miércoles, 1 de octubre de 2008

¿Qué te pasa?

Nos ganamos el pan con la comunicación. Esta es nuestra herramienta. Todo lo demás son derivados. Tengo firmado por su autor (Paul Watzlawick, que es mucho más simpático de lo que era Albert Ellis, del que ya hablé), el libro "Teoría de la Comunicación". Lo leí y lo releí, porque me parecía sumamente interesante el cambio de perspectiva que me aportaba. En realidad, era como cambiar el útil de trabajo, igual función pero más eficacia.

Aparte del medio, la comunicación es frecuentemente objeto de nuestra terapia.

Mi camino preferido para facilitar la comunicación es el contacto físico. Cuando se racionalizan las causas por las que se ha llegado a esta situación de 90% de divagaciones y 10% de charla insustancial, se encuentran motivos que conducen a consecuencias desastrosas. "¿Por qué no me habla mi marido?". Si cruzo los brazos sobre mi incipiente barriga y espero que se responda a sí misma, el panorama empezará a ser desolador.

Razonamos peor de lo que creemos, así que por el mero hecho de ir colocando una conjetura detrás de otra concluimos que todo es inmaculadamente cierto. Ergo, gracias, Aristóteles.

"Cuando se enfada, mi mujer deja de hablarme". En realidad no deja de hablarle, le está diciendo: "Entérate, sigo enfadada". Llevan 20 años casados, pero él sigue preguntándole: "¿Te pasa algo?". "¡¡Nada, no me pasa n-a-d-a!!".

Con el transcurrir del tiempo se deterioran todas las formas de comunicación si no son revisadas. Este no es un axioma de Watzlawick y los de Palo Alto, pero lo vemos día sí y otro también. Buena parte de las transacciones son tácitas. Todo se sobreentiende, las cosas dejan de hacerse explícitas. "Él tendría que saberlo, por qué he de decírselo". Nos vamos atrincherando sobre esas verdades mentales a base de repetírnoslas. "Con ella no se puede hablar". El televisor y los niños dando botes en el sofá facilitan la conciliación familiar mucho más que todas las medidas tomadas y por tomar.

La segunda cosa que más hago en la consulta es dibujar. Siempre lo estoy transformando todo en dibujos. El cerebro, el sistema límbico, la curva de Gauss -que lo explica todo en el mundo-,... y también, por supuesto los anillos olímpicos que utilizo para mostrar el modelo ideal de relaciones. En este modelo, dos anillas se entrecruzan, y en el centro de ambas está el espacio de crecimiento común, de compartir y también de comunicación. Cuando se estrecha tanto, tanto, lo que queda es sólo lo que yo soy, no lo que somos. El resto de cosas que se incluyen en ese huequecito central dependen fundamentalmente de que nos sentemos a hablar sobre ello, así que con este panorama si no fuera por Gran Hermano, ya me dirán.

"Hace tres meses que prácticamente no nos hablamos mi marido y yo". Escucho las explicaciones. "¿Desea usted (ya saben), la vía rápida o la lenta?", pregunto. "La rápida, si es posible".

Mejorar el clima familiar pasa necesariamente por creer que se puede, lógicamente, pero incluso con dudas, si somos capaces de romper esa barrera física que nos impone nuestro pensamiento, el resto es mucho más fácil. Podríamos estar sesiones y sesiones, individuales, de pareja o familiares, intentando que mejore el diálogo intra-familiar. Seguramente lo conseguiríamos. Lo otro es más obvio y fácil. ¡Bendita Gestalt que acude en ayuda de los necesitados!.

Te pueden apuñalar en un abrazo, ya lo vimos con Bruto ("¡Tú también, Bruto, hijo mío!!"). Pero de los abrazos afloran recuerdos de corte filogenético, infalibles, créame.

El trabajo duro viene después.





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