martes, 29 de diciembre de 2009

La ilusión como remedio





Conozco pocas cosas tan terapéuticas como la ilusión. De hecho, cuido mucho que en la composición de lo que prescribo haya siempre una dosis suficiente de ella. En la investigación, a la ilusión se la denomina placebo. Placebo es un término más científico, pero muchísimo más gris y plomizo. Cuando descubrí que el cariño que me declaró Carmen en 5º de EGB era placebo me sentí bastante mal y tuve que recurrir durante un par de semanas al consuelo de las onzas de chocolate Elgorriaga, que tenían una composición empíricamente anti-depresiva. Juré, como Escarlata, poniendo a Diós por testigo, que no volvería a dejarme seducir por ningún placebo, pero a mí me duró poco la intención y entre desdecirme o volverme ateo, opté por lo segundo. Así, ya en sexto, en pleno endurecimiento emocional, le pregunté a Joaquina si sus intensiones eran ilusionantes o me estaba dando placebo. Ella me dijo: "No sé... pero tú no te hagas ilusiones" O sea, la frase ideal para que uno no pare de beber esperanza a todas horas del día y especialmente de la noche.

La ilusión, en sí misma, es de las emociones que más satisfacción me ha proporcionado, por lo que las pocas veces en que el traje imaginado no ha coincidido con la talla real, me lo he tomado como la calderilla que se ha de pagar por seguir disfrutando de todo lo que está ahí fuera esperando para sorprenderte.
Al salir de un largo coma, un famoso paciente comentó que lo que había influido definitivamente en el cambio fue una frase que recordaba vagamente: "El paciente tiene el corazón a galope de caballo". "Comprendí, de alguna e ilusionante manera, que lo mío tenía solución, que mi cuerpo estaba respondiendo". En realidad, en el argot, el médico estaba deshauciando al paciente.

Las esperanzas de que al fin se cumplan los planes, tantas veces postergados, la ilusión del "borrón y cuenta nueva", de cruzar ese río imaginario que corta el tiempo en periodos manejables y salir impoluto y dispuesto, de perder los kilos o de ganarlos, de cortar la relación o de empezar al fin la verdadera, de que las miradas cuajen en aquello que comentan a discreción, de gastar menos o gastarlo todo, de desprenderse de las llaves que te tienen preso, de despojar a la ansiedad de su retórica amenaza, de utilizar el hoyo de la depresión para tomar impulso, de fantasear sin cortapisas aunque sólo sea porque la fantasía aún no está sujeta a derechos de autor,... Oh, la ilusión.

Mi amiga, la que ejerce de contrapunto aguafiestas, dice que levito demasiado y eso no es bueno para un psicólogo, que no está bien separar los pies de la tierra, y probablemente para muchas cosas tenga razón, pero aunque levitar no garantiza la felicidad, todavía no conozco a nadie que por no perder el contacto con el suelo haya logrado evitar el porcentaje de sinsabores que razonablemente le esté dado recibir.

Las prescripciones, las metáforas, los dibujos indescifrables, los experimentos, las conversaciones, la escucha atenta, las técnicas, las terapias estandarizadas,... todas las intervenciones de todos estos años han estado bañadas siempre en esa misma fórmula magistral .

Mi respeto y admiración a todas las que siguen luchando por ser mejores personas y, A PESAR DE los dificultades y las trampas del camino, decidieron beber un poco de ese elixir y tirar para adelante en busca de lo que están a punto de construir.

¡¡Feliz y siempre ilusionante año 2010!!












martes, 15 de diciembre de 2009

La anguila escurriéndose entre mis dedos




Capítulo 1: Soñar, tal vez pensar.

En mi tierna infancia dividía el tiempo entre la contemplación y la ensoñación a partes iguales. Sentado en el escalón de mi casa miraba y fantaseaba por turnos pares. No sabía hasta qué punto aquel niño con pantalones cortos era una extensión del terreno que lo había abonado, ese que ha contemplado, sentado desde la costa, distintas invasiones y asentamientos mientras se dejaba seducir por el sempiterno horizonte sin bruma. Alguien llegó, pasó a nuestro lado, nos dejó la nariz gordezuela y los apellidos mezclados, luego otros echaron tierra encima hasta hacer olvidar cualquier vestigio de cultura anterior. Puede pasear sin temor a que un fenicio lo atraque en cualquier esquina.
Hace poco, sin duda alentados por tan prometedor pasado, llegaron otros y también nos invadieron. Nos echaron de la costa y de la marisma. Pusieron unas chimeneas que criaban humo en lugar de dátiles y empezaron a mear por delante y a cagar por detrás. Alguna vez se irán. No los echaremos. No echamos a nadie. Se irán cuando tengan que irse, sin más.

La historia, nuestra historia individual y colectiva. Yo miraba y soñaba, mientras Huelva, distante y gris, era invadida y la anguila se escurría entre mis dedos en la Punta del Sebo (una playita que teníamos en la ciudad antes de que la última invasión la convirtiera en vomitorio oficial y subvencionado).

Capítulo 2: Obediencia ciega

Un día, Alberto (Einstein) decidió comprarse un fondo de armario con trajes idénticos y de esa forma ahorrarse la pérdida de tiempo que supone la autocontemplación, la duda y la coquetería. Podríamos decir que fue un pre-maoísta.
En algún momento, de forma inconsciente, comencé a aplicar la útil estrategia de la obediencia ciega. Ahorra mucho tiempo. Si estoy en unos grandes almacenes y un monitor de televisión me dice que tengo que comprar un pela-ajos milagroso, lo compro y voy saltando de alegría hasta estampar el útil en el cajón olvidatodo de mi casa. Con el tiempo, el cajón se convertirá en la habitación olvidatodo y de seguir así, no es improbable que acabe durmiendo en la caseta del perro, guardando a mi casa milagrosa.
Obedecer ciegamente tiene muchos beneficios, como puede ver.

Capítulo 3: La queja como pegamento emocional

Mi repertorio de quejas siempre ha estado más relacionado con lo colectivo que con lo individual. Probablemente porque mi objetivo no era tanto ser aceptado por el otro (sujeto abstracto), como por la comuna, o porque para jugar al mus hacen falta más de dos.
Si usted está atascado por la historia previa, por las invasiones bárbaras o por la queja sistemática como pegamento emocional (mientras me queje, alguien tendrá la obligación de oírme, de estar), ¿quién soy yo, siervo de todas las irrupciones físicas y mentales en mi trémulo córtex pre-frontal, para pedirle que deje de sufrir y actúe?

jueves, 10 de diciembre de 2009

La avenida de la Astrología


¿Qué sería de nosotros, los que nos dedicamos a la Salud Mental, los que nos pisamos el suelo de la realidad de las cosas, sin los Astronautas o los Astrólogos?

¿Qué pensarán las células madres o padres, allá, cuando tengan el gozoso privilegio de acabar con todas las enfermedades degenerativas o incluso generativas?

Y cuando, detenido por fin el avance de la gran calva ozónica planetaria, las nuevas generaciones puedan disfrutar de un aire libre y puro y sintamos la satisfacción de decir: yes, we could.

Ahora, HOY, al fin una sociedad en la que por el mero hecho de nacer en ella podrás ser lo que quieras ser, hablar tres idiomas y conocer a astronautas o astrólogos, o viajar en transportes que vuelan, o incluso teletransportarte si necesitas llegar antes, donde se aprovecha el sol y el viento para encender bombillas y la mujer y el hombre pueden acceder por igual a cualquier puesto laboral y compartir las tareas tediosas del hogar y la cinemateca. Una sociedad en la que puedes encontrar un empleo sin que el anacrónico temor partidista a perder el poder cope cualquier puesto que sea susceptible de ser copado, aparte de los propios del terruño y de las labores de recolección hortofrutículas (todos ellos de libre disposición para la ciudadanía), donde los subsidios se dan para hacer personas libres e independientes y no para perpetuar el analfabetismo político y el miedo al cambio, donde el modelo productivo es el guía que canaliza los recursos sociales y económicos y no la cultura de lo inmediato y lo rentable.

Una Administración moderna y eficaz. Un servicio de salud impecable y envidiado por todo aquel que lo conoce y aún más por los que lo desconoce. Un sistema educativo dotado de pizarras virtuales y lapiceros láser, con un ordenador por niño y otro por niña, compartiendo y aprendiendo a ser ciudadanos y ciudadanas tecnomodernos y ecoresponsables.

No nos conformamos, nuestros hijos empujan y también quieren compartir nuestra gloria y nuestros sueldos.


Dice “El Roto”: “En los bolsillos vacíos nacen piedras”

jueves, 3 de diciembre de 2009

SI VEO A UN PINGÜINO, MAÑANA ME TOCARÁ LA LOTERÍA



- Si me encuentro con un pingüino, mañana me tocará la lotería.

Si pisa una caca de perro o de ser humano despistado, ¿compraría lotería?. Si sueña que le ocurre una desgracia, ¿la cuenta?, ¿lo contaría si, por el contrario, hubiera soñado que por fin Clooney le hace caso?

Un alto cargo de la administración local, recién regresado de un viaje a Turquía, dos días después de un accidente de avión en el que perdieron la vida muchas personas yendo a ese mismo destino, me comentó sentando cátedra:

- Está comprobado estadísticamente que después de un accidente es la mejor fecha para viajar.


Al preguntarle al paciente que va tocando todos los picaportes, de todas las puertas, de todas las calles por las que pasa (razón por la cual cada vez sale menos andando) me explica que “si no las toco algo malo me pasará a mí o a mi familia”

Una hija recrimina en la consulta a su padre por el razonamiento “absurdo” que realiza respecto a lo que le aqueja. Le pregunto entonces cuál es la causa por la que ella da dos vueltas todas las noches para asegurarse de que nada se queda encendido y me responde que es “para poder dormir tranquila”.

Una amiga mía hace frecuentes y profundos análisis psicológicos de personas que apenas conoce a partir de alguna frase, mirada o conducta que observa. Dice que tiene mucha intuición y mucho mundo y que esa es la mejor psicología. Una vez que se ha formado dicha imagen, los datos que van desmontándola los obvia con la misma facilidad con la que la construyó.

¿Por qué me late el corazón tan deprisa?
Respuesta 1: Me va a dar un infarto
Respuesta 2: Me he asustado
Respuesta 3: Algo bueno me va a pasar

El pensamiento mágico es un elemento muy frecuente en algunos trastornos, uno de ellos es del que hablaba en el post anterior: el TOC. La persona ritualiza con el fin del librarse de los pensamientos que la atormentan. Otro concepto frecuente en estos trastornos es el de Fusión Pensamiento-Acción. Los más llamativos son los relacionados con aspectos morales: La persona considera que si ha pensado en Mónica Belucci duchándose con él eso tiene la misma implicación que si hubiera sido real (no estaría mal), con lo cual, si es muy estricto en tal sentido, puede acabar con un silicio en el muslo.

Si le gusta coleccionar supersticiones o si está convencido de que pensar es lo mismo que hacer, al menos procure elegir alguna con gracia del tipo: cada vez que vea un pingüino en un ascensor compraré lotería ¡me haré millonario!.

Por cierto, ¿ya saben que este año el gordo acabará en 69?

jueves, 19 de noviembre de 2009

Cómo dejar de pensar (definitivamente) en Mónica Belucci



- Necesito dejar de pensar en Mónica Belucci, ¿me puede ayudar?

Todo cansa, ya ve. Hasta tener en la cabeza permanentemente a Mónica Belucci (o a G. Clooney). Quien lo diría. Si usted es psicólogo y pasa consulta sabrá que muchas personas vienen a que les saquemos cosas de la cabeza o a que les pongamos otras. Somos una especie de peluqueros. “Córteme estas puntas y luego me alisa….”. Comienza entonces una operación en la que a veces encuentras obsesiones donde pensabas encontrar preocupaciones.

Las obsesiones crecen en unas islitas particulares, allá al fondo del cerebro. El problema es que se parecen a la “mala hierba”, o sea, esa que crece en cualquier sitio y que parece no necesitar ni agua, ni sol para dominar el territorio asentado.
Para que florezca una obsesión se necesita un abono específico. El abono “perfeccionismo nitrogenado” facilita el crecimiento de una gran variedad de plantas de esta índole, Si abona con “Responsabilidad excesiva” las obsesiones tendrán otro sello distinguible,…

Descifremos la anatomía de estas plantas. Generalmente están compuestas de:

Una situación disparadora
Una o más obsesiones
El malestar o ansiedad
Los rituales

En todas las obsesiones hay una SITUACIÓN DESENCADENANTE. Lo malo es que no siempre es evidente porque muchas veces ese disparador es un simple pensamiento, un recuerdo, una sensación corporal,..

Luego encontramos la OBSESIÓN en sí. Las obsesiones son procesos automáticos que no dependen de la voluntad. Esto parece ser difícil de entender para el común de los observadores, incluyendo a la propia familia. Por eso oímos tantas frases del tipo: “Tú lo que tienes que hacer es no pensar en eso”.

Las obsesiones, en su tierna infancia, son sólo pensamientos vulgares, no distinguibles de los otros miles de pensamientos que circulan por la misma vía. Sin embargo, un buen día, sin venir a cuento, el guardia de tráfico las detiene y les pide el permiso de circulación:

- Lo siento, usted no puede circular por esta ciudad.
- ¿Cóooooomooo…? Si llevo …. años... Si no he hecho daño a nadie… si….
- ¡¡¡¡Que se vayaaaaa!!!! ¡Márchese, señor pensamiento no deseado!
- ¡Léame mis derechos! ¿Dónde está escrito que está reservado el derecho de admisión?
- Agrrrrr

Ese señor tan aguerrido con bigote y pinta de guardia pertenece al Cuerpo Especial de Valoración de Pensamientos Inadecuados. Sí, ya sé que necesita un psicólogo, pero no se aviene a razones, ha sido entrenado para un permanente: “¡Señor, sí señor!”. Cumple órdenes estrictas, sin más.

Tras este enfrentamiento, la otrora tranquila ciudad, comienza a notar cierto MALESTAR incipiente. Primero guardan la esperanza de que el bigotudo de uniforme imponga por la vía rápida la disciplina y expulse al intruso. Al fin y al cabo lo contrataron para eso, como a Clint Eastwood en “El jinete pálido”. Todos miran por las ventanitas de sus casas para ver si pueden volver a la normalidad. Pero no. Cada mañana, en cuanto suena el despertador todos miran inmediatamente a ver si sigue ahí el pesado… y ¡efectivamente!, ahí está, creciendo con cada sermón del servicio de vigilancia. ¡Qué dirán los vecinos de al lado, si se enteran!

Hay que buscar una solución. Algo que acabe con esto. Que evite que vuelva a aparecer y permita de nuevo una circulación fluida y en paz. Una de las cosas que dan más resultado suele ser bastante simple: bajar las persianas. Ya se sabe, ojos que no ven…. A esa conducta que produce cierto alivio las llamamos RITUALES.

Bien, ya conoce usted ciertos aspectos básicos de las obsesiones. Volvamos a Mónica. ¿Podrá el Cuerpo Especial, venido directamente de un cursillo intensivo de los jardines del Opus Dei, echar a la Belucci del Paraíso? Por favor, mire la cartelera de arriba.

¿Hace falta que le responda?

miércoles, 11 de noviembre de 2009

Revolución

El estado de las cosas puede cambiar de muchas maneras: por el peso del tiempo, por el empuje de los insatisfechos, por la decisión de los interesados,… y también por el corte radical, por la revolución.

¿Quiere usted la vía rápida o la lenta? (Ya saben, mi pregunta preferida)

Todo el mundo entonces, parece un revolucionario. “Quiero cambiar ¡ya!”

- Primero necesito que llegue aquí un día y me diga que todas las personas de su entorno le dicen que lo encuentran mejor.
- Pero… eso lo puedo conseguir incluso fingiendo.
- Pues finja.

Entonces la persona deja de quejarse, o hace el viaje soñado, o regala una rosa, o habla de los buenos tiempos,… Cambia… por fuera. Los demás están sorprendentemente contentos y comienzan a enviar a nuevos pacientes a la consulta. Pero el usuario está sentado en una silla y sigue observándose, mira sus miedos, la sensación de ahogo, la ira, la apatía,.. todo aquello que aún sigue identificando en su interior y un día me pregunta cuándo le tocará a él.

- Ahora ya tiene “engañado” a todo el mundo, puede permitirse centrarse en usted.
- ¿Y cómo lo hago? Me da miedo todo; no tengo ganas de nada; todo me parece horrible,..
- Tómese un 10x10.

La parte más fácil de todas las revoluciones siempre ha sido la toma del Palacio de Invierno. Lo difícil viene después. Hay que instaurar un nuevo orden. El cambio se manifiesta en lo cotidiano, en el nombre de las calles, en el color rojo de otras fiestas del calendario, puedes pintar las paredes hasta que vuelvan a perseguirte por las nuevas pintadas y puedes hablar de todo aquello que el miedo antes sólo te permitía susurrar. Pero ahora toca cambiar las estructuras, cambiar las gafas de mirarse hacia adentro.

En un curso de dibujo en Internet puede leer esto:

El cerebro humano se encuentra dividido en dos hemisferios, con capacidades y aptitudes diferentes y complementarias. El hemisferio izquierdo es el que se ocupa de lo lógico, las estructuras , el orden, el análisis. El hemisferio derecho, es el intuitivo, el que percibe la totalidad, el irracional. Para dibujar debemos liberarnos el control que ejerce sobre nuestros actos el hemisferio izquierdo, y dejarnos llevar por la parte libre e intuitiva.

Después te ponen unos ejercicios en los que tienes que dibujar un objeto puesto del revés, para evitar que la imagen que tienes de ese objeto interfiera en el acto simple de repartir líneas y curvas por aquí y por allá. O te piden que dibujes los huecos en lugar de los objetos. El resultado final siempre es asombrosamente mejor.

Puede aprender que el “ahogo” es una consecuencia de la forma de respirar justo en ese momento. Ahora viene el tramo final revolucionario: hay que cambiar aquellas cosas que le llevan a vivir con ansiedad, convirtiendo ese "ahogo" en algo tan desagradablemente familiar. ¿Se atreverá a tomar La Bastilla?

miércoles, 4 de noviembre de 2009

¡¡No me da la gana!!


Abandono. Me rindo. No puedo más. Lo he probado todo y tengo una terrible sensación de derrota. Antes luchaba porque el sentimiento de culpa no me permitía postrarme en mi desaliento. Es mi hijo, tengo que seguir intentándolo, tiene que haber alguna forma… Frases como estas me impulsaban de nuevo. A lo mejor si… Nuevos-repetidos intentos; el mismo triste resultado.
La distancia cada vez es mayor. También con mi pareja. No nos ponemos de acuerdo. Nos arrojamos el enfado como si así lo pudiéramos expulsar de nuestras entrañas. Te sientes sola, entonces. Incomprendida, preguntándote qué has hecho, en qué te has equivocado. Se lo he dado todo. Le he comprado de todo. Ya no queda nada a lo que aferrarme, algo que pueda utilizar como un último chantaje. Un juguete, un objeto, alguna novedad con pantalla y teclado,… El valor se fue perdiendo dentro de la abundancia.

Lo veo arder por dentro, siempre exigiendo, siempre descontento, enojado,.. Fuera es diferente. Sus amigos dicen que es un tío de puuuuta madre. En casa rezamos para que llegue de buen humor, para que no haya tenido ningún contratiempo, para que el escalón no le juegue la mala pasada de engancharle la suela del zapato, para que la fruta esté lo suficientemente madura y no lo obligue a estallarla contra la ventana, para que el televisor no cambie la programación, para que…
¿Cómo he llegado hasta aquí? No lo sé. Me pierdo en los recuerdos, en los pasos. No me da reparo decir que siento más temor que amor. El día a día ha acabado horadando la esperanza, la ilusión,… soy como un hueco con piernas, aquellas largas piernas que me paseaban a saltos por la vida, pobre sostén ahora. Lo siento. Abandono. Me voy. Junto a esta nota encontrarás las llaves. Todas las llaves. Las que abren, las que cierran, las que arrancan y las que paran, las copias de las que abren y las copias de las que cierran. Ninguna me sirve ya. También te dejo tu frase preferida de todos estos años: “¡¡No me da la gana!!”. A mí tampoco, mira, algo aprendí.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Ensalada de pollo





¿Se ha sentido alguna vez atrapado, sin posibilidad de cambiar nada?. Es como si la vida tuviera un guión en el que le hubiera asignado el papel de sufridor o sufridora. Muchas de las personas que acuden a la consulta están sometidas a situaciones inescapables. Están pilladas en una encrucijada, en una especie de punto sin retorno en el que hagan lo que hagan parece que van a perder. La capacidad para sobreponerse a estos episodios la llamamos resiliencia.
Podría hacer el siguiente experimento: dígale a alguien que extienda el brazo, que va a comprobar su resistencia. Vaya colocándole entonces peso encima poco a poco. Observe qué sucede. ¿Aguantará?

- Vamos a comprobar su resistencia. ¿Podría extender el brazo con la palma abierta hacia arriba, por favor?

La persona extiende el brazo complaciente, y yo comienzo a volcar encima, uno a uno, todos los manuales de Vicente Caballo, que están especialmente diseñados para que no los puedas leer en la cama, así como cualquier otro que tenga un grosor considerable. Conforme el montón va creciendo, el brazo sigue la lógica de la física y va bajando. Probablemente en ese momento no sepan muy bien en qué consiste el “juego”, pero por alguna razón siguen aguantando y aguantando, como si en el precio de la consulta hubiera una cláusula que obligara a ello. El brazo comienza a temblar y no sin cierta sensación de apuro, la persona “se rinde” y deja que su brazo se aplaste sobre la mesa. Podrían haber parado antes: “Esto pesa demasiado, dígame para qué sirve ”. Pero no. Sólo se rindieron cuando su brazo claudicó. Sólo se rindió cuando no fue capaz de levantarse de la cama, cuando la ansiedad no la dejaba salir de casa, cuando las disputas se sucedían en escaladas cada vez más violentas, cuando… cuando ya las consecuencias eran así de evidentes, como el peso sin sentido de estos libros sobre el brazo .

- Ahora vamos a hacerlo al revés. Usted coloca los libros sobre mi brazo extendido.

“¡Qué psicólogo más solidario!”, pensarán.
Voy echando un vistazo a los libros que me va colocando. “Ah, no, este no me gusta” – lo aparto. “Bueno, este me gusta pero no estoy dispuesto a soportarlo ahora. ¡Fuera!”. Lo vuelvo a apartar, y así me quedo sólo con uno o dos, el resto los coloco encima de la mesa.

- ¡¡Aaaah, eso no vale!.

¿No vale? El estoicismo lo reservo para lo que no tiene solución. Para el resto, actúo.


¿Cuántos libros puede usted cargar sin rechistar? ¿Cuántos son estrictamente necesarios? ¿Quién le dijo que tenía que aguantarlos? .

Si no es capaz de dar ese primer paso, quitar ese primer libro, será difícil que se embarque en tareas más gratificantes, como beber el sol de otoño en una terraza leyendo las prisas ajenas o planear una mousse de chocolate con espuma de coco mientras se arrellana en el sofá para ver la sexta (buenísima) temporada de House.

En “Un toque de infidelidad”, el padre le dice a Larry (Ted Danson) : “…de ti depende hijo mío, que tu vida sea caca de pollo o ensalada de pollo”. Luego vemos al actor junto a Isabella Rossellini montados en una moto demodé, dejando atrás los residuos de pollo. Te entran ganas de escaparte, porque siempre tienes algo de lo que escaparte. Y una vez que el romanticismo te permite volver a comer gusanitos, te das cuenta, felizmente, de que todo tiene sentido.

Las personas se van de la consulta con su brazo dolorido. Uno quiere creer que empezarán a desmontar todos aquellos libros que son una carga innecesaria. Luego, otro día, vuelven y entonces empezamos a hablar sobre cómo llenar ese nuevo e inexplorado espacio, y entonces siempre, siempre, recuerdo aquella reseña literaria sobre “Juegos de la edad tardía”: “… cómo envidio a todo aquel que no le ha hincado el diente aún”

lunes, 19 de octubre de 2009

La puerta del infierno


En una remota república de la antigua URSS, en el centro de Asia, se encuentra Darmaza, una pequeña población enclavada en un paisaje desértico. En los años setenta, geólogos de la Unión Soviética buscaban en el subsuelo de esta zona bolsas de gas natural. Durante la perforación dieron con una enorme cueva subterránea que provocó el desprendimiento de la maquinaria y del costoso equipo que utilizaban. Hicieron un primer intento por rescatarlo, pero las mediciones reflejaban una gran cantidad de gases tóxicos, por lo que decidieron eliminarnos por combustión. Una cerillita y dentro de unos días aquí paz, allá gloria y un pozo calcinado para que los darmazianos jueguen a las canicas.

Al día de hoy, más de cuarenta años después, el socavón sigue en llamas, presentando una imagen que debe ser la contraria a aquella otra celestial a la que uno se imagina reservado, cuando gana puntos cediendo el asiento a la señora mayor del carrito en el autobús.

Cada poco tiempo llega alguien a la consulta para que le ayude a extinguir un cráter incandescente que se incendió algún día, tiempo atrás, con un desengaño amoroso, una venganza, una traición, un desaire, una disputa, una afrenta, el abandono,… Esa llama que crepita con cada mirada, con cada recuerdo, con cada visita, que tiene el extraño poder de atraparte, como aquella otra de las chimeneas, de las hogueras, de todos los fuegos, que sube desde las entrañas y te va quemando a su paso por dentro.


Hace poco leí la última entrada de un blog en el que la autora se despedía para marcharse camino a Darmaza, para apagar la desazón que le producía un amor no resuelto. Los geólogos fueron también allí, abrieron un prometedor hoyo que comenzó a emanar gases, otros, no los deseados, luego no supieron qué hacer sino más de lo mismo, aunque la situación fuera completamente diferente. La solución se convirtió en el problema. Durante bastante tiempo estuvieron esperando a que el gas se consumiera, a que lo que habían intentado diera sus frutos; unos días, unas semanas,… Finalmente se marcharon.

Los fuegos arden en el estómago, pero se encienden en la cabeza. En las consultas tenemos bengalas de colores; otros fuegos, otros caminos,…dejamos abierta la puerta del infierno, pero sabemos que no es necesario cruzarla.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Ritmo


Me gusta salir a hacer fotos buscando un motivo concreto: un color, tonos de cielo, calcetines, baldosas, ritmo,.. El ritmo es uno de mis motivos fotográficos preferidos. Está ahí, esperando a que lo veas.

En la consulta también hay ritmos. Son ritmos no fotografiables, inasibles e intangibles. Sólo existen si eres capaz de construirlos.

Canon en Re mayor, Johann Pachelbel



Para bailar esta pieza se necesita que cada miembro del ballet interprete el mismo papel una y otra vez, como si hubieran descubierto el paso sublime y cualquier otra opción sólo pudiera destrozar la obra. Los ves bailar y te gusta, adivinas que tras el preludio aparecerá el nudo, con más fuerza y también con más conflictos, pero no, no avanza, se queda ahí, en un bucle, que diría Buenafuente.


Without you, versión de M. Carey


La cantante de la orquesta empezó cantando esta canción. Los comensales estaban acabando los postres y los novios vagaban de mesa en mesa entregando con la derecha y recogiendo con la izquierda. Ellos se miraron con complicidad y salieron decididos a la pista vacía a bailar su canción. Románticos y empalagosos a partes iguales, se entregaron a la balada con los ojos cerrados, apoyados uno sobre el otro, levitando por efecto de esa emoción que te vuelve ingrávido, ajenos a los quinientos invitados, al zigzagueante ir y venir de los camareros, a los padrinos y a los novios. Una comunión perfecta. Apenas sabiendo lo que la canción ya adivinaba: que algún día no se levantarían a bailar, no cruzarían la mirada cómplice ante la misma canción, que un martes, a las siete, estarían sentados uno junto al otro en otras dos sillas delante de un psicólogo con gafas y cara de cura circunspecto.
“But I guess that's just the way
the story goes”

Peer Gynt Suite No.1, Op.46 - 1. Morning mood, Eduard Grieg


Peer está sentado sobre está montaña roja travestida de sillón de consulta. No quiere bailar con nadie, quizá hubo un tiempo en el que se dejó llevar por todos los bailes, por todas las melodías, pero ahora parece disfrutar de esta nueva brisa silenciosa. Al menos eso dice. Viene a librarse de las ataduras, no a recuperar a aquel otro que algún día fue, aquel que vivía libre sin necesidad de vocear su libertad. Me levanto y pongo el primer movimiento en el picú y lo dejo sumergirse en su destino.



Wonderful tonight, Eric Clapton


Ella le dijo que tenían que hablar. No hablaron, o más bien siguieron hablando de sus cuitas cotidianas de intendencia, esas que permiten alargar la convivencia sumida en un contrato tácito de organización: él tira la basura y plancha; ella hace la comida y recoge a los niños.
Si te dicen: “Tenemos que hablar” ya sabes que tu relación está en peligro, o lo que es peor, que no te has dado cuenta hasta ahora de que tu relación estaba en peligro.
El baile de la despedida es más traumático que el de la ilusión, es más un tango que un vals, te alejas sólo en apariencia, en el último momento tiran de ti hasta caer de nuevo en los mismos brazos, y quedarte cara a cara, en un nuevo intento de mirarse a los ojos.
Suena en el mp3 subcutáneo aquella canción de Eric Clapton, cuando "ella estaba maravillosa". Entonces me levanto y les doy un ficus traidor para que lo cuiden. Es una maceta preciosa, de un verde que invita al optimismo. La tierra está llena de partículas de nitrógeno y durante un tiempo no hace falta nada especial para sentirse orgulloso de ella, al poco, no obstante, comienza a palidecer, aumentas el riego, lo disminuyes, lo cambias de sitio, más sol, menos sol, posos de café,… nada. Se acostumbró a la melodía que rezumaba el nitrógeno, aquellos sonidos que se fueron diluyendo en el fondo de la tierra de la maceta, esos que ahora son pálidas manchas en el negro compost. Sólo si descubres a tiempo ese pequeño componente que apenas salpicaba aquí y allí la tierra, aquel que un día sirvió para que resplandecieran las hojas tersas y carnosas mientras la llevabas satisfecho a tu hogar, sólo entonces tendrá mi querida maceta alguna oportunidad.

martes, 29 de septiembre de 2009

Poemas borrados


Hace años coincidí en el espacio y en el tiempo con otras tres personas en una , llamémosla casa, durante cerca de un año. Podría decirse que la situación era similar a la de “A puerta cerrada”, de Sartre, o más recientemente, a la de Gran Hermano, pero a diferencia de esta última, el premio consistía simplemente en lograr salir, si era posible con vida y cuerdo.

El único y curioso elemento común era nuestro amor por la poesía. Nos sumergíamos en los versos para colorear la gris rutina cotidiana. Un día, casualmente, descubrimos que compartíamos esa afición y un poco más tarde, envalentonados por el dominio que manifestábamos de la materia, decidimos publicar un libro colectivo, convencidos de habernos inyectado en vena los suficientes sonetos como para poder plasmar cualquier anhelo con dos certeras pinceladas.

Yo sólo podía escribir poesía si estaba enamorado y no era correspondido, circunstancias ambas que concurrían a la sazón. A mis compañeros les bastaba con escuchar a J. Joplin o, simplemente, con ponerse a ello. Así pues nadie tenía obstáculo alguno para la labor propuesta.

Cada jueves debíamos hacer una puesta en común, pero cada lunes, para afilar nuestro ingenio, intercambiábamos libros. Entre un día y otro los leíamos, pero a mí, después de ver aquellos poemas comprendía que los míos no podían tener mejor fin que la papelera. Algo similar le sucedía a los demás. Cuanto más empeño poníamos en amueblarnos mutuamente las cabezas con poemas seleccionados, menos capacidad teníamos para la tarea.

Para debatir las causas y encontrar las soluciones, nos encerrábamos por las noches en el viejo y lóbrego archivo de legajos polvorientos, abríamos alguna botella de licor, a falta de absenta, y bebíamos para despejar incógnitas. Conforme se vaciaba la botella seguíamos sin encontrar motivo alguno para el “síndrome del estancamiento”, pero los poemas fluían con una facilidad pasmosa y a la postre, cuando el caudal de metáforas dejada de manar, rescatábamos aquellos poemas borrados del fondo de las papeleras, filtrados ahora por los piadosos 45º de alcohol del Cointreau, el Ristoff, o lo que cayera.

Una paciente me dijo hace poco que había llegado a la conclusión de que el mecanismo por el que mermaba su autoestima era "su manía" por fijarse en todas aquellas personas que hacían o se comportaban socialmente como a ella le gustaría hacerlo, luego se comparaba y se centraba en sus “limitaciones”. Antes de adentrarnos en la terapia le conté la historia anterior, en la que elegíamos entre “ser Rimbaud o no ser” y cómo ese planteamiento nos producía una desazón similar a la del infierno de “A puerta cerrada” . Mientras nos mantuvimos en el empeño no pudimos disfrutar plenamente de la camaradería y de los petit-fours que nos brindábamos, y dejar de utilizarlos como varas de medir nuestra capacidad para generar otros pastelitos sublimes como los que nos comíamos.
Yo le prometí rescatar un poema y ella rescatarse a sí misma.

martes, 15 de septiembre de 2009

El día que salvé a Obama (2)



Nada más entrar vamos corriendo a ver a los patitos. Y nada más vernos, Obama comenzó una extraña representación de lo que podría denominarse “un pato mareado”. Giró sobre sí mismo un par de veces, entornó los ojos como aviso de caída inminente y tras chocar contra las paredes de su casita de cartón, completó el número con un par de espasmos que nos dejó a mi hija y a mí tan asustados como alegres llegábamos del cine.

Durante dos semanas estuve con aquel padre fabricando juguetes. Le pedí que eligiera entre hacerse mago o fabricar juguetes clásicos y elgió lo segundo. Quería recuperar la relación con su hijo, así que cambiamos el lamento por la indiferencia filial, por la acción pura y dura. En lugar de estar "junto" al hijo cuando el horario se lo permitiera, decidimos que estuviera "con" él, haciendo, compartiendo. Recuperamos algunos de sus juguetes de la infancia: la pandorga (cometa), los patinetes con rodamientos, las canicas de barro, un pimball, etc.


Cogí a Obama y empecé a humedecerle el pico. Estaba frío. Le caldeé el cuerpo entre las manos. Mi hija pequeña observaba temerosa. De pronto comenzó a sorber. Luego le dimos algo de comida en la palma de la mano. No estaba seguro de si había sufrido un ataque de pánico, si se había deshidratado, si estaba debutando como histriónico o si, simplemente, su compañero Beckahm no le había dejado probar bocado,.. El caso es que, aunque débilmente, comenzó a dar muestras de recuperación.

Al cabo del mes llegaron a la consulta padre e hijo. Por primera vez venían los dos juntos. Antes siempre había venido con la madre. Más que terapia, querían que les aclarara un detalle de un pimball.

En la película "Ex" unos padres divorciados discuten delante del juez por evitar la custodia de sus hijos, a los que calificaban de inaguantables ("No se lo querrá usted creer, pero lo que quieren es que los lleve a la ópera,a los museos,..."), alegando que sus trabajos no les permitían dedicarse a ese tipo de tareas. Sin embargo, el juez los condena a llevar juntos a ambos a todos esos sitios. Algunos meses después, los padres vuelven al juzgado a agradecerle al juez la idea, porque aunque dan alguna cabezadita entre canto y canto, nunca se lo habían pasado tan bien juntos (entre otras cosas porque nunca habían estado verdaderamente juntos en ese mismo sentido).

Cuando pasé por delante de su habitación, ya por la noche, mi hija pequeña me llamó:

- ¡Menos mal que estabas aquí, papi!

Sí, menos mal que estamos ahí.

jueves, 10 de septiembre de 2009

El día que salvé a Obama (1)


- El niño se está comportando de una manera muy extraña.
- ¿Qué quiere decir? ¿Ya no juega a la Play?
- No, eso no. Pero me grita en cuanto le digo que haga algo.

Los cazadores recolectores dedican una media de tres horas diarias al trabajo. El resto del tiempo lo comparten con su familia y amigos. En Occidente entregamos los niños a la Disney o a Santa Consola del Dedo Mágico y luego los recogemos para llevarlos a la cama o para que disfruten con una MacPolloExtra. Cuanta más larga sea la digestión, menos oxígeno en el cerebro para pensar en cosas raras.
Si un día el niño empieza a compartir SuperMario con alguna salida de tono, entonces, antes del McKing, lo pasamos por el psicólogo para que nos lo normalice.

- ¿Tiene arreglo?
- Mmmm.... ¿Tiene tv en su cuarto?
- No. Tiene un portatil, pero tv no hemos querido...
- Entonces cómprenle una y se la instalan delante de la cama.

Igual necesitan más "ventanitas". Los monitores de televisión en el cuarto tienen la ventaja de que el niño te deja descansar en el sofá viendo tus series favoritas y, lo que es más importante, dueño del mando de tv.

- ¿Y eso no será peor?
- Bueno, a corto plazo será estupendo. No lo dude. Si acaso empezará a notar que le cuesta levantarse por la mañana, pero en cuanto eso se convierta en un problema lo vuelve a traer.
- Pero ¿y el hermano?
- Le compran otra, así seguro que no se pelean.

Una vez "normalizado" el niño es indistinguible de un pokemon, pero da las buenas noches y se cepilla los dientes.

Creemos que el niño del anuncio está contento porque su papi lo viene a recoger en un cochazo, cuando el que está contento por el cochazo es el padre. Por el cochazo y porque en cuanto suelte al niño delante de Hannah Montana podrá leerse el manual del navegador de a bordo.
Cuanta más alta sea la hipoteca menos tiempo para la zona de desarrollo próximo.

- Mamá, ¿papá es también veterinario?
- No, hija, ¿por qué?
- Entonces, ¿cómo sabía lo que había que hacer para salvar a Obama?

viernes, 4 de septiembre de 2009

¿Me atacarán las barracudas?


- ¿Me atacarán las barracudas? – preguntó justo antes de lanzarse de espaldas a bucear en el Mar Rojo.
- Sólo si las asusta.
- ¿Y qué cosas las asustan? – planteó.
- Que usted muestre su pánico.

Este diálogo de un libro de Bergman, un terapeuta sistémico, me recuerda mucho a otro tipo de conversaciones en la consulta:

- …Pero, ¿volveré a sufrir un ataque de pánico?
- Sólo si se asusta
- ¿Y qué cosas podrían asustarme?
- Pensar que va a sufrir un ataque de pánico.

O esas otras paradojas constantes, prescripciones sin solución:

- Estoy cansado de decirle a mi hijo (adolescente) que sea él mismo, que no se deje influir por los demás.

También, la familia que llega desesperada solicitando ayuda para el paciente identificado, pero luego no hacen absolutamente nada de lo acordado. Lo mejor entonces, como bien sabía Palazzoli es utilizar una contraparadoja.

- Llámenme cuando hayan hecho lo que les pedí (la prescripción o tarea).

Es una especie de terapia al revés.

Estas prescripciones paradójicas u otras en las que se les manda “más de lo mismo”, tienen distintas interpretaciones según la escuela de ubicación de la técnica. Por ejemplo, Watzlawick cuenta un caso en el que una joven universitaria llegó a solicitarle ayuda porque era incapaz de llegar a su hora a la universidad, se quedaba en la cama un buen rato, así que llegaba sistemáticamente tarde. Él le pidió que hiciera algo que le costaría mucho trabajo, pero que si no lo hacía tendrían que abandonar la terapia. Ella accedió. Tenía que poner el despertador a la misma hora de cada día, pero si no se levantaba debería cambiarlo y ponerlo a las once y hasta esa hora no podría levantarse ni hacer ninguna otra cosa (escuchar la radio, leer, etc.), tanto ese día como el siguiente. Esto le resultó tan tremendamente aburrido que finalmente acabó solucionando su problema.
Desde el punto de vista conductista, existirían una serie de reforzadores que estarían manteniendo el problema. Envuelto en la prescripción estratégica de Watzlawick, queda muchísimo más bonito.

Hace años mi hija pequeña me llamaba a veces por la noche desde su cama:

- ¡Papáaaa… no puedo dormir!
- Pues no te duermas, cariño.

viernes, 28 de agosto de 2009

La flecha vertical




Hay técnicas que te enganchan desde el principio. Ves el nombre y ya te transmiten algo. No es lo mismo decirle a un paciente:

- Le voy a dar un guión para que confronte sus pensamientos irracionales

Que, pongamos por caso:

- Verá qué rápido mejora con la técnica de la “flecha vertical”.

En ninguno de los dos casos sabrá muy bien, probablemente, a qué se refieren una u otra, pero seguro que se “ilusiona” más con la segunda. Una de las técnicas favoritas de Milton H. Erickson consistía, precisamente, en alargar un discurso retorcido y pseudocientífico hasta el punto en el que el paciente estuviera deseando escuchar algo entendible o coherente para “comprarlo”, porque ya que están en la consulta, “algo” tienen que llevarse, ¿no?.

Así que observo el rostro del paciente cuando le ofrezco este servicio y se asemeja bastante al mío cuando lo leí por primera vez en el libro de Burns. La flecha vertical. ¡Es un nombre tan cinematográfico!.

Tengo otras que son igualmente apetecibles: “La tarta”, “Empachera emocional”, “10x1”, “La técnica de la tortuga”, etc. Cualquier cosa antes que: “Respiración diafragmática”, “Reestructuración cognitiva”, “Compensación acetilcolinérgica”, … ¡Uf!. No son mejores o peores, pero cuesta más “venderlos”.

Veamos un ejemplo de uso de esta técnica:

Coloque aquí debajo un pensamiento negativo habitual, por ejemplo:

“Si hablo, cuando estoy con el grupo, pensarán que soy idiota”

De lo que se trata es de que trace una flecha hacia abajo y que se haga la siguiente pregunta, más o menos: “¿Y qué si lo piensan?”. Responda y vuelva a repetir el proceso una y otra vez hasta que yo lo avise. Ejemplo:

“Si piensan que soy idiota me darán de lado”

Es curioso cómo las personas están a veces tan preocupadas por evitar lo que temen que no se dan cuenta de que precisamente ese escenario es mucho peor que el que los tiene arrinconados en esas habitacioncillas mentales.

Esta técnica puede ayudar a descubrir los temores reales y hacerles frente, en lugar de centrar todos sus esfuerzos cognitivos y conductuales en que no llegue el “diluvio” anticipado.

- ¿Fuiste al psicólogo?
- Sí, sí, el lunes.
- ¿Y qué te dijo?
- Que practicara mucho con la “flecha vertical”

Mmmmm… Mejor la próxima vez le ofrezco un poco de “mindfullness”

miércoles, 19 de agosto de 2009

Lo que pasa dentro


Yo parezco seria pero no lo soy. Me río mucho por dentro porque no me gusta ir derrochando risas así como así. Ni entregarle carcajadas al primero que me lo pide. La mayoría de las cosas no son lo que parecen. Por ejemplo, mi madre suele decirle a mi padre:

- Puestos a barrer, creo que hoy voy a barrer la habitación con la vista. Mañana te toca a ti.

Así termina enseguida, pero la habitación sigue igual. Por eso sé que una cosa es lo que dice y otra lo que quiere decir. Aunque no entienda muy bien esto último. Para entenderlo tengo que preguntárselo y para saber si soy seria o no también tienes que preguntármelo. No te puedes fiar de las apariencias.



Hay cosas que pides y que no te lo pueden traer los Reyes Magos. Bueno, ni siquiera puede envolverse. Cuando tiro el vaso de agua le pido perdón a papi o a mami y ellos me lo dan enseguida. No me lo guardo, porque no sé muy bien qué puedo hacer con un perdón. Pero cuando les pido permiso les cuesta mucho más. Hace un mes que les pedí permiso para traer el perrito San Bernardo que quiere darme Marta, a la que su madre tampoco se lo da para tenerlo más tiempo en casa, pero ninguno de los dos me lo ha concedido.

Puedo ahorrar para unos patines, pero no puedo ahorrar para un permiso, porque mis padres dicen que no lo conseguiré “ni por todo el oro del mundo”, así que es inútil. Mi amiga Marta dice que a ella el permiso se lo dan si llora lo suficiente, pero como yo me río tanto por dentro, me cuesta mucho hacer las dos cosas al mismo tiempo.

Manuel es el hermano de Marta y siempre está serio. Pero eso no quiere decir que sea serio. Yo le pregunté si se estaba riendo por dentro y él me dijo que no. Que él estaba serio por fuera y enfadado por dentro. Ves. Igual piensas que Manuel es serio y en realidad es un gruñón. Si no se lo preguntas es posible que no te enteres.

Ni cuando estoy escuchando música, ni cuando me estoy riendo para mí, me gusta que me molesten. Si me preguntan en ese momento qué hago, respondo: “Nada”, porque si lo explico la risa se me escapa. Cuando mi padre está muy, muy serio mi madre quiere saber por qué y entonces le pregunta, pero él responde lo mismo que yo: "Nada", y así los dos se quedan calladitos mucho tiempo, disfrutando de las cosas que tienen en la barriguita o en otro sitio del cuerpo. Yo la guardo en mi barriga. Si me troncho de risa por dentro tengo que sujetármela porque es como si toda la risa estuviera cabalgando sobre un caballo desbocado.

Cuando llevan un tiempo así, mi padre comienza a sujetarse la barriga y mi madre, en cambio, la cabeza.

Yo no le pregunto a Marta si trae bocadillos de mortadela en su mochila porque mi madre me ha dicho que tengo que esperar a que me lo diga, igual que ella hace con papá: esperar. Pero la madre de Marta no le tiene prohibido que me pregunte si me estoy riendo por dentro. Y ella lo hace a menudo. Y cuando le digo que sí, comienza a reírse a carcajadas, por dentro y por fuera, porque dice que tengo una risa interior muy contagiosa.

lunes, 17 de agosto de 2009

El principio activo (2)


Actualmente los fármacos de moda para tratar la depresión y algunos tipos de ansiedad son los ISSR (inhibidores selectivos de la recaptación de la serotonina). Básicamente de lo que se trata es de que tenga más serotonina circulando por el cerebro bajo el supuesto de que el bajo estado de ánimo está relacionado con un descenso de tal neurotransmisor. Este es el principio activo de dichos fármacos. Bailar, tener fantasías agradables, proyectarse positivamente en el futuro,… también producen ese efecto en el cerebro.

- Pero el fármaco tiene un efecto más duradero – me comenta mi amiga hipocondríaca.

Yo entiendo que es al revés. La mayoría de estos fármacos comienzan a hacer efecto a partir de la segunda o tercera semana. Algo incomprensible, teniendo en cuenta que el principio en el que se basan comienza a funcionar desde el primer momento. Las conductas citadas provocan un efecto sertoninérgico inmediato. Lógicamente, para que tengan ese "efecto duradero" han de incluirse dentro de las rutinas diarias igual que cepillarse los dientes tras las comidas.
La risa y la sonrisa arrastran un reguero endorfínico de sensaciones placenteras. Para los psicólogos es bueno saber que la única diferencia entre una sonrisa forzada y una natural es de tipo cuantitativo. La fresca y natural son las ideales, claro, pero a una persona deprimida es difícil que le salgan espontáneamente. Luego, si receto 5 minutos ante el espejo con sonrisa forzada durante desayuno, almuerzo y cena, voy a conseguir más o menos el mismo efecto.


Cuando urge, para mejorar las relaciones interpersonales es mucho más potente el contacto físico agradable que varias sesiones de entrenamiento sobre técnicas de comunicación. Es algo filogenético.

El principio activo de buena parte de los trastornos de ansiedad está en la fase de psicoeducación. Hasta que el paciente no entienda que las respuestas que emite forman parte de su repertorio fisiológico natural y que no son síntomas de alguna terrible enfermedad subyacente o de su propia incapacidad para hacerlas desaparecer, no podrá “curarse”. Por eso, todas las técnicas que enseñan a manejar los síntomas sin más acarrearán recidivas en el futuro.

Buena parte de los trastornos del aprendizaje tienen su solución más cerca de un nuevo proceso de aprendizaje (fortalecer un nuevo engrama), que de la rehabilitación del proceso mal aprendido, que será tremendamente largo y tedioso.

Hay una técnica que prescribo desde hace mucho pero de la que no sé, con seguridad, cuál es su principio activo. Me llama la atención cómo algo tan simple funciona tan bien. Tengo teorías, pero no he encontrado estudios que sustenten a las mismas. Para recordar la siguiente cita entrego a mis pacientes una tarjeta con la hora y el día. Por la parte de atrás les pido, a veces, que lleven a cabo un pequeño registro, simplemente con rayitas, cada vez que ocurra tal cosa. Al cabo de dos semanas se ha producido una curva de Gauss y el hecho registrado (normalmente pensamientos disfuncionales) ha ido decreciendo paulatinamente.
Para manejar mi impaciencia con los demás, comencé a anotar las veces que decía la palabra “vamos”. Al cabo de dos semanas había pasado de 60 a 15.

En la película francesa “La crisis”, el personaje principal, inmerso en unos cambios que han trastocado su vida, va de casa en casa de amigos y conocidos buscando apoyo y soluciones. En una de ellas, un médico, lo recibe la mujer de éste. La consulta está completamente llena. “¡Qué éxito”, piensa nuestro protagonista. Sin embargo, la mujer está muy enfadada. “Mi marido se ha pasado a la homeopatía. Ahora se lleva cerca de una hora con cada paciente y cobra lo mismo… No puede ser… Le he dicho: Daniel, mira, si esto es tan bueno, pues lo aplicas en casa, con la familia, pero en la consulta vuelve a utilizar lo de siempre, por favor”.

miércoles, 12 de agosto de 2009

El zurrón del muerto



Miró al muerto. Tenía unos enormes y extrañados ojos azules abiertos. El soldado se los cerró sin expresar la menor emoción. Luego, con la misma indolencia, alcanzó el zurrón y miró en su interior. Algunas latas, una navaja suiza y ¡un par de libros!. Uno de ellos lo tengo ahora entre mis manos. Se trata de un tomo de las obras de Shakespeare, una preciosa edición inglesa forrada en piel. Le faltaban varias páginas de determinados sonetos y estaba lleno de anotaciones marginales que relacionaban los textos con otra persona. El soldado, entonces, comenzó a llorar.

Hace unos años, pocos días después de su muerte, un familiar me entregó varios libros suyos, entre los que se encontraba este y otros libros de poesía, fundamentalmente de simbolistas franceses. Recuerdo haberme puesto a hojearlos y llevarme la sorpresa de que allí donde yo había conocido hojas mutiladas o poemas recortados, se encontraban ahora, restituidos, los originales.

Una paciente, llamémosla Laura, lleva un tiempo intentando remontar una pérdida. Demasiado, desde un punto de vista psicológico. El duelo se ha prolongado como si más que un tránsito fuera un fin. Un día me llevé uno de aquellos libros rehechos a la consulta y se lo enseñé. Luego le conté la historia.

Aquellos poemas habían sido enviados por correo. Todos le fueron devueltos. Él no encontraba mejor forma de expresar lo que sentía. Unas largas y extensas cartas repletas de razones y argumentos no hubieran sido capaces de recoger las emociones como aquellos versos escritos a la sazón un siglo atrás para otro receptor anónimo.

El soldado enviaba hojas con poemas al amante. Por la misma vía, le llegaba la respuesta: el silencio, la renuncia, el olvido.
Cuando leía, traducía. Buscaba y encontraba. Para su desgracia, cada recuerdo, cada escena, cada sentimiento se le presentaba debajo de cada verso.

Laura ha creado un mundo alrededor de su dolor. Todo lo que ocurre, todo lo que los demás hacen o intentan hacer, encuentran un sentido dentro de su universo. La esperanza la retuerce de dolor y ella no quiere renunciar al dolor, mientras el dolor signifique recuerdo.

En aquella trinchera de fuego, el soldado creyó reconocer a otro amante despechado. Se vio a sí mismo. Un día, muchos años después, comenzó a restañar las heridas causadas a los libros. Para él ya era tarde, para ti, Laura no.

lunes, 10 de agosto de 2009

El principio activo (1)


Gobiernos de distintos países, entre ellos España, recomiendan desde hace tiempo a sus médicos que siempre que sea posible receten indicando el nombre del principio activo, en lugar del nombre comercial. Se intenta, con ello, disminuir el gasto público, puesto que existen medicamentos idénticos en cuanto a su composición, pero muy diferentes en cuanto a su precio.

También las técnicas utilizadas en psicoterapia tienen un principio activo. A veces, el principio activo lo trae ya incorporado el paciente:

- Me ha recomendado que venga fulanito. Dice que es usted el mejor tratando mi problema…

La persona desea fervientemente que ocurra algo y a poco que empujes en esa dirección, se produce el milagro. Es sorprendente lo que puede llegar a hacer el placebo, sobre todo si se cobra por él.

Luego está lo que podríamos denominar algo así como marketing de consultoría, o si es usted ericksoniano, podría valer hipnosis natural:

- ¡Esto que le estoy vendiendo (la técnica) es lo último que hemos descubierto sobre…! ¡Está dando unos resultados increíbles!…Hay que aplicarlo justo como le voy a decir… eso requiere un alto grado de implicación… no sé si usted…. (y así hasta que el paciente te dice: ‘¡¡Dígamelo ya, por favor, le compro lo que sea!!

A mí me interesa desde siempre saber por qué funciona tal o cuál técnica, qué correlatos fisiológicos, que sustrato neurológico, qué zona cerebral está implicada en el proceso,.. Cuanto más sé, de más formas puedo acceder a ello y en más envases puedo entregar el producto.

En algunas historias del Antiguo Testamento vemos a ciertas personajes hablando de tú a tú con Dios. Para poder conseguirlo utilizaban un par de trucos básicos (obviando a los posibles psicóticos que no necesitaban ni lo uno ni lo otro):
a. Creer firmemente en la existencia de Dios.
b. Ayunar durante el tiempo suficiente como para comenzar a tener alucinaciones.

O sea, si usted deja de alimentarse convenientemente es posible que antes de entrar en coma hable con su personaje favorito o que delire y confunda el tenedor con un pulpo. Quizá en esa situación, la glucosa no sea tan imprescindible para el cerebro como para otros órganos y músculos.
Piense en cómo distorsionan la realidad las chicas (y cada vez más chicos) anoréxicas. ¿Puede la estupenda reestructuración cognitiva hacer valer sus “metabolitos activos” cuando la persona que está al otro lado de la mesa no puede “razonar” adecuadamente?. No. Primero que se alimente y cuando veamos que el nivel de azuquita está en el nivel adecado podremos ponernos en contacto con el córtex de la chica.


En esta misma dirección, descubrimos que determinadas conductas (todas, en realidad) hacen que la distribución de recursos bio-químicos actúen de una u otra forma, en uno u otro lugar. Eso mismo puede aplicarse a los pensamientos.

Si tiene usted hijos podría hacer el simple ejercicio siguiente: Imagínese que alguno de ellos va a sufrir un accidente mortal. Cierre los ojos y concéntrese en esa posibilidad. Igual, el mero hecho de contemplar esa idea le hace sentirse mal. Cuando acuden a mi mente pensamientos de ese tipo, mi estómago empieza a bullir, el colon se retuerce sobre sí mismo y el pecho se contrae de forma poco amigable.

Nosotros tenemos a personas que hacen cosas similares, no como una prueba, sino como algo totalmente “real” para ellos, sintiéndose invadidos por dichos pensamientos durante todo el tiempo. Quieren saber cómo eliminarlos(cuando son conscientes de que se trata de eso), o bien cómo cambiar lo que sucede (cuando creen que la causa está en lo que ocurre fuera), o lo que sienten (cuando las sensaciones que experimentan se han convertido en un problema peor que los pensamientos que comenzaron originándolas).

Voy a contar varias historias breves para ilustrar este tema, pero para no hacer indigesta la entrada, lo dejaré para el siguiente post.

viernes, 7 de agosto de 2009

Autoconocimiento: la habitación interior


¡¡Viva el autoconocimiento!!. Perdón: ¡¡¡Viva la búsqueda del autoconocimiento!!!
Unos pueden ganarse la vida escribiendo sobre ello y otros recibiendo en las consultas a los “buscadores” fracasados.
Los otros días vi en una librería un libro cuyo subtítulo decía algo así: “El autoconocimiento como vocación”. ¡Qué tarea más divertida!. No se me ocurre nada mejor como meta vital.
“Yo, yo, yo, yo…. Y los demás”, era el título de una película italiana.

A los dieciocho estaba empeñado en montar una comuna.Después de un tiempo encontré a un amigo de un amigo que me remitió a un pueblo de la sierra en el que me presentaron a un hippy que vivía allí, en una casa con abalorios ibicencos, en el campo, sin agua y sin luz. Después de compartir té y otras yerbas, le pregunté por el motivo de su elección:

- ¿Te viniste para encontrarte a ti mismo?
- ¿Qué dices, tío?, me fui para sembrar tomates y luego comérmelos.

Medité sobre la respuesta y comprendí que el secreto de la felicidad estaba en tener una meta común para los comuneros, así que los siguientes dos años los pasé buscando compañeros para montar una granja de helicicultura (cría de caracoles). Ni en uno ni en otro empeño logré éxito alguno. Pero me lo pasé bien en el proceso.

Las redes sociales, el contacto físico, compartir,… son algunos de los elementos que han favorecido nuestra evolución como especie. No digo que no sea adecuado, incluso imprescindible, entender nuestro comportamiento para mejorar. La cuestión es quién se compra estos libros son personas ya lo suficientemente ensimismadas.

Mi amiga Lola empezó con libros de autoayuda y ahora se viste de rojo todos los martes por no sé que cosa de estar en equilibrio planetario.

Muchos de mis pacientes me pregunta por qué me comporto así (de mal)con los demás (o consigo mismos). Antes de llegar ya intentaron responderse remediarlo y como resultado final acabaron en la consulta.
Tengo un espejo doble en el cajón, de esos que se utilizan en los cuartos de baño y que por un lado aumentan la imagen del que se mira. Nadie ha superado la prueba del espejito mágico durante el minuto que se lo entrego para que analice su cara con detalle, que no termine dejándolo encima de la mesa horrorizados, cuando llevan no más de veinte segundos.

Al último paciente que me hizo la pregunta de marras le propuse un intercambio:

- Yo me comprometo a analizar por qué usted le contesta en ese tono a su esposa, le grita a sus hijos, trabaja hasta las diez y no disfruta viendo el futbol,.. a cambio de que usted me traiga una respuesta de por qué los coches no tienen el techo lleno de placas solares.

No sé si alguno de los dos hallará una respuesta, pero en ello estamos.

martes, 4 de agosto de 2009

El lado bueno para besar




Vistos desde fuera los problemas de los demás nos parecen todos solucionables, bien por la vía de la acción (“… descuelgas la puerta, le pones una arandela a la bisagra y la vuelves a colgar. Así ya no te volverá a rozar el suelo”), bien por comparación (“… cuando me dejó Pedro, eso sí que es pasarlo mal...”), también por desviación (“…por cierto, ¿te has enterado de lo de Juana?”) o si es preciso, por la complaciente palmadita en la espalda o cualquier otra señal de tipo paliativo (“… tranquilo,.. verás como dentro de un tiempo encuentras a otra persona y luego…”).

Cuando el repertorio de ayudas externas ha fracasado, a veces, en lugar de dejar que el tiempo se encargue del problema, las personas acuden a los psicólogos.


Para aquella pareja el psicólogo era el último paso previo a la separación: ni amigos, ni familiares, ni hijos, ni la vecina del tarot habían dado resultado. Detrás de mí, los abogados.
Título de la película: La guerra de los Rose.
El panorama era desalentador, aunque puestos a fracasar siempre consuela saber que no vas a estar solo en la nómina.

Los psicólogos además de a la historia, solemos prestar atención a los procesos, a la forma en que se enfrentan a los problemas que relatan y a cómo lo han ido haciendo todo este tiempo para llegar a estar sentados aquí delante con cara de estonohayquienloarregle. Es la suerte que tenemos. Los demás tienden a enredarse en las propias historias que ambos les van contando, historias sin solución ya. Matizan los argumentos de unos y otros, los desdramatizan, acuden a las obligaciones contraídas con los hijos cuando se acaban los argumentos,.. Ese tipo de cosas.

A veces, sencillamente, no hay nada que salvar. Es mejor recomenzar y tu tarea es simplemente lograr que al menos se centren en cómo terminar de la mejor manera posible.

Al cabo de los cinco minutos, aquella pareja estaba enzarzada en discusiones y reproches interminables.

- Un segundo, por favor, -les pedí para detener la sangría mutua- me gustaría recabar algunos datos más si no les importa. - Estimé que quien calla otorga, así que.. -¿Duermen en camas separadas o de matrimonio?
- De matrimonio – respondió ella.
- ¿Y en qué lado de la cama duerme usted, señora?
- En la derecha, bueno a su derecha, quiero decir.
- ¿Y usted es diestro o zurdo, señor?
- Diestro –contestó.
- …

A estas alturas, como es natural, ambos habían dejado de discutir y se limitaban a “rellenar” aquel extraño cuestionario como un trámite más.

- ¿Desde siempre han dormido así?
- Pues sí, desde el principio. Incluso cuando salíamos y dormíamos fuera, ¿verdad? –se atrevió a preguntar a su esposa en un tono desconocido por mí hasta entonces y olvidado por ella, imaginé, desde hacía mucho.
- Sí, ya ni siquiera preguntábamos. Cada uno cogía su lado – afirmó ella, en el mismo tono neutro.
- ¿Y en el cine también se sentaban así?

Todo seguía ese patrón: el cine , las conferencias, el sofá de los amigos, el sofá de su casa, la mesa del salón, el paseo por las calles,...

- Bien, para terminar una última pregunta. La nariz nos obliga a tomar partido por uno u otro lado a la hora de besar, ¿hacia dónde se inclinan ustedes para besarse?

Ambos giraron la cabeza en una dirección, pero hicieron un amago de acercamiento para asegurarse.

- Inclinamos la cabeza hacia la derecha- respondió ella, mientras su marido hacía un gesto afirmativo.
- ¡Vaya! – exclamé.
- ¿Ocurre algo? – preguntó él al ver mi reacción.
- Bueno, he observado que se han sentado exactamente así en la consulta y que mientras discutían se inclinaban en la misma dirección que cuando se besan. Hace falta mucho tiempo para poder llegar a ese grado de coordinación. Pero, por otra parte, va a ser difícil que comprueben si tienen alguna posibilidad como pareja sin antes probar si son capaces de adaptarse a los cambios. Yo soy partidario de que previamente a discutir sobre aspectos de la comunicación o de las relaciones diarias se modifique algo mucho más simple, yo lo llamo: el lado bueno para besar, pero en realidad comprende un poco de todo lo anterior. Sé que lo que les voy a pedir les va a resultar un poco raro, incluso difícil, no sé si podrán llevarlo a cabo después de tanto tiempo,…
- Bueno, para eso estamos aquí –dijo ella, cortando mi reflexión, para que fuera al grano de una vez.

De pronto, sin saber muy bien de qué iba la cosa, ambos se mostraban de acuerdo en centrarse en las posibles soluciones. A veces, con los Rose es difícil modificar los patrones tan disfuncionales que traen, se necesita que al menos algo les suene diferente a todo aquello de lo que se han estado defendiendo y que les ha servido, sobre todo para reafirmarse en su malestar. Tenemos entonces que romper ese círculo vicioso para poder empezar a cambiar algo.

He contado esta historia porque estos días me he vuelto a encontrar a aquella pareja a la que estuve viendo hace años y he repasado la carpeta con su historia.
Después de saludarnos ella me ha dicho sonriendo:

- Ahora sí que hemos descubierto el lado bueno para besar

miércoles, 15 de julio de 2009

Fresitas rojas


Hace unos meses llegó a la consulta (prácticamente arrastrado por su madre, pero llegó) un adolescente tardío.

-¿Te importaría que comentara lo de "tus fresas en mi blog"?
- Para nada, si alguien de la peña quiere venirse contigo... ya sabes.



Los padres de Rubén querían que hiciera algo para "cambiarlo", aunque fuera para trabajar en las fresas, que tiene buena imagen como labor curte-almas y endereza-pusilánimes, ahora que la mili, que al parecer cubría esas funciones, es un artefacto del pasado.

Lo llamativo es que Rubén, a su vez, quería llevarme a mí a sus "campos de fresitas".
Tuve que aclararle a unos y a otros que los psicólogos no estamos para llevar o ser llevados. Lástima que no pueda resistir la tentación. Vean las alternativas:

Opción a: convencer a Rubén, joven de 27 que vive a cuerpo gentil pagando como cuota entre tres o cuatro sermones a la semana, para que me acompañe a recoger fresas, ganando diversas contracturas y algunos sabañones, o bien

Opción b: dejarme convencer por Rubén para que lo acompañe a un campo suyo cubirto de fresitas rojas. En él nada es completamente real, pero es ahí donde reside precisamente su grandeza; nos lo podemos permitir todo.

Opción c: hacer terapia con Rubén, con los padres o con la familia al completo.


- El campito me lo montaron mis padres. Yo ahora me limito a compartirlo. ¿Tú te crees que es normal que primero me monten este "chiringuito" y ahora me digan que "me baje ya de la nube"? ¿Para qué voy a recoger fresas si ya tengo todas las que quiero? Es un laburo sin horario. Te sientas, cierras los ojos, un poco de ayudita por aquí.... y ya estás en el campito. Tumbado mirando al cielo, alargas la mano y pillas una fresita. Luego vuelves a cerrar los ojos para que no te distraigan de su sabor...

Infalible. Campos de fresas for ever.

jueves, 25 de junio de 2009

Los sordos amables



Una de las historias que más me han sorprendido siempre son los secretos familiares y su fuerza normativa o desestructurante. Normalmente se trata de algo que no puede ser contado en el contexto cultural del que proviene esa familia, no necesariamente en el que se encuentra actualmente. Favorece alianzas, expulsiones, apegos, fobias, trastornos y rumiaciones para los tiempos de ocio mental,.. En ocasiones provocan rupturas o encuentros, otras ayudan a sostener en equilibrio al grupo que no imagina la existencia más allá de esos límites.




El domingo, cuando volvía de la playa, una persona de mi pueblo a la que no conozco me llamó por teléfono para comunicarme la muerte de mi tío José (uno de los tres que quedaban vivos). Mi tío José era sordo, al igual que otros muchos en esta familia y en ese pueblo. Cuando era pequeño estuve contando a todos los sordos que conocía o de los que me hablaba mi padre y llegué a pensar que un día, una explosión había ocasionado aquel desaguisado coclear colectivo. No sé, también los pueblos tendrán secretos.

Cuando me dirigía al día siguiente al entierro iba pensando que ya era hora de resolver uno de los dos secretos familiares de los que soy agente pasivo. Las personas que pueden aclararme las cosas son muy mayores, no se puede demorar mucho la resolución.

Mi madre murió cuando yo tenía cuatro años. Estaba a punto de hacerme psicoanalista pensando que no tenía ningún recuerdo de esa etapa por algún cuadro represivo utilizado como mecanismo de defensa, cuando descubrí que hasta esa edad prácticamente no se tienen aún recuerdos formados para la posteridad. La cosa podría haber quedado ahí, en esa constatación científica, pero cuando nos vinimos a la capital y tuvimos por fin casa propia, mi padre me colocó la foto de mi madre justo enfrente de la cama. Antes de dormirme y al despertarme lo primero que veía era la mirada adusta de mi madre. La veía allí enfrente, mirándome seria. Se ve que antes el fotógrafo nunca te pedía que sonrieras y las personas salían siempre serias y con cara de estar perdiendo el tiempo.

Antes de dormir fantaseaba a veces con mi infancia ignorada. Construía trozos que completaran aquel vacío histórico y emocional: iba a una guardería (miga, la llamábamos entonces), tiraba piedras a un gran pozo que me devolvía mi nombre en forma de ondas y cruzaba corriendo una explanada al final de la cual se encontraba un molino, moliendo trigo imaginario.

Conforme empecé a ver películas de Woody Allen me iba haciendo más hipocondríaco, y eso me empujaba a asociar los síntomas con alguna herencia genética que confirmara el origen de mi padecimiento certero.
En uno de aquellos viajes que hacíamos cada año al pueblo por la fecha de "Todos los Santos" con Ángel, el taxista, empecé a preguntarme de qué había muerto mi madre. Íbamos siempre mi padre, mi nueva madre y yo. Nadie nunca me había dicho nada al respecto y a la sazón tenía ya ocho años. Al llegar al pueblo mi abuela –tía Elena, era su apodo-, vestida de un negro riguroso y eterno me recibía siempre llorando y con un bizcocho decorado con bolitas de colores. Luego comenzaba la ruta de los familiares (yo la llamaba la ruta de los sordos amables).
Camino de regreso tomé valor y le pregunté a mi padre.

- Papá, ¿de qué murió mamá?
- ¿Mamá…? De una cosa… de una cosa mala… En esta tierra nunca podrá sembrarse nada –dijo luego, desviando la mirada al campo en el que ahora se pierden en la vista extensiones de naranjos con tubito negro salpicando agua programada a sus pies.

“Una cosa mala”. ¿Puede alguien morir de una cosa buena?.

La misma escena, tres años más tarde. La visita al pueblo siempre refrescaba la curiosidad.

- Papá, mamá murió de una “cosa mala”, pero ¿en qué parte del cuerpo estaba la “cosa mala”?
- Ángel, ¿tú crees que aquí crecerá alguna vez algo que no sean estas jaras?
- Imposible, ya lo decía mi abuelo.

El lunes, durante el entierro, cuando estaba hablando con un primo, se me acercaron muchas personas. Por lo visto me parezco mucho a mi madre o mucho a mi padre o a ambos.
- Tú eres hijo de…

Una de esas personas, un hombre enjuto y algo sordo, muy mayor, me dijo visiblemente emocionado que era el vivo retrato de mi madre y que él me había tenido entre sus brazos muchas veces en mi infancia y que había sido amigo y vecino de mi madre, y...
Le pedí su nombre.

- Ah, Manuel, le puedo hacer una pregunta
- ¿Cómo dices hijo?
- ¡UNA P-R-E-G-U-N-T-AAA!
- Claro, hijo, dime.
- ¿DE QUÉ MURIÓ MI MADRE?
- La pobrecita… de una cosa mala.

Vale, pensé, a ver si hay suerte.

- Ya sé que murió de cáncer, Manuel, pero ¿de qué tipo? - le pregunté muy bajito pero vocalizando mucho, como había aprendido durante mi infancia.
- De aquí –dijo, golpeándose el pecho con la mano abierta- ¿Has visto los naranjos que tenemos en el campo?

Los naranjos crecieron finalmente en esta tierra estéril. Los sordos siguen siendo extremadamente amables y cariñosos. De lo que se debe o no hablar, sigue quedando inquebrantablemente claro.

martes, 16 de junio de 2009

250 g de amor incondicional




La niña se acercó corriendo al padre, blandiendo exultante la hoja del examen con el notable alto señalado con un rotulador rojo alegría. El padre la pilló al vuelo. Miró la nota y con media sonrisa y un tono de decepción le dijo a su hija:



- ¡Muy bien, cariño!. Qué pena que no hubieras estudiado un poco más, seguro que habrías sacado un 10.

Y aquel sutil, invisible desencanto frena los brincos de manera inexplicable. Su padre le dice "muy bien", pero ella se siente "muy mal". ¿Cómo tendría que sentirse? ¿A qué parte del mensaje debería atender?



Sabemos por amplios estudios interculturales que todos los seres humanos, durante su infancia, para crecer sanos emocionalmente necesitan un kilo de amor incondicional. Si no es así se pasarán el resto de su vida buscando lo que les falta.





- ¿Y qué la trae por aquí?


- No lo sé muy bien. Me siento ... vacía. Nunca estoy contenta con nada del todo. La gente me consuela, me da consejos,.. Pero... parece que me falte algo.





El niño o la niña crecen pero están como incompletos. Tienen todas sus cositas: los dos brazos, las piernas, los deditos,.. Pero les falta algo. Cuando se miran al espejo se ven completitos, pero no es así como se sienten. Pasan a tu lado buscando el "10", intentando resarcirse de aquel notable alto que su padre certificó como un suspenso.

Sus amigos, e incluso sus conocidos, están encantados con ellos. No sólo te dejan el coche, te lo prestan con el depósito lleno. Te apetece darle cariño a raudales. A otros, quizás, invitarlos a una sesión de BDSM. Pero no hay forma, cualquier contrariedad hará saltar las alarmas y la señora tristeza aparecerá de nuevo en sus ojos.

El señor Millon tiene algún nombre para todo esto, pero yo estoy seguro que antes, en la mitología griega, este castigo divino tiene que estar catalogado, probablemente, en el sector de escarmientos ejemplares, apartado Sísifo: condenado a un esfuerzo estéril durante toda la eternidad.

Va a la frutería y pide un cuarto kilo de uva, pero ¿dónde compra 250 g de amor incondicional de papá?.

viernes, 12 de junio de 2009

La técnica del teléfono


Sara ha pasado un bache. Ahora parece que comienza a remontar de nuevo. Esto me ha llevado a reflexionar sobre las recaídas.



Muchas personas se sorprenden cuando recaen en situaciones similares a las que pasaron tiempo atrás. No establecen la misma relación que podrían hacer, por ejemplo, con la gripe. Sabemos qué medidas hemos de tomar para evitar contagiarnos, pero aún así no podemos controlar todos los factores. No conozco a nadie que por haber cogido una gripe años después de aquella otra, se tiren de los pelos. La consecuencia sería que seguirían con su proceso gripal y con dolor adicional. Nos quejamos, eso sí. "¡Vaya, qué inoportuna, justo ahora que me iba de viaje!". Pero no hacemos valoraciones del tipo: "¡¡Siempre estaré con la gripe!!, ¡Nunca podré ser feliz!,.."


Cuando trato problemas de ansiedad trabajo cada vez más en la línea de la psicoterapia analítica funcional y sobre todo de la Terapia de Aceptación y Compromiso. Es importante hacer ver a la persona que "curarse" no significa que no va a experimentar nuncaaaa maaaás síntomas de ansiedad, sino en que va a ser capaz de tolerarlos y en cualquier caso, actuar para modificar los posibles factores que hacen que esa persona sufra esas experiencias. La ansiedad es sólo el resultado. Indica que el cuerpo está sano como una pera y que cuando percibe una señal de peligro se activa ipso facto.


Sara no se lo ha tomado así. Le está costando volver a hacer todo aquello que le sirvió aquella vez. Sigue siendo resistente a la exigencia y marca su propio ritmo. Pero se va acercando. Por cada paso que da te entran ganas de gritar ¡Vivaaa!, pero me contengo porque yo en la consulta soy muy contenido.


A veces le recuerdo la técnica del teléfono, que la heredé, si mal no recuerdo de un libro sobre Terapia Icónica:


- ¿Qué haces si llamas por teléfono y alguien, al otro lado, te dice: No, no soy Berlusconi, se ha equivocado?

- Volver a marcar, por supuesto.

- Ah, no se dice: "Soy lo peor de lo peor, cómo puedo equivocarme con una cosa tan simple, no merezco ni vivir"

- No, claro que no.


Pues eso.

jueves, 4 de junio de 2009

¿Por qué aparcó usted así? (2)


Los psicólogos –hasta donde sé- pasamos mucho menos tiempo del que se imaginan los demás analizando el comportamiento que tenemos delante de nuestras narices. Es una pura cuestión de higiene mental; desconectamos de ese rol. A veces, no obstante, sentado en la terraza de un bar, puedes hacer de psico-cotilla-adivinador e intentar intuir qué se esconde debajo de esas conductas rutinarias a pie de calle, justo a tu lado. Si a usted le apetece jugar un poco a ello y desdramatizar unos trastornos que realmente causan mucho dolor, le doy algunas pistas útiles.

Un primer paso consiste en observar la conducta, en este caso hemos elegido el aparcamiento, pero luego si verdaderamente quiere ganar puntos extras para su formación postgrado debería ir más allá. Le aconsejo que investigue las causas. La manera más fácil es preguntar. Pregunte directamente. Se trata de confirmar o desconfirmar su primera impresión, la hipótesis de partida. Se sorprenderá. Algunas personas establecen una relación causal tan descriptiva a preguntas simples que casi nos sobran los manuales de diagnóstico.




Estas podrían ser algunas de las respuestas a la encuesta:

Pregunta: ¿Por qué aparcó usted así?

Respuestas:

Narcisista: ¿No te ha parecido genial?
Histriónico: Era el sitio en el que había más gente mirando.
Obsesivo: ¿Así cómo? ¿Es que hay otra forma?
Dependiente: ¿He aparcado mal? ¿Crees que debería volver a intentarlo?
Paranoide: ¿Quién más me está espiando aparte de usted?
Evitativo: ¿Cómo...? No... yo no tengo coche, ha debido ser un error...
Esquizotípico: Son instrucciones de la nave nodriza.
Límite: ¡No puedo soportar aparcar en esta zona, estaba estresado, vi el coche de mi ex.., y no pude evitar el porrazo,.. no puedo controlarme!
Pasivo-agresivo: ¿Lo dice por ocupar tres plazas? ¡Que se jodan los ricachones de la zona!

jueves, 28 de mayo de 2009

¿Cómo aparca usted? (1)



Entre las conversaciones más estimulantes y menos fructíferas entre colegas se encuentran probablemente aquellas que versan sobre los trastornos de personalidad. Me recuerda a esos episodios que ahora se antojan tan lejanos, en los que uno de los varones del grupo decía de pronto: "A mí una vez en la mili...", y a partir de ahí todos saltábamos, como un resorte mecánico, con el anecdotario militar sin importar si venía o no a cuento con la historia inicial.

- Tengo una persona con trastorno límite que...

Cuando escucho esto ya sé que vamos a empezar, igualmente, a acordarnos de todos esos casos tan complejos en los que un día llega alguien a la consulta aquejado de una depresión o de un trastorno de ansiedad y se marcha con un trastorno de personalidad bajo el brazo, tan campante y por el mismo precio. No es demasiado frecuente, pero tampoco inhabitual.

Una paciente a la que le gusta visitar páginas de psicología por internet me preguntó hace poco si los psicólogos podíamos saber así, a simple vista, si una persona tenía o no un problema de esa índole.
- Sí, -le respondí- nos basta con mirar cómo aparcan. - Le aclaré, cargándome así, de un plumazo, uno de los secretos mejor guardados en el gremio mentalista.

Normalmente utilizamos unos criterios de continuidad en el tiempo, de rigidez y escasa flexibilidad ante los cambios, de patrones que interfieren en su vida cotidiana dando lugar, con más o menos frecuencia, a trastornos más visibles para la persona, tales como los citados. Pero si necesitamos colocar una etiqueta ipso facto, bastará con ver determinados comportamientos cotidianos, como por ejemplo, el aparcamiento.

Si usted quiere jugar a amargarse encontrándose síntomas que revelen que sufre uno de estos trastornos puede seguir leyendo esta y la siguiente entrada, en caso contrario cambie de blog o bien dedíquese a escuchar la música que he colgado del post.

Este recorrido por los distintos trastornos de personalidad lo recuerdo vagamente de algún libro de psicología, pero guardando el espíritu del mismo vendría a ser así:

El paranoide se montaría en el coche y diría: "¡Otra vez me han arrrinconado!". El esquizoide intentaría aparcar lo más lejos posible de cualquier coche y el esquizotípico, sobre el contenedor verde de reciclaje, que vendría a ser como un estacionamiento intergaláctico. Un antisocial aparca siempre en doble fila, y si es posible en una salida de emergencia. El límite estrellaría su coche contra el de la amante y el pasivo-agresivo procuraría ocupar tres plazas. El del narcisista no hace falta que se esfuerce mucho, es aquél tan lujoso que ve a lo lejos. El dependiente aparcaría en una zona concurrida, cerca de otros coches familiares. Si el coche está aparcado en medio de la acera y escucha una música estridente salir a borbotones desde las ventanas bajadas, ahí acaba de salir el histriónico, pero si quiere saber qué es un aparcamiento perfecto, a menos de treinta centímetros de la acera y alineado al de delante y al de atrás, atienda a cómo aparca el obsesivo. Si es usted un evitativo nos costará encontrar su coche, probablemente lo tenga en una esquina, semi-escondido.

Cuando usted sea capaz de reírse de su forma de aparcar el coche estará ya desprendiéndose de las ataduras, rígidas ataduras, del aparcamiento.




miércoles, 20 de mayo de 2009

El revolucionario tierno

Ha muerto Benedetti. Recuerdo que cuando era un adolescente leía poesía de contrabando envuelta en periódicos oficiales. En la parada del autobús abría aquel libro forrado con el ABC o el MARCA y colgado ya dentro del bus, en las lianas de aquellos viejos y chirriantes cacharros, compartía los versos con otros que se adentraban por encima de mi hombro.

En principio buscaba combustible revolucionario en sus letras, pero al poco lo que hallé fue a Cyrano ayudándome con mi particular Roxana. En Castilla del Pino, fallecido también hace unos días, sí encontré motivos para la reflexión puramente ideológica, para indagar en lo que se escondía tras el alienante y gris contexto. Es una buena ocasión para releerlo y darse cuenta de la diferencia entre su visión del feminismo y la actual y oficial.

Cuando acababa de leer a del Pino me entraban ganas de salir a empapelar las paredes; tras leer a Benedetti necesitaba compartir la primavera que se me metía en la barriga.

En una de esas reuniones de aprendices de rojo con melena, oíamos a una persona recitar a Benedetti y una compañera me dijo: "Es un revolucionario tierno"

miércoles, 6 de mayo de 2009

¿Hacer o sufrir?: la sartén voladora



Historias. Nos traen historias a la consulta. Nosotros devolvemos otras historias. Hacemos tortillas y sofritos con las narraciones. Yo además, las dibujo.

Hay, por ejemplo, un patrón de historias basado en situaciones inescapables, situaciones sin solución más allá de la aceptación de lo inevitable. Hace unos días, tanto dentro como fuera de la consulta me contaban el sufrimiento con que vivían algunas de ellas.





Usted tiene su proyecto de vida, imagina un paso y el siguiente. Cuenta con sus fuerzas y confía en ellas y en las de su compañero o compañera para llevar adelante lo imaginado. Pero algo inesperado sucede. No entraba en el guión, o al menos no entraba tan pronto o con esa magnitud. Un familiar enferma o sufre un accidente. Es un familiar muy cercano, aunque puede no depender completamente de usted. No importa; tiene que implicarse. Tiene que prescindir de un tiempo para ocuparse y desgraciadamente también comienza a dedicar tiempo a preocuparse.





La situación se va prolongando, empeora, las personas que están alrededor, sus hermanos, sus padres, los otros, en suma, que comparten con usted la responsabilidad comienzan a tener comportamientos extraños, una especie de "sálvese quien pueda". Se produce entonces una sobrecarga del que aguanta al pie del cañón. Le asaltan pensamientos en los que no se reconoce acerca de su familiar enfermo y también del resto de la familia. En esta espiral comienza a tener dificultades para distinguir entre hacer o sufrir. Puede estar lavando a su familiar y sufriendo al mismo tiempo. Es más, estará en su cama, lejos de su familiar y seguirá sufriendo, buscando la forma de escapar, de salir, pensando en lo que va a durar, en si será capaz de resistir, sintiéndose culpable, resentida con otros comportamientos, se mostrará tensa con sus otros familiares, triste, sus conversaciones girarán una y otra vez en torno a esto y eso agotará a los otrora dispuestos a apoyar y creará más tensión. Sus momentos de ocio nunca estarán libres del todo, sino teñidos de ese pozo de amargura.





Recuerdo un día mirando por el patio interior de mi antigua casa, en la que vivía con mis padres. Veía incrédulo bajar desde mi cocina del sexto piso aquella sartén San Ignacio llena de aceite sin freír entre los tendederos con ropa impoluta. Un segundo antes la acababa de arrojar en un momento de desesperación. El ruido que hizo al llegar al suelo no fue nada comparado con el de los vecinos vociferando en el patio. Nunca he vuelto a gastar tanto dinero en sábanas y otras prendas que jamás utilicé para mí. Aquel episodio me hizo reflexionar. Fue como tocar fondo.





Reconozco ese dolor y esa desesperación cuando la oigo en otras historias.





Tras aquel episodio decidí cambiar la forma en que me estaba enfrentando a la situación. Cargué una mochila -una mochila verde que siempre tenía colgada en el recibidor de la casa para poder echar mano de ella cuando saliera corriendo a urgencias-. Metí en ella las cosas necesarias para irme durante una temporada a una isla desierta. Cosas con las que poder hacer soportable las esperas, aquellas largas esperas en las que me dedicaba a rumiar mi mala suerte y a mirar a través de las ventanas cómo los demás iban cargados con sus sombrillas a la playa, a la fiesta o simplemente, de paseo, como aquella escena en la que Woody Allen contemplaba con envidia el tren de enfrente, en el que la gente brinda y festeja en una fiesta permanente, mientras a su alrededor todo parece un velatorio.





Pasé varios años estudiando a fondo la enfermedad y otros trastornos de los mayores, cómo manejar los cuidados para la familia, organizamos buenas Jornadas entre el Colegio de Psicología y la incipiente Asociación de Familiares,.. Todo ello daba sentido a lo que me estaba ocurriendo, lo utilicé para canalizar el tiempo y el esfuerzo, para huir de alguna manera del sufrimiento estéril y entregarme a la causa del hacer.





Historias. Un refrito de historias en aquella sartén abollada en la que se deslizaban los alimentos con el aceite necesario para manchar a cada una de las prendas que osaron entrometerse en su caída.






"Es de noche, el sol ha desaparecido y la luna irradia su brillo de plata ..."