viernes, 4 de febrero de 2011

El punto crítico





Cuando le pedía que parara ya de llorar, compungida, mi hija Ana me decía entre sollozos entrecortados:, “… es que… no puedo… parar… papá”. Yo la comprendía perfectamente. De hecho, básicamente mi trabajo terapéutico consiste en enseñarle a las personas a identificar el punto después del cual ya no vale ser master practitioner en psicología, el no hay marcha atrás.

Un viejo chiste es bastante explícito a este respecto:

Una pareja se encuentra haciendo el amor en el campo. Como mejor acomodo habían encontrado uno de los travesaños de la vía del tren. En un momento dado ella ve una luz al fondo y gritando le dice a su pareja:

- ¡¡Pepe, Pepe, que viene el tren!!

A lo que él, sin detenerse en su tarea responde:

- Pues que pare el que pueda.

Simplifiquemos. Imagine que hay dos motivos básicos para sufrir:

Motivo a: que le estén metiendo un dedo en el ojo

Motivo b: que crea que le van a meter un dedo en el ojo, que recuerde aquella vez que le metieron un dedo en el ojo.

En el primero es posible que pueda defenderse. Para protegerse del segundo es imprescindible que se de cuenta de que no hay nadie metiéndole el dedo en el ojo en ese momento. Le parecerá una obviedad, pero, créame, una parte importante del sufrimiento humano está relacionado con esto último. La razón es ingobernable simplemente porque nos cuesta Dios y ayuda cambiar nuestra forma de ver las cosas, cambiar nuestras creencias. Be water, dice Bruce Lee. Leches. Be tronco. I am un tronco. Tenemos mucho más de “troncos” que de “juncos”.

Sabiendo esto y que las personas cercanas a mi paciente de turno ya habrán intentado esta vía infructuosamente durante bastante tiempo, me dedico mucho más a la de las emociones.

Como sabrá por su experiencia cinematográfica, cambiar emociones es bastante menos complejo. Está al alcance de cualquiera. Si ve a alguien histérico con que le de un buen tortazo con la palma abierta de par en par será suficiente.

Recuerdo hace poco, tenía un niño en la consulta que no paraba de reírse de todos los presentes, incluidos naturalmente los padres, que venían agobiados en busca de una solución rápida que les ayudara a cambiar el comportamiento disruptivo de su hijo, a quien cómo única información posible le había sacado que era un adicto a Bob Esponja.

En medio del apuro familiar de pronto pegué un grito:

- ¡¡Bob Esponja se ha casado de nuevo!!.,

Cogí el teléfono y comencé a contárselo a viva voz a mi otro supuesto paciente friki. En ese momento el niño detuvo su desternillamiento, me miró fijamente y empezó a preguntarme quién era la afortunada novia. Ese día no cambié nada sustancialmente en el niño, pero el resto de la consulta lo pasamos charlando animadamente de Bob.

Suelo dar recetas para cambios emocionales urgentes, pero en con este post sólo quiero que sepa que hay un momento en el que mis sabios consejos no le servirán de utilidad y que entonces tendrá que hacer uso de mis magníficos grafittis y de consignas básicas (bailar, abrazar, tomar el solito mientras pasea hablando sin parar,..). Cuando cruza el umbral su capacidad de raciocinio queda anulada. Algo así como cuando se le da al botón rojo ese que da comienzo a la guerra nuclear, ´(véase “Teléfono rojo, volamos hacia Moscú”). De forma que si quiere arreglar su problema va a tener que aprender a diferenciar entre el modelo a y el modelo b de sufrimiento, y sobre todo, necesitará ser capaz de localizar la línea que divide a ambos, el límite tras el cual perderá el control, el punto crítico.

6 comentarios:

MT dijo...

Querido Walden,
¡Qué difícil abrir los ojos cuando crees que el dedo viene a él!Casi lo ves venir, casi, casi...Y aún no estoy tuerta, pero una sigue cerrando los ojitos...es más cansado (y menos sano)que bailar, desde luego.Me ha encantado el post.Un beso

Pedro dijo...

Hola Walden! me ha recordado tu post una vez que soñé que me tatuaba en la muñeca P no es igual a R,curioso,creo que será porque solía visualizar esa imagen. Me gustó tu entrada.

Un saludo virtual.

Walden dijo...

Sí, ciertamente, cuando se intuye lo que creemos que va a pasar con tanta nitidez, es difícil no cerrar los ojos, con lo fácil que es.
Un beso MT.

Walden dijo...

jaja, está bien lo del tatuaje, Pedro. Mira que cuesta interiorizarlo, ¿verdad?. Es por eso, el tatuaje lo escribe uno con la corteza racional del cerebro, luego viene doña Petarda y ya no sabe uno ni dónde lo tatuó.

Un abrazo.

Irreverens dijo...

Creo que no suelo caer en eso. Creo.
:)

Aunque sí tengo un familiar cercano cuya actividad preferida suele ser la de imaginarse el dedo en el ojo.

Me ha encantado el chiste, por cierto, ¡jijijiji!

Raúl dijo...

Esto me dará que pensar...