. Por cierto, ¿qué tal el partido de anoche?


5 comentarios:

Ana dijo...

¿Cómo no achicarnos cuando todo es tan duro? ¿Cómo no acobardarnos después de ver lo que hemos perdido? Yo, que ahora he perdido la salud, me reconozco en ese pánico social con más fuerza que antes.
Un abrazo, Walden.

Walden dijo...

¿Has perdido la salud? No me asustes.

Ana dijo...

Sí, es la cuarta baja desde diciembre más unos cuantos arrechuchos sin baja. Estoy con pruebas y bastante desesperada porque no saben qué me pasa. He abierto el portátil hoy después de mucho tiempo.
Tu entrada, estupenda como siempre, me ha tocado.
Un fuerte abrazo.

Walden dijo...

Vaya, Ana, lo siento de veras. Espero que todo vaya bien pronto.
Un saludo.

Ana dijo...

Gracias. Un abrazo.