viernes, 25 de junio de 2010

La marmita del druida



Detrás del sillón de relax tengo una marmita con una pócima en permanente ebullición. Es lo suficientemente grande como para zambullir a un niño, pero desgraciadamente, a los adultos sólo les caben los pies. Hacia los cuatro años, alguien me agarró entre las axilas, me sacó del sitio confortable en el que braceaba pidiendo leche de vaca y me llevó a un lugar oscuro e incierto. Allí me metieron en una palangana de hojalata llena de un humeante y tibio líquido blanco. Años más tarde descubrí el nombre de aquel brebaje espeso: resiliencia.

Cuando saco a los niños de la marmita sé que sabrán enfrentarse a todas las vicisitudes que les espera en la vida, sin los colorantes artificiales que solemos añadir a los ya de por sí dolorosos trances. La pócima no previene el dolor, sólo hace efecto ante el sufrimiento, ese plus que le agregamos.

Un ejemplo habitual y ya varias veces comentado en estas líneas, hace referencia a ese malestar psicológico que acompaña a las sensaciones corporales de la ansiedad. “¿Por qué vuelve a pasarme?”, o también al sitio o sobre la persona que vierte sus enfados, o también cuando se exige –o exige- que las cosas sean como le gustaría que fueran, o cuando le pide a su pareja que deje de hacer algo porque sólo así se sentirá usted bien, o… para qué seguir.

Al escuchar a unos padres, tras darle al niño el paquete de chucherías justo antes de la hora de la comida, para evitar que monte una pataleta que ya anuncia con sus gritos, decir: “Es para que no sufra”, me entran ganas de decirle: “Será para que no sufra usted. Su hijo dentro de poco no me cabrá en la marmita.”

No logré averiguar quién fue aquella misteriosa druida que me trasladó hasta su marmita en medio de la noche, llorando por la pérdida de lo más valioso. Me desperté tres años más tarde, vestido con la indumentaria futbolística de la Unió Esportiva Sant Andreu y con las espinillas cosida a moretones. Ahora soy yo el que se dedica a mover la olla, a coger a niños sollozantes y sumergirlos en ese líquido carminativo. No se me ocurre qué otra cosa mejor podría estar haciendo.

viernes, 18 de junio de 2010

En terapia: examen de psicología



Como cada año por estas fechas, toca comprobar hasta qué punto la lectura detenida de los manuales de psicología, los libros de autoayuda y sobre todo el estudio a fondo de este magnífico blog, le han convertido a usted en un experto en psicología.
Elija la opción correcta.

1. Gracias a su despiste, al llegar a la sala de espera se encuentra con dos pacientes en lugar de uno, ¿cómo actúa?

a. Atiende en primer lugar a la que tiene un perfil emocionalmente más inestable
b. Hace un trío
c. No le cobra a la que atiende en segundo lugar.


2. En terapia de pareja, ella dice cosas como: “Parece darle más importancia a los objetos y a su rutina que a mí”, “No aguanta que lo critique”, “Nunca me habla de cómo se siente”, “No tolera que haga bromas con su calva”,… Él dice: “Hago de todo y ella no para de criticarme”, “No sé cómo contentarla, ni lo que quiere que haga” ,… ¿Qué haría usted?

a. Sospechar que está ante un caso de Asperger, por lo que debería aclarar que los cambios, si se producen van a ser muy pequeños y dificultosos.
b. Esperar a ver quien gana el set.
c. Aplicar una técnica habitual para terapia de pareja, como por ejemplo, “pillar a tu pareja haciendo cosas agradables”.

3. Mientras le cuenta lo que le sucede, usted observa que su paciente no para de suspirar, tomar aire y hacer respiraciones superficiales, ¿cómo actuaría?

a. Intentaría calmarlo, para que pudiera continuar con su explicación sin que sus emociones interfirieran.
b. Aprovecharía para hacerle notar cómo somatiza cada vez que relata su experiencia.
c. Le pediría permiso para tomarle la mano, pues el contacto físico está demostrado que es bastante relajante

4. Se da cuenta de que cuando intenta transmitirle algo, su paciente no la escucha, sino más bien parece estar pensando en cómo continuar con su historia. Ejerza de psicóloga.

a. Puesto que está semi-auto-hipnotizada, podría introducir algunas pautas que empezarían a trabajar desde el inconsciente.
b. Le hace tomar conciencia de tal hecho y le pregunta si le ocurre algo similar habitualmente.
c. Se calla, para que tome consciencia de lo que está ocurriendo.

5. La hermana gemela de Eva Mendes le está diciendo que se encuentra desesperada, que su relación de pareja es un desastre, que nadie la entiende, que si al bajar a la calle cualquier hombre la abordara para pedirle fuego se iría con él directamente a la cama. ¿Qué? (Puede cambiar a la paciente por el hermano gemelo de Pattinson o Clooney, si procede)

a. Le pide que se centre en el malestar que está sintiendo y en cómo manejarlo con las estrategias que se han comentado en la consulta.
b. Le da el alta, se despide, sale corriendo al estanco y sale al encuentro de ella.
c. Llama a su mejor amigo para decirle que coja un taxi al centro.


6. Está estudiando psicología, le explican los síntomas de un trastorno de personalidad determinado y se va poniendo nervioso (a) al comprobar que están haciendo un retrato robot de su pareja. ¿Cómo procedería?

a. Se lo diría e intentaría tratar de ayudarlo.
b. Lo dejaría con cualquier excusa.
c. Pediría consejo a algún experto sobre cómo abordar el tema.


7. Una persona llega a su consulta pidiéndole ayuda porque se desmaya cada vez que van a ponerle una inyección, incluso cuando ve sangre. Actúe.

a. Le digo que tome comprimidos en lugar de inyectables y que deje de ver CSI y Bones.
b. Hacemos una lista de situaciones, la jerarquizamos, le enseñamos relajación y le enseñamos a exponerse paulatinamente a los distintos ítem de la lista
c. Le explicamos cómo evitar los desmayos con las técnicas de Öst para ayudarle a que le suba la presión arterial.


8. En la primera cita, la persona que tiene enfrente apenas es capaz de explicar qué le ocurre, sólo que se siente mal y que no encuentra una explicación.

a. Lamenta no haber estudiado más a fondo a Lacan.
b. Lo veo un poco confundido, le dice, ¿ no sería mejor que clarificara su demanda antes de que trabajemos?
c. Intenta temporalizar desde cuándo, en qué lugares, con qué personas,… antes de centrarse en los síntomas específicos en sí.

9. Una amiga suya le está contando lo mal que va su hijo con los estudios y cómo le está afectando eso a la familia, que está cansada de intentarlo todo y que el niño no responde,…. ¿qué haría?

a. Hay que ver lo agobiante que puede llegar a ser eso, ¿verdad?, le comenta.
b. Le explica cómo tiene que abordar el problema.
c. Le dice que lo lleve a la consulta, que le va a hacer un precio especial.

10. Su paciente le dice que se ha enamorado de usted.

a. No se preocupe, eso sólo pasa en la serie “In Treatment”
b. Le dice que entonces tiene que abandonar la terapia.
c. Pide supervisión.

martes, 15 de junio de 2010

Deme una caja de preservativos de la talla más pequeña



Hace poco les pedí a los miembros de un grupo de fobia social que pusieran en práctica algunos ejercicios de ataque a la vergüenza. Por distintas razones, todos ellos tienen un gran temor a determinadas situaciones. Para protegerse de lo que piensan que les puede ocurrir en tales circunstancias, intentan tomar medidas que, en realidad, nunca les proporcionan garantías suficientes de que no vaya a ocurrir algo que haga que les tiemblen las piernas.

El ataque a la vergüenza es una técnica muy conocida en la Terapia Racional Emotiva de Ellis. Desde su institución se entrega un premio anual al terapeuta que haya sido capaz de utilizar de forma más creativa esta técnica. Hace unos años ganó la siguiente:

El paciente entra en la farmacia llena y pide condones. Cuando se los trae dice: “No, quiero la talla más pequeña que tenga, por favor”.

Personalmente, he escuchado al hace poco fallecido, Dr. Ellis contar algunas de sus favoritas. Me llamó la atención una que consistía en pasear un plátano atado a una correa, como si fuera un perrito. Ya lo conté en otro post. Muchos de los ejemplos que pone son difícilmente aplicables en una sociedad como la nuestra, en las que tenemos un exagerado temor al ridículo. De forma que no queda otra solución que adaptarlas.

A veces, por fortuna, ni siquiera tienes que buscar algo para trabajar la vergüenza, sino que directamente te viene impuesto. Por ejemplo, he podido comprobar que la unión que forman mi cara y las gafas tienen un alto poder de atracción para todas las actividades de animación de barcos, ferias y hoteles. Si estoy de pie, con el vaso en la mano, escuchando al animador anunciar lo que van a hacer y que necesitan a alguien del público, que nunca levanta la mano, tengo la certeza de que oiré: “A ver, ese señor, el de las gafas” A partir de ese momento ya sé que me someterán a distintas situaciones para que o bien pierda la vergüenza de una vez o bien me traumatice de por vida. Seguramente será un poco chocante verme, porque, por un lado, no tengo nada entrenada la sonrisa social y, por otro, el tipo de bromas que se utilizan en estos sitios me hace muy poca gracia. Pero,… ¡son oportunidades que no podemos desaprovechar!

En cada momento, paseando por la calle o escribiendo un pozt, tienes la oportunidad de meter la pata voluntariamente, sin tomar medidas y comprobar que no eres lapidado. O bien, puedes permanecer atado a la vergüenza, encadenado al miedo al ridículo.

Unido a esta técnica, tenemos otra que llamamos re-encuadre, que básicamente consiste en darle una interpretación diferente a un hecho determinado, como cuando a Edison le preguntaron si no se sentía frustrado por tener que haber realizado miles de intentos antes de conseguir inventar la bombilla y él contestó que nunca los había vivido como un fracaso, sino que en cada ensayo fallido aprendía cómo no debía seguir. Por ejemplo, cuando veo a un inglés en la playa con sus chanclas y los calcetines blancos de rayas, nunca pienso, vaya ridículo, sino este señor seguro que no se resfría nunca.

jueves, 3 de junio de 2010

El psicólogo más gracioso del mundo


He estado increíble esta tarde, pensé al recordar la risa contagiosa que habían provocado mis comentarios. Era una sensación rara teniendo en cuenta que tengo cara de estar de permiso del seminario y que a veces, aunque pocas, hablo en serio, y que incluso cuando decía cosas como “esto le va a costar cierto tiempo quitárselo”, a la persona no le desaparecía la sonrisa. El primer paciente fue un niño, uno de mis amigos hiperactivos que tocan-abren-cierran-preguntan y se sientan en el sillón de relax a meditar sobre el sentido de la vida un segundo, antes de ir corriendo a la salita a pedirle a la madre un kiwi. El resto fueron adultos. ¡Vaya, el tiempo se está estabilizando!, concluí.

Es reconfortante saber que tienes tanto poder de contagiar optimismo. Ni en las facultades ni en los cursos te preparan para ello. Nadie te lo vende. La vida te lo da o no. Tus padres te dejan unas semillitas y tú decides si las siembras. He conocido a hijos ceñudos a pesar de tener como padres a optimistas crónicos. Intentas que vean el lado bueno de lo malo, el punto humorístico de la muerte o al menos, de saber que la vas a palmar indefectiblemente, los drogas con alcohol o con discusiones sobre los canalillos del verano,… no hay forma. No puedes enseñar al que no quiere aprender. Por suerte a la consulta vienen con la mente más abierta.

Yo mismo no he podido para de reírme en alguna ocasión y eso es peor, especialmente si la persona no ha tenido esa intención. Pero no puedo controlarlo. Recuerdo a un paciente que me preguntó:

- ¿Usted se lava las manos antes de comer?
- Pues sí
- ¿Y cómo me explica que todo el mundo se lave las manos antes de comer y nadie se las lave antes de orinar, sino después?

Era la primera sesión y pensé que estaba hablando en broma, para eliminar la tensión inicial. Luego pude comprobar que no.

Hace años se publicó un libro llamado “Optimismo inteligente”. En buena medida se hacía eco de una corriente de investigación que hasta entonces escasa dentro de nuestra profesión: la psicología de la felicidad. Lo de la coletilla “inteligente” viene a dar por supuesto que si usted es optimista sin datos es que en realidad, posiblemente, sea un iluso (o un memo, puestos a insultar). Como yo. No necesito muchos datos para ser optimista. Es una droga barata que sé dónde se vende. Así, durante esos diez o veinte minutos en los que estoy procesando la información recabada durante la tarde, recogiendo los papeles, guardando el pc,… no paro de echarme flores. Diga lo que diga, haga lo que haga, los pacientes salen con el sol en el rostro. Es como ser el psicólogo más gracioso del mundo.
El niño me toca la cabeza y me dice que la tengo más grande que la suya, pero que él tiene más pelo. Los adultos se marchan casi disculpándose por no poder contenerse. No hay nada más sano que reírse, tranquilizo. Finalmente voy al cuarto de baño, me paro en el espejo. Una pegatina verde de Zespri aparece estampada en medio de mi frente.