martes, 23 de agosto de 2011

Adiós a la ansiedad: solución nº 5






Llegados a este punto, usted ya es una persona libre. Ha dejado la ansiedad atrás y puede mirar el futuro con optimismo. Si no es el caso no importa, tenga en cuenta que aún nos quedaba el último y definitivo cartucho.

Vamos a hacer un breve resumen previo.

Recuerde que su objetivo no debería ser tanto “quitarse la ansiedad”, como aprender que es justo el temor que le tiene a la misma lo que ha convertido ese taquicardia o esa sensación de ahogo en un problema de estas dimensiones. Muchas de sus conductas están relacionadas con la prevención y cuando está en ese proceso, el mero hecho de pensar que pueda fallar algo desencadena la sintomatología temida. Así pues, espero que haya entendido que, salvo que exista alguna causa orgánica que lo justifique, lo único que hace su cuerpo es obedecerle. El problema es que usted no sabe que le está ordenando algo. De forma que empieza a identificar a agentes internos o externos como responsables de su mal, y es ante esos que señala sobre los que actúa, con lo cual será imposible que acabe manejando lo que realmente le ocurre.


Cuando su psicólogo le pregunte cómo se encuentra y usted le diga: “Bastante mejor, hace mucho tiempo que no noto esas sensaciones”, él se sentirá tentado de despedirse alegremente de usted con cara de triunfador, pero en tal caso es muy probable que vuelvan a verse en el mismo sitio algún tiempo después. No se trataba de notar o no esas “sensaciones”, sino de no temerlas, igual que no teme los dolores de cabeza aunque no quiera, por nada del mundo, que le entren.

La número cinco es en realidad la primera que vendemos en los consultorios: aprender alguna técnica de relajación más o menos básica en función del nivel de alteración que presenta la persona.
Si estuviera impartiendo uno de mis seminarios de autoconocimiento en la sierra onubense (The Cow’s Contemplation ® ) le enseñaría una técnica de respiración que justificara lo mucho que ha pagado por aprender a conocerse mejor (un afán muy noble que nunca he comprendido muy bien, pero que es bastante rentable para los que te aclaran quien eres en realidad). Pero como estamos aquí, entre amigos y con ron de por medio, nos vamos a dejar de mística y parafernalia.

Mire usted, se trata de que sea capaz de respirar a un ritmo determinado, sin más. Cuando consiga hacerlo y mantenerse así durante el tiempo necesario, sin volcar pensamientos incendiarios continuamente, logrará la venerada tranquilidad por la que tanto suspira.

Ponga en marcha el cronómetro del móvil y cuente sus respiraciones por minuto. Márquese como meta estar durante cinco minutos seguidos (no vale 1, luego, tres, y a los diez minutos, dos; tienen que ser seguidos), mantenerse entre 8 y 12 respiraciones por minuto. Permita a la rama noble y apacible de la familia hacer acto de presencia: la parasimpática, que viene a ser como la Mary Poppins del cerebro.

Ahora toca despedirse del serial por capítulos. La próxima vez que charlemos sobre ansiedad le tocará a un trastorno específico.

Un saludo cordial.

jueves, 18 de agosto de 2011

¿Es usted perfeccionista?






Son las dos de la madrugada, sabe que tiene que levantarse temprano, pero aún no está satisfecho con el resultado de su trabajo. Es más, el tiempo que dedica a maldecir el día en que lo aceptó va ganando terreno respecto al que dedica a la realización del mismo. Su pareja le sugiere que se acueste ya y usted le contesta con un grito. De pronto nota una sensación de opresión en el pecho, como si le faltara el aire, y una marabunta de hormiguitas suben desde sus dedos en procesión hacia un incierto destino.


Un paciente, dueño de una tienda de regalos, me cuenta que se lleva horas para envolver un paquete porque nunca está suficientemente satisfecho, teme tanto enfrentarse a esa tarea que ha acaba contratando a alguien para que la realice, pero que al final tiene que volverlas a hacer él porque siempre le encuentra defectos a los que hace la trabajadora.



La escuálida muchacha que me mira sonriente desde el otro lado de la mesa justifica el rígido control que ejecuta sobre su escasa alimentación. “Tengo que mantenerme, si no, engordaré como una foca”. Gracias a ese “mantenimiento” ha perdido tantos quilos que ahora su organismo está más ocupado por la supervivencia que por dejarle energía para razonar con claridad.



La madre de otra paciente describe las horas y horas que pasa su hija estudiándose los temas. Nunca le parece que se los sepa lo suficientemente bien. A pesar del tiempo que le dedica, se siente insegura, quiere tener la certeza no ya de que aprobará, sino de que sacará buena -sobresaliente- nota. En el instituto están muy contentas con ella: “Es tan responsable”, la halaga la tutora.


Una queja habitual de la pareja del perfeccionista es la del abandono de las actividades de ocio, de las salidas familiares, incluso del descenso de las relaciones sexuales. Todo ello derivado del excesivo tiempo, ocupación y escrupulosidad que le dedica a sus “obligaciones”. Esa rigidez e imposición de normas se reflejan en las molestias que les causa cuando se alteran sus rutinas y cómo va organizando su vida para que eso no suceda. M. llevaba años yendo a cenar con su familia al mismo bar todos los viernes, cuando le planteé cambiar desplegó una sorprendente capacidad para racionalizar su comportamiento, lo que, sin duda, le permitía sortear con soltura cualquier propuesta externa y haría desistir a familia y amigos de volver a sugerirle un poco de color en la monotonía reinante.



Tenerlo todo bajo control tiene que ser muy estresante. Si los cuerpos humanos hubieran seguido la misma tónica de los últimos años en la fabricación de electrodomésticos con fecha de caducidad tras un periodo de uso, seguramente los perfeccionistas habrían desaparecido de la faz de la tierra. Pero no, nuestras células y demás estructuras orgánicas aguantan “carros y carretas”. Un día el cuerpo y/o la mente empieza a protestar, claro. Pero esas quejas se muestran habitualmente alejadas de su verdadera causa.


En general, acuden por problemas de ansiedad, que prolongados en el tiempo han derivado en problemas del estado de ánimo. O están extremadamente susceptibles - se enfadan si una mosca cambia la dirección de su vuelo- o se han obsesionado con algo, o… Rara vez son conscientes del verdadero trasfondo de su problema.
Ser perfeccionista es un lujo para el empresario que lo contrata. Es cierto que muchas veces puede ser un lujo temporal. Pero da gusto ver la capacidad de trabajo, entrega, prolongación de jornadas, organización,… que tiene este empleado ejemplar. Eso mismo lo comentan en su entierro:


- Una pena lo del infarto… era tan buen trabajador.


La línea que nos permite distinguir el sano afán por mejorar respecto a la patología del perfeccionismo, es cómo interfiere en su vida, hasta qué punto y en qué áreas está afectando
Ya sabe, si nota que le molesta escuchar a los demás porque le parece que pierde el tiempo, si parece que existe un listón que le marca a dónde tiene que llegar para poder sentirse satisfecho en casi todas las tareas que emprende, si se cambia de ropa cinco veces antes de salir o se queda delante del espejo una hora buscando la sombra de ojos más adecuada, si su familia ya no se acuerda de cómo era su cara,… es muy posible que sea usted un perfeccionista.


Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero. Como ve, tiene suerte en el fondo, el perfeccionismo es posible que le otorgue la santidad a través del sufrimiento. Para algo habrá servido llevar veinte años haciendo la cama sin un doblez.

martes, 9 de agosto de 2011

ANSIEDAD, SOLUCIÓN Nº 4: LIMPIAR LA CASA




Cuando le explico esta técnica a algún paciente, indefectiblemente se producen dos cosas: el/ella me borra de sus favoritos y su pareja pone cara de regocijo.

Si usted ha leído otras entradas anteriores sobre el tema o bien se ha documentado al respecto, sabrá que la ansiedad viene a ser como una especie de recarga rápida del organismo con la intención de que haga algo con ello. Da igual qué, puede correr o pelearse con el vecino, para eso le prepara esa percepción de peligro que le angustia.

Es una técnica políticamente correcta, muy ecológica, puesto que se trata, en el fondo, de aprovechar la energía acumulada, de no derrocharla. En el futuro es posible que haya un comité que penalice a aquellas personas que, una vez que se han administrado una dosis alta de adrenalina, la dilapiden dándole vueltas y vueltas a los peligros que, intuye, se ciernen sobre ella.

Tengo que advertirle, no obstante, que esta tarea es peligrosa para quienes su ansiedad cursa a través de un trastorno de tipo obsesivo, puesto que pueden convertir la limpieza en un ritual para tranquilizarse.

- No tengo ningún problema en que sea así – me dice su pareja.

Lo que no sabe su compañero/a es que luego no podrá volver a sentarse sobre la cama recién hecha, dejar un libro sobre la mesa del comedor o un plato fuera del lavavajillas.

Es decir, de lo que se trata no es, en sentido estricto, de que limpie la casa, sino de que lleve a cabo cualquier actividad productiva, de esas que suelen tener pendientes las personas con ansiedad porque empiezan a abandonar su entorno y a centrarse más en evitar todo lo previsiblemente horroroso que podría ocurrirles si bajaran la guardia. Si la limpieza doméstica no es su actividad favorita (cosa rara), le sugiero que elija cualquier otra que además le proporcionaba placer. En mi caso elegiría cocinar, montar en bicicleta, fotografiar bodegones de higos (como el de la foto) y otras cuya naturaleza me reservo por la presencia de menores en la sala.

Ya sabe, si sufre de ansiedad es usted un acumulador de energía con piernas. Si además cree en esas cosas de la energía cósmica, los chacras, etc. podría crear una organización y hacer reuniones en torno a una batería, todos cogidos de la mano. Piénselo, acaba de descubrir la parte positiva de tanto sufrimiento estéril.