sábado, 11 de octubre de 2008

Paula


Les pregunté: "¿Qué nombre te pongo en el blog?", "Paula", se apresuró a contestar su hermana.
Bien, Paula llegó este año a la consulta. Su madre comenzó a contarme todas las cosas que le pasaban. Tenía problemas en el instituto, en su casa, con su madre, con su padre, con su hermana, con el novio de su hermana, con sus amigas,.. O sea, pensé, tiene el síndrome del dedo roto, del que ya he hablado ("Doctor, estoy destrozado porque me toque donde me toque me duele"). Tampoco quería ponerse el corsé para su problema de espalda. Todo era una batalla.
Luego entró Paula. Hasta aquí la historia era la habitual. Como siempre, me dio razones pormenorizadas para cada uno de sus comportamientos. Y como siempre, también, en todos los razonamientos, el responsable era la otra parte (maestra, padre, madre, hermana,..). Su lógica era impecable, más las premisas podían cuestionarse sin esfuerzo.
Lo diferente, no obstante, era que Paula no se sentía bien. Quería "arreglar las cosas". Así que estaba dispuesta a escuchar alternativas que le proporcionaran una vida un poco más tranquila en cada ámbito.

Reconozco que soy un optimista integral, -¿qué otra actitud podría tener un psicólogo?-, así que a los diez minutos de conversación, más que ver los problemas, veía la capacidad que poseía Paula. Era una especie de Will Hunting. Es cierto que buena parte de sus argumentos eran egocéntricos, pero establecía relaciones causales, hablaba sobre lo que ocurría, escuchaba las preguntas y las contestaba. Nos centramos en cómo solucionar cosas, más que en quién tenía o no razón. Unas tareas para casa y hasta la siguiente.

Dos sesiones después, la madre vino contando un episodio muy desagradable para ellos (y también para Paula, claro). Una agria discusión -que diría aquél- familiar. Paula reacciona muy mal a las exigencias, y su padre suele demandar las cosas de una manera determinada lo que provoca un choque en el que nadie acaba ganando. Las relaciones entre ambos están viciadas por la forma, más que por cualquier otra cosa. Ninguno de los dos parece darse cuenta de que cambiando las formas, el acercamiento sería mucho más factible..
Hice entrar a la hermana, que se encontraba en la sala de espera. Todas venían nuevamente cargadas de razones. Los esfuerzos y los avances parecían haberse esfumado. Cundía el desánimo.

Bueno, una de nuestras tareas es desde luego, proporcionar esperanza, centrarse en lo que funciona, enseñar a tolerar las frustraciones,.. Reencuadré la situación: ¡Afortunadamente había aparecido esta crisis!. Así podemos trabajar sobre un hecho concreto todos juntos. Analizamos las veces que se habían dado situaciones semejantes, el papel que cada uno asume, el tremendismo y la lucha por un papel dentro de la familia,...
Retomamos el camino.

Paula fue cambiaba sus métodos de estudio. Ejercía un mayor autocontrol emocional. En las clases no respondía brúscamente cuando se le indicaba algo. En casa estaba mucho mejor. Es decir, todo avanzaba adecuadamente, a pesar de algún que otro sobresalto.

Prácticamente toda la famlia está implicada en el cambio de Paula. Ahora, las alianzas son más naturales. Ella y su hermana comienzan a tener su espacio de intimidad. Se protegen mutuamente, en lugar de estar deseando que alguna hiciera algo para echarle encima el peso de la ley familiar.
Y así, asumiendo cada uno individualmente una función y una forma de actuar ante cada conflicto, centrándose en cómo conseguir pequeños logros en todos los ámbitos, han ido transcurriendo las semanas. Llegó el verano e hicimos una parada.

Esta última cita venían todos muy contentos. Paula había conseguido un 8 y un 9 en dos asignaturas-coco y en casa el comportamiento era completamente diferente. Trae puesto el corsé que sólo se quita los viernes por la noche para salir.
Siempre les pregunto cómo logran esos cambios y no siempre obtengo una respuesta satisfactoria. Paula me dijo: "Me controlo".

Hace un año, aproximadamente, mientras luchaba con mi presbicia por adivinar el precio de una etiqueta en una tienda de ropa, un chico se me acercó:"¿Me conoces?", me dijo con una sonrisa. "Pues... no, la verdad", "Soy ...". Vaya, no lo reconocí. Aquel patito feo que luchaba a brazo partido contra todos en el colegio, era ahora un príncipito alto y apuesto. No lo veía desde hacía unos ocho años, que estuvo en la consulta. Ahora estaba terminando una carrera: ¡¡psicología!!. Me pareció muy maduro y hablando con seguridad. En pocos minutos me describió lo que había sido de su vida en este tiempo. Me quedé allí oyéndolo con la boca abierta. Orgulloso y emocionado a partes iguales. Nos dimos un abrazo y nos despedimos.

Cuando escuché a Paula contarme los cambios recordé a este chico. Ella también tiene esa capacidad y a mí me encanta ver nacer la semillita a ras de la maceta, intuyendo ya la flor que a poco que reguemos florecerá.

¡Enhorabuena, Paula!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Felicidades a Paula porque por fín se está desprendiendo de esa armadura que no le permitía la comunicación con aquellas personas con las que estoy segura ella deseaba estar en buena sintonia.

Anónimo dijo...

Parece que estás describiendo a mi hijo, de 14 años, solo que a el le nombro la palabra psicologo y me dice que me vaya a la porra, que el no esta loco. Yo estoy loca buscando por internet a ver si encuentro algo que me ayude, he visto esta pagina de psicologia y por un lado me ha alegrado por esa familia y por otro me da una pena muy grande no poder hacer mas de lo que estoy haciendo. El caso es que por una parte creo que tengo la culpa yo porque todo el mundo me dice que soy muy blanda. Yo que se. Perdona por la parrafada pero ya no sabe una ni con quien hablar.
Por cierto, me llamo Juana.
Sigue asi, Paula,hija, que no sabes lo que te lo agradecera ut famlia.