miércoles, 28 de octubre de 2009

Ensalada de pollo





¿Se ha sentido alguna vez atrapado, sin posibilidad de cambiar nada?. Es como si la vida tuviera un guión en el que le hubiera asignado el papel de sufridor o sufridora. Muchas de las personas que acuden a la consulta están sometidas a situaciones inescapables. Están pilladas en una encrucijada, en una especie de punto sin retorno en el que hagan lo que hagan parece que van a perder. La capacidad para sobreponerse a estos episodios la llamamos resiliencia.
Podría hacer el siguiente experimento: dígale a alguien que extienda el brazo, que va a comprobar su resistencia. Vaya colocándole entonces peso encima poco a poco. Observe qué sucede. ¿Aguantará?

- Vamos a comprobar su resistencia. ¿Podría extender el brazo con la palma abierta hacia arriba, por favor?

La persona extiende el brazo complaciente, y yo comienzo a volcar encima, uno a uno, todos los manuales de Vicente Caballo, que están especialmente diseñados para que no los puedas leer en la cama, así como cualquier otro que tenga un grosor considerable. Conforme el montón va creciendo, el brazo sigue la lógica de la física y va bajando. Probablemente en ese momento no sepan muy bien en qué consiste el “juego”, pero por alguna razón siguen aguantando y aguantando, como si en el precio de la consulta hubiera una cláusula que obligara a ello. El brazo comienza a temblar y no sin cierta sensación de apuro, la persona “se rinde” y deja que su brazo se aplaste sobre la mesa. Podrían haber parado antes: “Esto pesa demasiado, dígame para qué sirve ”. Pero no. Sólo se rindieron cuando su brazo claudicó. Sólo se rindió cuando no fue capaz de levantarse de la cama, cuando la ansiedad no la dejaba salir de casa, cuando las disputas se sucedían en escaladas cada vez más violentas, cuando… cuando ya las consecuencias eran así de evidentes, como el peso sin sentido de estos libros sobre el brazo .

- Ahora vamos a hacerlo al revés. Usted coloca los libros sobre mi brazo extendido.

“¡Qué psicólogo más solidario!”, pensarán.
Voy echando un vistazo a los libros que me va colocando. “Ah, no, este no me gusta” – lo aparto. “Bueno, este me gusta pero no estoy dispuesto a soportarlo ahora. ¡Fuera!”. Lo vuelvo a apartar, y así me quedo sólo con uno o dos, el resto los coloco encima de la mesa.

- ¡¡Aaaah, eso no vale!.

¿No vale? El estoicismo lo reservo para lo que no tiene solución. Para el resto, actúo.


¿Cuántos libros puede usted cargar sin rechistar? ¿Cuántos son estrictamente necesarios? ¿Quién le dijo que tenía que aguantarlos? .

Si no es capaz de dar ese primer paso, quitar ese primer libro, será difícil que se embarque en tareas más gratificantes, como beber el sol de otoño en una terraza leyendo las prisas ajenas o planear una mousse de chocolate con espuma de coco mientras se arrellana en el sofá para ver la sexta (buenísima) temporada de House.

En “Un toque de infidelidad”, el padre le dice a Larry (Ted Danson) : “…de ti depende hijo mío, que tu vida sea caca de pollo o ensalada de pollo”. Luego vemos al actor junto a Isabella Rossellini montados en una moto demodé, dejando atrás los residuos de pollo. Te entran ganas de escaparte, porque siempre tienes algo de lo que escaparte. Y una vez que el romanticismo te permite volver a comer gusanitos, te das cuenta, felizmente, de que todo tiene sentido.

Las personas se van de la consulta con su brazo dolorido. Uno quiere creer que empezarán a desmontar todos aquellos libros que son una carga innecesaria. Luego, otro día, vuelven y entonces empezamos a hablar sobre cómo llenar ese nuevo e inexplorado espacio, y entonces siempre, siempre, recuerdo aquella reseña literaria sobre “Juegos de la edad tardía”: “… cómo envidio a todo aquel que no le ha hincado el diente aún”

lunes, 19 de octubre de 2009

La puerta del infierno


En una remota república de la antigua URSS, en el centro de Asia, se encuentra Darmaza, una pequeña población enclavada en un paisaje desértico. En los años setenta, geólogos de la Unión Soviética buscaban en el subsuelo de esta zona bolsas de gas natural. Durante la perforación dieron con una enorme cueva subterránea que provocó el desprendimiento de la maquinaria y del costoso equipo que utilizaban. Hicieron un primer intento por rescatarlo, pero las mediciones reflejaban una gran cantidad de gases tóxicos, por lo que decidieron eliminarnos por combustión. Una cerillita y dentro de unos días aquí paz, allá gloria y un pozo calcinado para que los darmazianos jueguen a las canicas.

Al día de hoy, más de cuarenta años después, el socavón sigue en llamas, presentando una imagen que debe ser la contraria a aquella otra celestial a la que uno se imagina reservado, cuando gana puntos cediendo el asiento a la señora mayor del carrito en el autobús.

Cada poco tiempo llega alguien a la consulta para que le ayude a extinguir un cráter incandescente que se incendió algún día, tiempo atrás, con un desengaño amoroso, una venganza, una traición, un desaire, una disputa, una afrenta, el abandono,… Esa llama que crepita con cada mirada, con cada recuerdo, con cada visita, que tiene el extraño poder de atraparte, como aquella otra de las chimeneas, de las hogueras, de todos los fuegos, que sube desde las entrañas y te va quemando a su paso por dentro.


Hace poco leí la última entrada de un blog en el que la autora se despedía para marcharse camino a Darmaza, para apagar la desazón que le producía un amor no resuelto. Los geólogos fueron también allí, abrieron un prometedor hoyo que comenzó a emanar gases, otros, no los deseados, luego no supieron qué hacer sino más de lo mismo, aunque la situación fuera completamente diferente. La solución se convirtió en el problema. Durante bastante tiempo estuvieron esperando a que el gas se consumiera, a que lo que habían intentado diera sus frutos; unos días, unas semanas,… Finalmente se marcharon.

Los fuegos arden en el estómago, pero se encienden en la cabeza. En las consultas tenemos bengalas de colores; otros fuegos, otros caminos,…dejamos abierta la puerta del infierno, pero sabemos que no es necesario cruzarla.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Ritmo


Me gusta salir a hacer fotos buscando un motivo concreto: un color, tonos de cielo, calcetines, baldosas, ritmo,.. El ritmo es uno de mis motivos fotográficos preferidos. Está ahí, esperando a que lo veas.

En la consulta también hay ritmos. Son ritmos no fotografiables, inasibles e intangibles. Sólo existen si eres capaz de construirlos.

Canon en Re mayor, Johann Pachelbel



Para bailar esta pieza se necesita que cada miembro del ballet interprete el mismo papel una y otra vez, como si hubieran descubierto el paso sublime y cualquier otra opción sólo pudiera destrozar la obra. Los ves bailar y te gusta, adivinas que tras el preludio aparecerá el nudo, con más fuerza y también con más conflictos, pero no, no avanza, se queda ahí, en un bucle, que diría Buenafuente.


Without you, versión de M. Carey


La cantante de la orquesta empezó cantando esta canción. Los comensales estaban acabando los postres y los novios vagaban de mesa en mesa entregando con la derecha y recogiendo con la izquierda. Ellos se miraron con complicidad y salieron decididos a la pista vacía a bailar su canción. Románticos y empalagosos a partes iguales, se entregaron a la balada con los ojos cerrados, apoyados uno sobre el otro, levitando por efecto de esa emoción que te vuelve ingrávido, ajenos a los quinientos invitados, al zigzagueante ir y venir de los camareros, a los padrinos y a los novios. Una comunión perfecta. Apenas sabiendo lo que la canción ya adivinaba: que algún día no se levantarían a bailar, no cruzarían la mirada cómplice ante la misma canción, que un martes, a las siete, estarían sentados uno junto al otro en otras dos sillas delante de un psicólogo con gafas y cara de cura circunspecto.
“But I guess that's just the way
the story goes”

Peer Gynt Suite No.1, Op.46 - 1. Morning mood, Eduard Grieg


Peer está sentado sobre está montaña roja travestida de sillón de consulta. No quiere bailar con nadie, quizá hubo un tiempo en el que se dejó llevar por todos los bailes, por todas las melodías, pero ahora parece disfrutar de esta nueva brisa silenciosa. Al menos eso dice. Viene a librarse de las ataduras, no a recuperar a aquel otro que algún día fue, aquel que vivía libre sin necesidad de vocear su libertad. Me levanto y pongo el primer movimiento en el picú y lo dejo sumergirse en su destino.



Wonderful tonight, Eric Clapton


Ella le dijo que tenían que hablar. No hablaron, o más bien siguieron hablando de sus cuitas cotidianas de intendencia, esas que permiten alargar la convivencia sumida en un contrato tácito de organización: él tira la basura y plancha; ella hace la comida y recoge a los niños.
Si te dicen: “Tenemos que hablar” ya sabes que tu relación está en peligro, o lo que es peor, que no te has dado cuenta hasta ahora de que tu relación estaba en peligro.
El baile de la despedida es más traumático que el de la ilusión, es más un tango que un vals, te alejas sólo en apariencia, en el último momento tiran de ti hasta caer de nuevo en los mismos brazos, y quedarte cara a cara, en un nuevo intento de mirarse a los ojos.
Suena en el mp3 subcutáneo aquella canción de Eric Clapton, cuando "ella estaba maravillosa". Entonces me levanto y les doy un ficus traidor para que lo cuiden. Es una maceta preciosa, de un verde que invita al optimismo. La tierra está llena de partículas de nitrógeno y durante un tiempo no hace falta nada especial para sentirse orgulloso de ella, al poco, no obstante, comienza a palidecer, aumentas el riego, lo disminuyes, lo cambias de sitio, más sol, menos sol, posos de café,… nada. Se acostumbró a la melodía que rezumaba el nitrógeno, aquellos sonidos que se fueron diluyendo en el fondo de la tierra de la maceta, esos que ahora son pálidas manchas en el negro compost. Sólo si descubres a tiempo ese pequeño componente que apenas salpicaba aquí y allí la tierra, aquel que un día sirvió para que resplandecieran las hojas tersas y carnosas mientras la llevabas satisfecho a tu hogar, sólo entonces tendrá mi querida maceta alguna oportunidad.