miércoles, 27 de agosto de 2008

Abstenerse hipocondríacos












En primer lugar me gustaría advertirle para que no siga leyendo si usted es un hipocondríaco, o si su terapeuta le ha dicho que tiene problemas con algo como la teoría de la mente, o, simplificando, si no le gustan Los Simpsoms.


Estamos charlando animadamente a la luz de unas cervezas y ella, de pronto, me dice: "Pensarás de mí que.... (generalmente algo malo)". "Pues sí, justamente es lo que estaba pensando". Es sorprendente el grado de autoconocimiento que tiene todo el mundo. Es verdad, estamos constantemente analizando el comportamiento de los demás, para qué vamos a relajarnos. Si usted quiere jugar a este mismo -divertido- juego, podría darle algunas pistas a ver si se sitúa en algún grupo de los siguientes.

Si usted es de los que se sientan en la puerta más cercana a la de salida y antes que nada analiza por dónde escapar en caso de necesidad, estará intentando salir de la agorafobia o estará entrando en ella, es posible que haya sufrido algún que otro ataque de ansiedad en un sitio similar. Tome todas las medidas posibles y más. Los psicólogos necesitamos pacientes, no lo olvide.

Si en el restaurante, sin embargo, -si se atreve a ir- se sienta de espaldas a la puerta, alejado y si es posible sin levantar la vista de la sopa, a lo suyo vamos a llamarlo fobia social, para qué queremos más pruebas.

Si desgraciadamente es humano y experimenta sensaciones corporales de las que a los demás nos pasan inadvertidas, y observar cómo evolucionan es su entretenimiento preferido, sufre de ansiedad, seguramente de trastorno de pánico.

Recurramos a Freud. Si se da porrazos por las esquinas de su casa, por ejemplo, cabezazos con la campana extractora de la cocina, -mejor que no lea esto su mujer- usted se está autocastigando y ya sabrá por qué.

Si necesita un auditorio, que le aplaudan, ajustar la imagen real con la que tiene idealizada y se queja constantemente de que nadie le hace caso, ¿no será un poco narcisista?

Si no es capaz de decirme el nombre de una persona de su amplio grupo a la que usted le caíga lilgeramente mal, probablementes sufra mucho con los conflictos sociales y los evita como yo el chill out. Lo podríamos llamar necesidad de aprobación.

Si tiene la misma facilidad para engañar a los demás que para engañarse a sí mismo, el peligro que más le va a acechar serán las adicciones. Entrenando puede llegar a perder el contacto con la realidad.
Si no es capaz de regular sus emociones, anote el número de tfno siguiente (el de ese colega que me envía los casos más terribles).

Si cuando está muy, muy, muy nerviosa las manos están muy, muy, muy calentitas, vaya el endocrino y luego me cuenta.

Si llama con la clave de teléfono oculto (por cierto, ¿cómo se hace?), usted tiene muy mala imagen de los demás, igual es una proyección (¡ya volvemos con Freud, vaya!).

Usted llega a la discoteca, se lanza a la pista vacía y comienza a moverse como Travolta, aunque estén poniendo hip hop. "Cómo me admiran". Es usted un histriónico, sáquele partido.

Comienza todo pero no termina nada, ha cambiado tres o cuatro veces de trabajo y arrastra dos divorcios y varias relaciones que acabaron antes de la vicaría. Tiene un motorcito que traduce en actividades y actividades y para poco en casa. La hiperactividad es crónica, no se acaba en la adolescencia. Su esposa debería haberlo sabido.

Usted ha ido al psicólogo y éste, imprudentemente y para lucirse, le ha dicho que sufre un trastorno de personalidad tipo límite. Su madre sabrá ahora por qué tiene la sensación de que la guerra va a comenzar en el momento más inesperado. Tranquilo, vea mucho cine oriental. En cualquier caso, tenemos a Linehan.

Si cuando le digo que su pareja se queja de que no habla me responde: "¿y de qué voy a hablar?", es usted un hombre, eso no se puede arreglar en terapia, lo siento.


















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