martes, 30 de marzo de 2010

Fobia social: los demás como amenaza




Piense un momento, por favor, y conteste: ¿Cómo cree usted que lo ven los demás?

Está en una discoteca y comienza a sonar esa canción que la empuja a la pista. ¿Podrá más el impulso de sus pies o su temor a que el jurado que está acodado en la barra le saque un 3 de nota media cuando la vea bailar?

En realidad, las situaciones sociales son bastante ambiguas, así que puede permitirse colorearlas según sus propias creencias y llegar a partir de ahí a cualquier conclusión.

Desde hace años mantengo una conversación de sobremesa permanente con unos amigos. Ellos sostienen que el ser humano es egoísta por naturaleza y yo lo contrario. Es un tema interesante, pero lo que importa ahora es cómo afecta, en su propio comportamiento, la forma en que ellos ven a los demás.

Las personas que sufren fobia social tienen un miedo desproporcionado a ser el foco de atención, no tanto porque todo el mundo las mire, sino, según creen, a las evaluaciones negativas que se van a derivar de esa observación. Desde esta perspectiva, los demás son siempre potencialmente amenazantes. Podría decirse que se crea una especie de conflicto entre el deseo de mostrarse estupendísimo de la muerte y la inseguridad absoluta para conseguirlo.

- Pensarán que soy estúpido.
- ¿Y qué?

El “¿y qué?” fastidioso. ¿Por qué tendrían los demás que pensar que somos pluscuamperfectos? ¿Cómo podría usted estar seguro de que se comportará de la manera que espera que lo haga el grupo? ¿Hay alguien en su entorno a quien no haya criticado nadie? ¿Y qué?

Visto desde fuera, lo que más llama la atención es el poder que otorgan estas personas a los demás. El miedo a ser observado y evaluado determina sus pasos diarios. Uno se pregunta: ¿serán los demás con él/ella tan duros como ellos lo son consigo mismos?.

- Si digo algo mal y me equivoco, pensarán que soy tonto.

En realidad quiere decir: “Creo que… si digo algo mal y me equivoco, pensarán que soy tonto”. La única evidencia es lo que ellos mismos creen. Lo demás es incierto. En todo caso, incontrolable y posiblemente poco trascendente.
- Si yo me equivoco, tartamudeo o me quedo un momento pensando,.. ¿pensará usted: vaya terapeuta más tonto?
- Ah, no, no, claro que no.
Es una doble vara de medir: "yo soy condescendiente; los demás no"

Cuando un pensamiento va acompañado de una importante carga emocional se convierte en algo completamente fidedigno, evidente.

- Intentamos sobrevivir y para eso los demás son una constante amenaza. No te puedes descuidar – me dice mi amiga.
- Tiene que ser muy aburrido ir siempre con la espalda pegada a la pared –le respondo.

Al fin y al cabo, qué más da que le dé argumentos sobre el contenido social de la supervivencia o sobre esta o aquella investigación. Me vale con pensar en las consecuencias que tendría para mi propia vida ese tipo de creencias. Seguramente habrá alguien que esté dispuesto a hacer de Bruto en su vida, pero es muy probable que haya muchas más dispuestas a ayudarle a restañar la herida.

lunes, 8 de marzo de 2010

La culpa fue de los Bee Gees



Con el depresor aplastando la lengua el otorrino no hacía más que susurrar:

- Mmmmm.

Yo iba acumulando tensión física en la mandíbula y en el corazón. Mientras él hacía de psicoanalista. Una vez acabada la exploración volvió a su silla.

- Ese tono suyo…. y esa faringitis… crónica…Tiene una faringitis crónica. ¿Habla usted mucho?
- Sí. Básicamente es la forma en que me gano la vida. Hablando.
- Pues seguramente por eso tiene la faringitis y regularmente le aparecerá, ¿no?
- Sí, más o menos. Pero no creo que sea de hablar mucho. La culpa la tienen los Bee Gees.


Bueno, concretamente de “Stayin' Alive”.



No sé si me equivocaré mucho, pero probablemente usted pase más tiempo buscando las causas de sus males, que las de su bienestar. Cuando estamos espléndidos no buscamos causas, ni escribimos poesía. Vivimos, sin más.

Recuerdo estar tumbado boca arriba sobre el cesped, hace muchos años, un día de vacaciones en Semana Santa. Miraba un cielo con esponjosas manchitas blancas: “Esto es la felicidad”. Algo tan intangible, tan inasible, tan perecedero. Montarse en una nube, como Heidi, sin preguntarle siquiera al abuelito que sustancia lo había hecho posible.

Antes de que hablara por los codos dentro y fuera de la consulta era un chico tímido e introvertido. Algunos de los amigos de la pandilla ligaban como descosidos en la época en la que ligar ere el fin principal de nuestras existencias. John (Travolta) acabó por abrirnos los ojos a los exhortados. El cine era mi principal fuente de inspiración y conocimiento, de forma que dejé a un lado el punteo simulado de "Smoke on the Water" sobre el pantalón acampanado de cuadros escoceses y me pasé al bando de lo hortera sin contemplaciones. Era tan negado para bailar como lo había sido para estar hablando de cosas intrascendentes el tiempo necesario para que algo en forma de promesa nocturna cuajara de la conversación. Imitaba aún peor el falsete de los Bee Gees que los pasos de Tony Manero. Mi tono era incluso más repudiable, pero afortunadamente, apagado, como mi vergüenza, por los watios de los megaaltavoces de la disco. Aquella fiebre duró lo suficiente como para que mi garganta se desgarrara definitivamente, pero no lo bastante como para acabar de impresionar a las que se suponía que debía transmitir algo.

Puestos a elegir un momento y una causa, señalo sin pudor aquella. Es lejana en el tiempo y además tiene poco que ver con nada que pueda hacer ahora por remediarlo. De esta forma me puedo dedicar a lo que sea, sin tener que pasar tiempo pensando en cómo, por qué y cuándo podré recuperar lo irrecuperable.

Como podrá comprobar, en cuanto Heidi empezó a preguntarse por las causas de su felicidad su vida se convirtió en un desastre.
Viva. Tiene canon, pero merece la pena.