jueves, 25 de septiembre de 2008

La concatenación de las mentes obtusas

Mi primera intención al estudiar psicología fue dedicarme a la investigación. Prácticamente he hecho de todo, excepto precisamente investigar. Es un gusanillo del que me libro con teorías absurdas a las que, tal y como me pasan por la cabeza, les diseño un experimento para contrastar la hipótesis nula. Snif. Que le vamos a hacer. En eso ha quedado la cosa por lo pronto.

Una de esas teorías plantea que los niños, conforme van madurando intelectualmente, dibujan el sol más a la derecha cada vez. Otra, que las mujeres arrojan las cosas de forma diferente a los hombres. Para comprobarlo siempre estoy diciendo a todo el mundo: "Lánzame esto o aquello". Bueno, así tengo varias, sobre las que acumulo datos poco a poco.

En este universo de lo inútil, una de mis preferidas es la de la concatenación de mentes obtusas. No tengo mucho material para contrastarla, pero el que observo es tan, tan demostrativo... Resumo: en determinadas empresas y organizaciones, por razones aún desconocidas, una serie de personas de mente cerril llegan a la dirección de las mismas. La gracia no está en que lleguen, lo significativo es que llegan varios. Un o una -seamos políticamente correctos-, vienen a ser como la cuota de obtusos por decreto de la empresa. Ese perfil no me interesa. Es este otro, -varias mentes unidireccionales concatenadas en el espacio y en el tiempo, procurando inconscientemente hundir a la empresa que los sustenta- en el que pongo interés de etólogo frustrado.


Creo que no tienen fortuna en su empeño porque muchas veces esa empresa es la propia Administración Pública, pero incluso en la privada, el hecho por el que finalmente no entran en quiebra se debe al mismo elemento común: los asalariados a sus órdenes. Entre estos en un principio suele cundir el desánimo y la sorpresa, pero la observación, la costumbre y el sentido común terminan prevaleciendo.

Esto viene a cuento, porque desgraciadamente, hay veces en que determinados trabajadores a su servicio no se dan cuenta de esta otra verdad. Viven Matrix desde dentro y les falta perspectiva. Se rebelan frente a la idiocia a la que creen verse sometidos, contra las órdenes sin sentido ni razón. Son espíritus libres, desgraciadamente. Es como si se se subieran a una de las mesas del despacho y les gritara a los demás: "Pero, ¿no os dáis cuenta de lo que está haciendo fulanito?". Los demás lo mirarán un momento, y tras una mirada de conmiseración le responderán: "¿Y qué más da?. Ni caso".
Pero no puede, y así, crispado y retorciendo su colon ascendente, llega a la consulta, en la que el psicólogo de turno, sección epicúrea, le dirá: "¿Y qué más da?. Ni caso"

miércoles, 24 de septiembre de 2008

¿Cuánto le debo?


Por regla general, los psicólogos no tenemos ni bata, ni secretaria. No recetamos. Bueno, no recetamos fármacos, para ser más exactos. Yo suelo recetar gomillas, huchas, tartas y tirarse a la piscina por el lado que cubre. Pero no hace falta ir a la farmacia a comprarlas.

Luego, al acabar la sesión me preguntan cuánto es y a quién se le paga.


Generalmente, la persona mezcla la historia que le trae a la consulta con retales sobre sus inquietudes, gustos o aficiones personales. Eso, que también yo suelo hacer, nos sirve para vincularnos en algún área, y como comenté en otro post, pisar un terreno común. En no pocas ocasiones, cuando acaba, también a mí me entran ganas de decirle: "¿Cuánto le debo?".
Hace unos años, una paciente me contaba una anécdota sobre Saramago. "Me encantaría leer con soltura a Saramago, aunque sólo sea porque me identifico ideológicamente con él, pero se me hace difícil". "Bueno -dice la señora-, yo he leído todo lo que ha escrito Saramago, te puedo dar algunas pistas", y después de eso me da cuatro o cinco maravillosas claves (que a estas alturas he olvidado casi por completo). Conforme la escuchaba notaba la alegría del descubrimiento, que es una especie de adrenalina que te impulsa a ir corriendo a comprobar lo que acabas de aprender y de abrazar al que te lo acaba de enseñar. Quieres pagarle, o al menos, no cobrarle.
Se lo comento. Ella se queda un poco extrañada. Durante un momento, ninguno de los dos ejercemos de terapeuta o paciente. La depresión ha desaparecido. "En cualquier caso, lo conveniente sería que te diera cita, ¿no?", me pregunta, "Claro, claro", contesto. "Te parece que quedemos aquí mismo, el día tal a las tales", "A mandar", le digo. "Como tarea tendrás que leer "El Evangelio según Jesucristo", "Ok"


"¿Y para mí?", me pregunta recobrando su papel de paciente. "Ésta es exactamente tu tarea; lo que acabas de hacer", respondo.

La psicoterapia analítica funcional, una de mis prefes, dice, simplificando una barbaridad, que tendemos a reproducir nuestros comportamientos también en la consulta y que si estamos atentos podemos utilizarlos para trabajar sobre ellos. Me encanta verlos salir de sus roles tristes de personas acosadas por el sufrimiento de pensamientos o sensaciones invasivas. Amplifico lo que está sucediendo y luego les hago tomar consciencia sobre ello. Fin del paso 1.

En el paso 2, o sea, desde que se va esta persona hasta que entra la siguiente, tengo que gestionar el exceso de activación fisiológica que me ha producido el proceso anterior. Ayer, trabajando sobre el curso de cerámica al que se había apuntado el paciente que acababa de marcharse, cerré los ojos, me vi una vez más con las manos llenas de barro modelando un botijo, pero sin el almíbar de "Ghost", disfruté el caramelito, hice 8 respiraciones por minuto y salí a recibir a la siguiente persona.

martes, 16 de septiembre de 2008

La culpa es de Cupido


- Ya no confío en nadie. ¿Pero qué puedo hacer?. Si no me hubiera enamorado. Me lo habían advertido todas mis amigas, pero... ¿cómo se puede controlar eso?. Cuando Cupido te dispara...




Cupido es de gran ayuda para el sostenimiento familiar de los psicoterapeutas. Cupido o la idea romántica del proceso de enamoramiento, que viene a ser lo mismo pero en ateo. Una vez que te llega la flechita comienzas a levitar, alejas los resfriados y las alergias, el sistema inmunológico sale de su escondite y todas esas células con una sola letra como nombre, comienzan a pulular alegres por el frondoso jardín. Los veo desplazándose con sonrisas misteriosas cómplices de sí mismos. Conozco bien los síntomas.

Bueno, sí, es verdad que las cosas dejan de tener término medio. Que la obviedad se aleja de uno gracias a las supergafas de soloveoloquequierover. Que te olvidas de los amigos, porque todo el tiempo es poco para estar juntos. Que con media manzana te vale, porque con una entera pierdes el autobús. Pero,... l'amour, oh, l'amour. Es estupendo. Los cantautores lo saben muy bien porque mientras están enamorados no componen, sólo viven, y luego sufrimos sus letras que tanto nos recuerdan todo lo perdido.


Sí, el arquero está justificadamente sobrevalorado. A los psicólogos, como a los cantautores lo que nos llega a las consultas es el desamor. Me gustaría que llegar alguien diciendo, "Estoy enamorado, ¿qué puedo hacer para que me dure más de dos años?". Pero no. Ya he dicho que estando enamorado se vive, ni se va a consultas, ni se escribe poesía, (salvo que no se sea correspondido, claro). Un amigo de Víctor Hugo es famoso por un único poema, un soneto triste, dedicado a un amor secreto (la mujer de Hugo, que le vamos a hacer) y Pablo Milanés escribe y canta sobre el tránsito del amor, y sólo te queda llorar o poner Batuka.
Entonces, ahí justo, cuando el paciente lleva media caja de cleenex gastada, nos toca la tarea de desenmascarar a Cupido (malgré nous).

- "¿Qué hago? Sé que es malo, pero no puedo quitármelo de la cabeza" - luego, piensa, es que sigo enamorado/a.

- "Ya lo dice el refrán:"- sostengo- "una mancha de mora, con otra verde se quita".

- "Sí, hombre, como que una puede enamorarse así, a voluntad" - o sea, que para enamorarse hace falta algo mágico tipo Cupido/flechazo.

- "Usted puede tener cierta predisposición a engordar o a enamorarse, pero para ambas cosas ha de poner de su parte. Aunque aparezca un plato de salmón rebozado y cubierto de mayonesa, para que surta efecto en su cintura necesitará comérselo"

- "No es lo mismo"

No, pero muy parecido. Yo no me hubiera enamorado de Joaquina, mi tierno amor de la primera infancia, si no me hubiera acostado noche tras noche pensando en ella, si no hubiera buscado la forma de sentarme cada día a su lado en el pupitre desgastado del cole, y a lo mejor, si ella no se hubiera empeñado en darme una de calabazas y otra de ostras. A lo mejor Cupido me lanzó una de las suyas, quizá, pero debo reconocer que yo puse bastante. Tal y como habrá hecho el paciente, probablemente.

Lo bueno de saber qué hemos hecho para conseguir enamorarnos, es que podemos repetirlo. Vea un ejemplo cualquiera de procedimiento amoroso:

Mirada o contacto visual o social inicial. Entérese de por dónde se mueve y vuelva a ese sitio una y otra vez. Pídale el msn. Gástele bromas entres sutiles e incomprensibles. Manéjese en distancias cortas. En el trabajo deje de vez en cuando lo que tenga entre manos y piense en él/ella. Imagínese manteniendo relaciones sexuales (si no es capaz, mejor cambie de objeto amoroso). Háblele a los demás todo el rato de él/ella (bien o mal, da igual). Observe cuántas aficiones comparten y obvie el mundo que los separa,..

Tómese esta pócima y verá sus efectos a corto plazo.


jueves, 11 de septiembre de 2008

Sara (3)


Sara parece otra. Ha estado de vacaciones, ha vuelto, ha comido lo que ha querido y no se ha sentido culpable por ello después, ha salido a divertirse sin detenerse antes en el espejo de la escalera. Tiene un amigo nuevo con el comparte tiempo y esperanzas. Identifica en él algunos de los comportamientos y pensamientos que hace no mucho la tenían recluida. No me atrevería a decir que es feliz, simplemente se siente normal. Como era antes.






¿Qué es lo que ha funcionado en Sara para acabar con tanto tiempo de malestar personal y familiar? Básicamente, la TAC (Terapia de Aceptación y Compromiso) y la Psicoterapia Analítica Funcional. Ya volveré sobre estos temas. Podría decirse que el 90% del tiempo que he hablado con Sara me he estado dirigiendo al hemisferio derecho de su cerebro, porque el izquierdo estaba demasiado ocupado argumentando los motivos por los que no debería salir de casa a un sitio con gente conocida. "Yo sé lo que me digo", repetía. Esos sitios y esas personas eran antes los referentes de su vida, para bien o para mal. Volver a situarse en ese contexto debería ser el objetivo, a pesar de ese malestar incapacitante en forma de autoimagen negativa. En eso trabajamos. Tomarse una cañita en El Pepito sin importar sentirse observada y con unos pensamientos depresógenos como luciérnagas adornando su frente.

"Yo sé lo que me digo", suele concluir Sara. Un abrazo.

martes, 9 de septiembre de 2008

Albert Ellis



A mediados de los años 50, Albert Ellis cansado de que el psiconálisis no le cundiera lo suficiente, crea una psicoterapia apoyada en unos principios filosóficos muy adecuados a su propio perfil y al de la sociedad en la que se inserta. Un modelo centrado en el individuo. "Usted sufre porque ve las cosas de esta manera, si las viera de tal otra...", o "Si usted dejara de exigir que las cosas fueran de tal o cual manera, sufriría lo indispensable". Está considerada la primera terapia cognitivo-conductual. Inicialmente la denomina TERAPIA RACIONAL. Conforme avanzan las investigaciones se van añadiendo componentes, así pasamos por la TERAPIA RACIONAL EMOTIVA hasta la actual TERAPIA RACIONAL EMOTIVO-CONDUCTUAL.


Ellis es-ha muerto recientemente- un referente en la psicología contemporánea, por eso aquel año en el que dio una serie de cursos por España, una amiga y yo fuimos corriendo a Málaga a reverenciarlo en vivo y en directo.


Nos llamó la atención verlo vestido los tres días con la misma americana y camisa, que a su vez era con la que aparecía en las fotografías de cursos y en las solapas de sus múltiples libros. En la foto-dibujo de arriba lo vemos junto a Beck. Ellis es el de la camisa tipo Travolta.
Comienza el curso. En la primera parada para el desayuno cundía el desánimo general. Una colega nos comentaba, croissant en mano, que después de aquellas tres primeras horas se estaba replanteando seriamente pasarse al modelo de Beck, por lo mal que le estaba cayendo Ellis. Había sido un discurso biográfico-mayestático. Por alguna razón, el público asistente -o sea, nosotros- pensaba que se iba a encontrar a un humilde científico de la conducta desentrañando las dificultades del comportamiento humano.
En la segunda parte y hasta el último día, se dedicó a explicar su terapia ejemplificándola con casos, la evolución que le había llevado a fabricar la solución práctica y rápida a tanto problema mental suelto por el mundo.


El personal se iba calentando con cada intervención y luego en los desayunos, comidas y cenas no se hablaba de otra cosa, la gente se iba pasando al equipo de Beck a ritmo de tambor. Ellis salía a pasear entre los cursillistas con su camisa tipo Fiebre del Sábado Noche. Alguien le pedía una foto, él accedía, posaba sonriente como mi hija Ana, pero a la segunda petición te mandaba a freír espárragos.


Llegó el último día : "Bien, alguien quiere exponer un caso". La colega de los croissants se levanta y aprovechando la coyuntura le suelta exactamente todo lo que nos había estado diciendo desayuno tras desayuno. "Me ha desilusionado... usted es esto y lo otro...yo que llevo practicando la TREC desde que...". Ellis la escucha atentamente y al final le dice: "Bien, pero ¿tiene usted alguna pregunta?". Se oyen risitas nerviosas y la interviniente se sienta prudentemente. Por fin alguien se atreve a comentar un caso. Se levanta, nuestro megaterapeuta la llama al estrado y ella comienza a hablar: "Tengo dos niños... lo llevo fatal... porque esto y lo otro... y como yo soy psicóloga me siento culpable porque...". "¿Ha terminado?", le pregunta Ellis impaciente. "Sí", responde ella esperando solución. "Los niños son un coñazo, generalmente, ¿por qué tiene usted que ser una super-mamá?". Silencio general. Ellis en estado puro. Si hubiera estado Beck, seguramente le habría dicho: "Demúestreme que es usted una mala madre", si hubiera sido D,Zurilla se habría acercado a la madre-colega, le habría puesto la mano en el hombro: "¿Cómo consigue usted que su niño haga todas esas otras cosas bien?".
Despedida. Tímidos aplausos. Ellis baja torpemente. Ya no admite más fotografías. Me llevo mi libro sin autógrafo. Cati, la chica de los croissants me pregunta si he visto la bandeja y yo la mando a la cocina porque sé, más allá de estos cognitivistas venidos a conductistas, que si hay algo terapéutico para un psicólogo, probablemente tenga forma de croissant.

martes, 2 de septiembre de 2008

Un dromedario en el armario


Estaba jugando con mi hija mayor a contar cuentos a partir de una palabra. Era su turno. Cerró los ojos y dijo: "Dromedario".
Aunque G. Rodari me tiene prohibido contar cuentos con fines terapéuticos, recordé a M., un niño de 7 años que no podía sacarse de la cabeza las cosas que se le metían. Lo senté en el sillón-diván, se relajó y me relajé y fue surgiendo esta historia:

"Un mañana de verano el hombre se levantó de la cama y al abrir el armario para buscar la ropa, encontró en su interior un dromedario. "Buenos días", le dijo amablemente el tilópodo. "Hola", respondió sorprendido el hombre, "usted es... es... un...", "Un dromedario, efectivamente". "Pero este, este,... este es mi armario", dijo atribulado el señor. "¿Y tiene algún inconveniente en compartirlo?". "Bueno,.. no sé... es un piso alquilado...". "No dispongo de efectivo, pero puedo darle toda la conversación que quiera, es un buen trato, ¿no?". "Bueno, si no sale del armario..."

Nuestro hombre se fue a trabajar, pero no podía concentrarse. La voz, la joroba, el olor,.. todo era invadido por el dromedario que se colaba en la taza de café, en las teclas del ordenador y en las peticiones de su jefe. Cuando llegó a casa por la noche no quiso abrir el armario, prefirió dejar toda la ropa encima de la silla y acostarse. Apenas comenzaba a conciliar el sueño cuando oyó que golpeaban la puerta. Se despertó azorado y corrió hacia la entrada, destapó la mirilla pero no vió nada. Otra vez resonó la puerta. Los golpes venían del armario. Se dirigió al mismo y lo abrió. "¿¡Qué!?", preguntó malhumorado. "El armario está bien, pero a veces me gustaría un poco de cháchara, ya sabe, en el desierto somos muy habladores", "Pero, ¿de qué podemos hablar usted y yo?. No tenemos nada en común". "Hombre, por algo se empieza, ¿no tiene ningún secretillo...?". Cerró la puerta de un portazo y se metió en la cama. Todavía oyó la voz ensordecida por los tableros del armario: "¡¡Yo me hacía el enfermo para no llevar a los beduinos...!!"


Así transcurrían los días y las noches. Por alguna razón tenía que abrir el armario, no importaba que estuviera o no delante de él. Su mente galopaba a ritmo de dromedario, enlentecida y rumiante. Buscaba y buscaba cómo solucionar aquello, y cuanto más lo intentaba peor se sentía.


Un día entró en un bazar asiático buscando unos patucos para el dromedario. Vio una fila de pingüinos cerca de las neveras de playa. "Deme también un pingüino", "¿De qué color lo quiere?". "Verde, deme un pingüino verde".

Pasear con el pingüino verde era tan lento como andar con el dromedario en la cabeza, pero al pingüino, al menos, lo eligió él."