viernes, 17 de agosto de 2012

Conviértase en activista


"La alternativa  al neoliberalismo es la conciencia"
José Saramago


El presente post aboga por participar activamente en los movimientos, acciones y actividades reivindicativas. No sólo es una cuestión de reclamación de derechos, libertades y justicia; también es una cuestión de salvaguardar nuestra salud mental, de poder sentirse integrante de algo que nos es común y que evita que nos alienemos cuando se nos arroja fuera de nuestro espacio de dignidad y pertenencia, al incierto mundo de los disponibles.

Buena parte de los tratamientos actuales en psicología incorporan una especie de módulo -del que ya he hablado en otros posts- que llamamos “psicoeducación”. La psicoeducación consiste básicamente en darle al paciente una explicación sobre su trastorno según los conocimientos científicos de los que disponemos. Los hilos que van desde "lo que me pasa" hasta "¿por qué me pasa?" no siempre son visibles. 

Tras explicarle a la persona en la primera o primeras consultas las verdaderas causas del problema  o del mantenimiento del mismo, suelen salir pletóricas: ¡Por fin sé por qué! Pero lo mismo que en política,  saber cuál es la causa no es suficiente para provocar el cambio. 

Cuando alguien se siente mal intenta buscar los motivos, dependiendo de cuáles crea que son, así actuará: Si piensa que la asfixia que está notando es una señal de que va a morirse, acudirá a urgencias; si lo atribuye a la hiperventilación, tomará una bolsa para respirar dentro.





Para “tener conciencia”, en términos sociales,  tenemos que acceder a información y ¿cómo se accede a dicha información si quien tiene que suministrarla es a quien menos interesa difundirla? Por ejemplo, para comprobar quién está detrás de los medios de comunicación puede consultar aquí (es llamativo que entre el accionariado del Grupo Prisa (El País y otros), se encuentre Goldman Sachs y Morgan Stanley, así como el grupo Santander).

La circulación de la información no está favorecida, más bien al contrario, por esos medios. Se realiza a sus espaldas. El sistema ha creado unas condiciones que favorecen la concentración de capital con una velocidad impensable en los últimos cuarenta o cincuenta años, pero al mismo tiempo,  ha posibilitado cauces para coordinar una lucha a unos niveles igualmente inimaginables hasta ahora. El surgimiento del movimiento 15-M permaneció oculto a los medios durante casi todo el proceso de su gestación. La realidad puso doscientas tiendas de campaña una noche en Sol y el sábado de la semana siguiente ya había miles. A los mass-media no les dio tiempo a otra cosa que no fuera recoger esos hechos, incluso con las tergiversaciones que  quisieron y que resultaron insuficientes para desmontar las simpatías despertadas.  


Que el incremento del nivel de conciencia no se traduzca en mayor nivel de revuelta social se debe básicamente a dos cosas, permítanme la simplificación:

  • a.       Una parte importante de la población todavía puede permitirse cierto nivel de miedo “paralizante” (posiblemente es cuestión de tiempo que no podamos permitirnos ya, ni siquiera, blandir la bandera mental del miedo)
  • b. La dispersión, cuando no el descrédito, de buena parte de las fuerzas movilizadoras.

Hasta ahora, una parte de la progresía en este país ha lavado sus conflictos internos en luchas de salón, porque es menos peligroso –incluso puede ser rentable- integrarse en batallas políticamente correctas, como la de cualquier minoría, que en una lucha frontal contra el sistema que genera no sólo la  marginación de esas minorías, sino también la depauperación y debilitamiento de la clase trabajadora. 

En la última manifestación me encontré con un conocido del PSOE. Le pregunté por qué no había banderas de su partido y me dijo que eso era muy antiguo (debe ser que ya sólo es moderno utilizarlas en los mítines propios). Grupos importantes de militantes que se arrogan la etiqueta de progresistas, y desde luego, mucho más sus dirigentes, tienen más miedo a las consecuencias imprevisibles de las manifestaciones y huelgas que a los recortes del gobierno,  ante los que su reacción más visible ha sido la de plantear un pacto de Estado para poder hacerlos más “indoloros”.

Pero la toma de conciencia no se adquiere sólo a través de la información, de hecho es la forma más lenta y dificultosa si queremos llegar a una mayoría significativa, sino a través de la acción y la acción va a llegar, aunque sólo sea porque ya no hay espacio detrás para huir.

 El paradigma de la toma de conciencia  era en mi juventud la novela de Gorki, “La madre” (de obligada relectura a mi entender). Los ejemplos de la participación en el movimiento 15-M  son ejemplos  más cercanos culturalmente, pero le traigo otro adecuado. En la película “La batalla de Seetle”, un policía tiene que cruzar la manifestación para hacer llegar gases pimienta y lacrimógenos  a sus compañeros antidisturbios. Mientras la cruza, un manifestante le pide que sujete una pancarta. Los gritos de protesta son coreados y él se ve impelido a proferirlos igualmente –y a poner cara de manifestatante-. En un momento dado se produce una carga policial y al compañero camuflado lo muelen a palos –como al resto, porque para golpear a un semejante que blande las manos vacías ante ti hay que cosificarlo-. Seguramente será una buena lección de empatía.


Hoy no sólo se puede fabricar unos zapatos en el sitio más barato del planeta y venderlos en el más caro, también podemos gritar en un pueblo recóndito y ser escuchados por millones de personas. Pero no será lo suficientemente eficaz para poder dar un giro a esta barbarie que va a transformar nuestro planeta en una versión azul de Marte, si no nos convertimos cada uno de nosotros en activistas, si no difundimos, debatimos y nos documentamos para tener argumentos, frente a los demás y ante nosotros mismos.

Hágame caso, no hay nada mejor para la conciencia que participar. Seguro que le sobran motivos.

Comenta Melanie Klein en su libro "La doctrina del caos", una anécdota incierta sobre Roosvelt, el presidente americano que cuenta aún con más simpatías en aquel país; según parece, cuando se reunía con los sindicatos y estos le pedían cambios, él  les contestaba, "Vale, ahora salid a la calle y obligadme a aplicarlos". Durante su mandato tuvieron lugar cientos de manifestaciones y huelgas y se produjeron avances significativos para las clases desfavorecidas y medias. En el documental del mismo título, Klein está dando una conferencia mientras cuenta esta anécdota, entonces pregunta a los asistentes si conocen el número de manifestaciones durante la etapa Obama. Nadie responde. Apenas una veintena, subraya la escritora.


Un ejemplo de lo que podemos difundir es este video de la activista canadiense Annie Leonard.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Voy un poco justa de tiempo para ver el vídeo, volveré luego, pero muy buena la entrada, me ha gustado mucho, y, uf, no sé cómo lo hace forges para ser tan demoledor con una simple viñeta, mientras el resto de mortales tenemos que escribir y escribir y escribir :)
Besos, que tengas muy buen fin de semana!

Ana dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Ana dijo...

Vuelvo a casa y me reencuentro con tu lucidez.
Ya he compartido el vídeo.
Besos.

Ana