jueves, 29 de abril de 2010

Micro-orgasmos




No soy una persona completa los lunes. Aún quedan restos de mí esparcidos por el fin de semana que luchan por no incorporarse a la rutina.

Durante los tres días anteriores me dedico a la desestructuración, algo así como la cocina molecular del alma. Voy de actividad en actividad hilvanando una colcha de pachwork. En la consulta miro a los niños hiperactivos, una vez que empiezan a tener dominio del territorio, buscar entre las bolsas y cajas de juguetes supuestamente ocultas detrás del diván. Les veo cara de viernes. Luego, cuando van pasando de la bolsa de títeres a la caja de magia y de ahí a pesarse en la báscula y tirarse al suelo con los puzzles, están ya en proceso de desestructuración.

Mi córtex prefrontal, al igual que el de estos niños, es como una comuna. Siempre he soñado con compartir espacio físico, ideario y comida con otros y otras vestido con pantalones con margaritas y escuchando a Hendrix tumbado sobre la hierba. No sé si eso me ha traído como consecuencia esta anarquía cerebral o si ha sido al revés.

El córtex prefrontal es la parte yuppie del cerebro. Algo así como la zona de mando, allá arriba, debajo de la calva prominente. Una habitación llena de ejecutivos engominados con cartera de cuero y pulserita del color que más se lleve, dedicados a planificarte la vida, a decidir cuándo, a qué y a qué no, tenemos que prestar atención, cómo hay que programar nuestro dinero para que nos dure hasta fin de mes, y esas otras cosas que, según la versión oficial, deberían contribuir a hacernos tener una vida más controlable.

Igual que los yuppies rocieros suelen apreciar la gomina, a esta plebe le encanta la dopamina, un neurotransmisor encargado entre otras muchas cosas de transportar la información entre esta zona y el sistema límbico, que para que nos aclaremos, viene a ser el hedonista de la casa o bien, -por fortuna para los psicólogos-, a veces, la sufridora compulsiva, un volcán de emociones dispuesto siempre a dejar bloqueado el espacio aéreo de la eurocorteza.

Posiblemente, una de las funciones que más me gusta de la dopamina sea su habilidad para hacerte sentir bien. Con la adrenalina y la serotonina forman un trío de cantantes ideal para hacerte pasar una jornada de twist emocional. Si usted se fuma un cigarrito bien cargado de nicotina es como si estuviera apretando un botón para soltar dopamina en su cerebro, un micro orgasmo que a lo que se ve tiene que enganchar mucho. Afortunadamente, al menos para mí, no es la única forma de onanismo mental.

El viernes por la tarde comienzo a hacerme unos liadillos de dopamina y paso todo el fin de semana drogándome. Cuando estoy tumbado en el mar, flotando y mirando a las gaviotas mezclarse con las nubes, pienso en lo fácil que nos resulta a los que tenemos un croquis defectuoso del prefrontal fabricar promesas mentales y entonces, mientras me pregunto por qué no me compro un aparatito para estimular el lóbulo de marras y que mis pacientes salgan cantando: "Paz y amor, paz y amoooor", en lugar de empeñarme en arreglar mentes divergentes, me doy cuenta de que se me ha olvidado la toalla en casa.

miércoles, 21 de abril de 2010

El chocolate me llama



Siempre me ha llamado la atención lo sobrevalorada que está la razón frente a la emoción. Cuando intento pasármelo bien y no tengo material a mano disponible (película, cocina, cámara de fotos, libro,…) utilizo los pensamientos para proyectar fantasías que funcionan como una especie de droga. Más o menos, como cuando Homer Simpsom se imagina quedarse encerrado en una fábrica de rosquillas acompañado de un barril de cerveza. Utilizo la capacidad de raciocinio y planificación para diseñar el viaje, pero para que eso se convierta en una meta, previamente he tenido que imaginarme sentado en un velador, tomando un helado, con San Gimignano al fondo. Primero utilizo mis glándulas y luego la cabeza.

Los heurísticos son una especie de atajos que nos facilitan la vida. Buena parte de estos atajos están mediados emocionalmente. La pareja de una amiga es un alexitímico, tiene tres carreras universitarias y es capaz de utilizar heurísticos para cualquier problema que tenga que ver con la física cuántica o con los polímeros, pero en su vida social fracasa estrepitosamente. Tampoco es que parezca importarle. Ahora es el ex de mi amiga y casi un ex del resto de la comunidad.

El hígado es mucho más accesible. Si quiero que se compre un coche determinado le diré que se deje llevar por el corazón, que se lo merece, que seguramente su cabeza le dirá que no, pero… Confieso que soy fácilmente sugestionable. He comprado todo lo que me ha vendido el monitor de la esquina de una de las calles del Leroy Merlín y tengo acumulando polvo todas aquellas enciclopedias y cursos que nos vendían en reuniones sociales, (imagínese, si ya soy débil individualmente, en grupo...), por lo que previsiblemente, los viajes del Imserso, cuando lleguen, me saldrán por un ojo de la cara. He mimado siempre mucho mis vísceras.

Veo a muchos pacientes que quieren ahorrarse sufrimiento a cambio de no vivir. Es como decir: “me quedo con la cabeza; el corazón duele”. Si no me enfrento a tal situación no lo pasaré mal. Quiero tener corazón, pero no taquicardia; pulmones, pero no hiperventilación; pareja, pero garantía de fidelidad ante notario;…

En otras ocasiones ha llegado alguien desbordado por un enamoramiento imprevisto que casi lo ha convertido en un extraño de sí mismo, flotando sobre una capa de hipomanía, como si se hubiera desenroscado la cabeza y fuera todo emoción a flor de piel. Quiere dejar a su esposa, hijos, casa, trabajo,… Se ve capaz de superarlo y cambiar completamente. Viene arrastrado por alguien muy significativo para él, aunque, en realidad, no alberga ninguna duda sobre lo que tiene que hacer.

Es el otro lado de la moneda, sentir como objetivo vital. Alteraciones relacionadas con las emociones y su gestión, en el fondo.

El tercer caso es quizás el más curioso: personas que se castigan por sentir. Aquellas que reaccionan a las emociones negativas con emociones secundarias de ira o culpabilidad. He vuelto a caer, no tengo remedio.

Óscar Wilde tiene una cita que me ha acompañado durante buena parte de mi vida: “Puedo resistirlo todo, menos la tentación”.

Bueno, les dejo que me está llamando a voz en grito la tableta de chocolate desde el cajón de los tests. ¿Quién la habrá escondido ahí?

jueves, 15 de abril de 2010

La gota que sube


Contrariamente a lo que se suele pensar, el porcentaje más alto de trastornos del estado de ánimo y de ansiedad no está directamente relacionado con desencadenantes traumáticos. Para las muertes, enfermedades incurables, rupturas sentimentales, etc., tenemos una especie de tempo social preestablecido, unos comportamientos aprendidos por el doliente y por los que consuelan, que en muchos casos facilitan el tránsito, el duelo.

Es otro tipo de estresores cotidianos, pequeños, casi transparentes, los que producen los peores trastornos por su efecto acumulativo e intangible.
No crea que estos acontecimientos son todos negativos, las vacaciones, que al fin le devuelva la mirada la chica del pub, que lo asciendan en el trabajo, etc., tienen también ese potencial efecto desestabilizador. Es posible que no pasen de 1.0 en la escala Ritchter, una pequeña explosión allá al fondo, en las glándulas que descansan sobre los riñones, pero es el insidioso proceso de unos sobre otros el que puede treaerle aquí delante, a esa silla fresa ilusión al otro lado de la mesa.

- Estoy mal, pero no entiendo por qué: tengo trabajo, una familia estupenda, salud,…


El estrés es más un proceso interactivo, en el que usted es parte activa, que simplemente un estímulo (un jefe desquiciado) o una respuesta (elevación de la tensión arterial, irascibilidad,..). Pero claro, si no localiza la causa, o si apunta en la dirección equivicada, no podrá actuar sobre los agentes potencialmente estresantes o realizar actividades que le permitan compensar la situación, o bien, cuando sea posible, modificar el contexto. No siempre somos conscientes de que es esa pléyade de liliputienses que nos están dando patadas insustanciales en los tobillos la causante del tormento, por lo que es posible que acabemos autoadministrándonos una dosis extra de sufrimiento buscando causas más trascendentes y gulliverianas.
Existe, por otra parte, una creciente intolerancia al malestar, a las contrariedades. Algo que parecería una conspiración de los distintos colegios de psicología para no quedarnos sin trabajo, pero que en realidad estamos empeñados en construir entre todos porque sabemos que cuanto más insatisfechos estemos más ipad vamos a comprar.
Cada vez que escucho a un adolescente con trastorno tipo "nolopuedosoportartitis" recuerdo la voz en off de la película “Delicatessen” desgranando aquello que le gusta y lo que no:

“Me gusta… no me gustan las barbas sin bigote,.. no me gusta la gota que sube…”

viernes, 9 de abril de 2010

Con la ayuda de Dios



Un amigo suele decirme: “Dios cura y tú cobras la minuta”. Se ve que lo leyó alguna vez y le hizo mucha gracia y como tiene mala memoria me lo repite con insistente asiduidad.
No es que uno no se encomiende a Dios ante algunos casos implorando que le acuda rápido una solución a la cabeza, pero claro, tener a Dios y a tus pacientes dando vuelta por las neuronas al mismo tiempo no parece lo más aconsejable durante una sesión.

No, nunca llegué a incorporar a Dios a la plantilla, pero sí a otro factor común que viene a tener el mismo poder ubicuo que Él.

En su libro “Las capacidades de la familia. Tiempo, caos y proceso”, Ausloos comenta que al cambiar de consulta y tener que atender a muchos más pacientes se vio en la obligación de pasar de citas semanales a citas quincenales. Estaba preocupado porque la sobrecarga le impedía atender a sus pacientes tal y como lo había hecho hasta entonces, teniendo en cuenta además, que es lo que aconsejan los manuales al uso para un buen número de trastornos.
Para su sorpresa, el resultado fue muy similar, no había diferencias significativas, a pesar de la disminución del número de citas.

Algunos pacientes me piden que les de más tiempo y a otros les aterra tener dos o tres semanas por delante sin apoyo terapéutico. El tiempo como aliado o el tiempo como enemigo. En realidad, de lo único que se trata es de qué hago durante. Cuando el paciente entiende que la solución está en la consulta, el transcurrir de las horas le resultará amenazador porque no sabrá cómo manejar lo que le pudiera ocurrir, o más bien, porque cree que tiene que hacer algo con lo que le ocurra. Ignora, probablemente porque no conoce a mi amigo, que en realidad basta con encomendarse al Grandísimo y pagarme a mí.

Mi amigo no confía en la medicina ni en la psicología, ni siquiera en Diós, pero sí en el efecto que tiene el tiempo sobre toda célula que se mueva en alguna dirección. Ahí tiene una certeza científica irrefutable: “Algo pasará”, sentencia.

Dice que sus momentos de felicidad y de recuperación de la misma están más relacionados con la dolce far niente que con cualquier otra receta. En el fondo es un nihilista egodistónico, pero no dejo de reconocer que el respiro que te da el tiempo, cuando estás perdido entre la maraña sintomatológica de la familia que tienes enfrente produce un honda sensación de alivio.