jueves, 18 de agosto de 2011

¿Es usted perfeccionista?






Son las dos de la madrugada, sabe que tiene que levantarse temprano, pero aún no está satisfecho con el resultado de su trabajo. Es más, el tiempo que dedica a maldecir el día en que lo aceptó va ganando terreno respecto al que dedica a la realización del mismo. Su pareja le sugiere que se acueste ya y usted le contesta con un grito. De pronto nota una sensación de opresión en el pecho, como si le faltara el aire, y una marabunta de hormiguitas suben desde sus dedos en procesión hacia un incierto destino.


Un paciente, dueño de una tienda de regalos, me cuenta que se lleva horas para envolver un paquete porque nunca está suficientemente satisfecho, teme tanto enfrentarse a esa tarea que ha acaba contratando a alguien para que la realice, pero que al final tiene que volverlas a hacer él porque siempre le encuentra defectos a los que hace la trabajadora.



La escuálida muchacha que me mira sonriente desde el otro lado de la mesa justifica el rígido control que ejecuta sobre su escasa alimentación. “Tengo que mantenerme, si no, engordaré como una foca”. Gracias a ese “mantenimiento” ha perdido tantos quilos que ahora su organismo está más ocupado por la supervivencia que por dejarle energía para razonar con claridad.



La madre de otra paciente describe las horas y horas que pasa su hija estudiándose los temas. Nunca le parece que se los sepa lo suficientemente bien. A pesar del tiempo que le dedica, se siente insegura, quiere tener la certeza no ya de que aprobará, sino de que sacará buena -sobresaliente- nota. En el instituto están muy contentas con ella: “Es tan responsable”, la halaga la tutora.


Una queja habitual de la pareja del perfeccionista es la del abandono de las actividades de ocio, de las salidas familiares, incluso del descenso de las relaciones sexuales. Todo ello derivado del excesivo tiempo, ocupación y escrupulosidad que le dedica a sus “obligaciones”. Esa rigidez e imposición de normas se reflejan en las molestias que les causa cuando se alteran sus rutinas y cómo va organizando su vida para que eso no suceda. M. llevaba años yendo a cenar con su familia al mismo bar todos los viernes, cuando le planteé cambiar desplegó una sorprendente capacidad para racionalizar su comportamiento, lo que, sin duda, le permitía sortear con soltura cualquier propuesta externa y haría desistir a familia y amigos de volver a sugerirle un poco de color en la monotonía reinante.



Tenerlo todo bajo control tiene que ser muy estresante. Si los cuerpos humanos hubieran seguido la misma tónica de los últimos años en la fabricación de electrodomésticos con fecha de caducidad tras un periodo de uso, seguramente los perfeccionistas habrían desaparecido de la faz de la tierra. Pero no, nuestras células y demás estructuras orgánicas aguantan “carros y carretas”. Un día el cuerpo y/o la mente empieza a protestar, claro. Pero esas quejas se muestran habitualmente alejadas de su verdadera causa.


En general, acuden por problemas de ansiedad, que prolongados en el tiempo han derivado en problemas del estado de ánimo. O están extremadamente susceptibles - se enfadan si una mosca cambia la dirección de su vuelo- o se han obsesionado con algo, o… Rara vez son conscientes del verdadero trasfondo de su problema.
Ser perfeccionista es un lujo para el empresario que lo contrata. Es cierto que muchas veces puede ser un lujo temporal. Pero da gusto ver la capacidad de trabajo, entrega, prolongación de jornadas, organización,… que tiene este empleado ejemplar. Eso mismo lo comentan en su entierro:


- Una pena lo del infarto… era tan buen trabajador.


La línea que nos permite distinguir el sano afán por mejorar respecto a la patología del perfeccionismo, es cómo interfiere en su vida, hasta qué punto y en qué áreas está afectando
Ya sabe, si nota que le molesta escuchar a los demás porque le parece que pierde el tiempo, si parece que existe un listón que le marca a dónde tiene que llegar para poder sentirse satisfecho en casi todas las tareas que emprende, si se cambia de ropa cinco veces antes de salir o se queda delante del espejo una hora buscando la sombra de ojos más adecuada, si su familia ya no se acuerda de cómo era su cara,… es muy posible que sea usted un perfeccionista.


Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero. Como ve, tiene suerte en el fondo, el perfeccionismo es posible que le otorgue la santidad a través del sufrimiento. Para algo habrá servido llevar veinte años haciendo la cama sin un doblez.

2 comentarios:

Irreverens dijo...

Ahí m'has dao donde más duele, queridísimo Walden.
:)

Afortunadamente hace ya tiempo que soy muy consciente de mi grado de perfeccionismo y, como diría aquél, me estoy quitando.

Besos

Walden dijo...

Me ha alegrado mucho volver a ver a mi conejo preferido (no sé si suena bien esto) comiendo zanahorias.
Está bien eso de ir autodesmontándose, es una de mis tareas habituales.

Un beso