miércoles, 12 de agosto de 2009

El zurrón del muerto



Miró al muerto. Tenía unos enormes y extrañados ojos azules abiertos. El soldado se los cerró sin expresar la menor emoción. Luego, con la misma indolencia, alcanzó el zurrón y miró en su interior. Algunas latas, una navaja suiza y ¡un par de libros!. Uno de ellos lo tengo ahora entre mis manos. Se trata de un tomo de las obras de Shakespeare, una preciosa edición inglesa forrada en piel. Le faltaban varias páginas de determinados sonetos y estaba lleno de anotaciones marginales que relacionaban los textos con otra persona. El soldado, entonces, comenzó a llorar.

Hace unos años, pocos días después de su muerte, un familiar me entregó varios libros suyos, entre los que se encontraba este y otros libros de poesía, fundamentalmente de simbolistas franceses. Recuerdo haberme puesto a hojearlos y llevarme la sorpresa de que allí donde yo había conocido hojas mutiladas o poemas recortados, se encontraban ahora, restituidos, los originales.

Una paciente, llamémosla Laura, lleva un tiempo intentando remontar una pérdida. Demasiado, desde un punto de vista psicológico. El duelo se ha prolongado como si más que un tránsito fuera un fin. Un día me llevé uno de aquellos libros rehechos a la consulta y se lo enseñé. Luego le conté la historia.

Aquellos poemas habían sido enviados por correo. Todos le fueron devueltos. Él no encontraba mejor forma de expresar lo que sentía. Unas largas y extensas cartas repletas de razones y argumentos no hubieran sido capaces de recoger las emociones como aquellos versos escritos a la sazón un siglo atrás para otro receptor anónimo.

El soldado enviaba hojas con poemas al amante. Por la misma vía, le llegaba la respuesta: el silencio, la renuncia, el olvido.
Cuando leía, traducía. Buscaba y encontraba. Para su desgracia, cada recuerdo, cada escena, cada sentimiento se le presentaba debajo de cada verso.

Laura ha creado un mundo alrededor de su dolor. Todo lo que ocurre, todo lo que los demás hacen o intentan hacer, encuentran un sentido dentro de su universo. La esperanza la retuerce de dolor y ella no quiere renunciar al dolor, mientras el dolor signifique recuerdo.

En aquella trinchera de fuego, el soldado creyó reconocer a otro amante despechado. Se vio a sí mismo. Un día, muchos años después, comenzó a restañar las heridas causadas a los libros. Para él ya era tarde, para ti, Laura no.

4 comentarios:

Leonor dijo...

Hoooola, Juan. ¿Qué tal las vaca?
Dile a Laura que cuando se libere se lo va a pasar chupi piruli, que se lo dice una que ya lo superó.

¡¡¡Pero a mí no me enseñaste el libro ese!!! No hay derechooooo.

Bueno, me alegro de verte otra vez a pleno rendimiento.
Un besooo.
Lena

Lady Jones dijo...

HOLA DESDE MR. JONES COUNTRY DE NUEVO! ¿puedo decir una palabrota y así explicarme? Una de las Ladys de mi mundo, tras una ruptura difícil, se hundió, cayó al fango y decidió rebozarse en él, rebozarse en mierda, y rodeada de ella se sentía bien, porque ese lodo eran sus recuerdos más puros, los buenos y... LOS MALOS. Grabó cintas escuchándose llorar y lamentar su pérdida, dándose lástima y quejándose de su vida... y un día, de repente, tras haber dado la vuelta a todas las fotos de su habitación en las cuales había una sonrisa, salió a correr y con el sudor, se esfumaron sus dolores y el fango empezó a derretirse y a caer...y ella a renacer.
Espero Laura pueda correr pronto cual Forrest Gump.
Un beso

Walden dijo...

Hoooolaaa, Lena. Las vacaciones estupendas. He leído a todos los suecos y suecas, he visto todas las pelis pendientes y he cocinado menos de lo esperado (todo no iba a ser perfecto).
A ti no te enseñé el libro, es cierto. Si nos vemos otra vez en el mismo trance podrás hojearlo y tocar sus cicatrices, es muy reconfortante.
Un abrazo.

Walden dijo...

Hola, Lady. Le pasaré a Laura Forrest Gump a ver si correr la purifica igualmente. De todas formas, tengo que decirte que desde lo que cuento en el post, Laura está reconstruyendo su "librito" particular, ya veremos en qué acaba.
¿Cómo le va ahora a tu Lady?
Un saludo.