jueves, 30 de agosto de 2012

Las tetas de la estanquera




La idea de que los síntomas  “neuróticos” que experimentamos son una muestra de conflictos internos más profundos sigue teniendo gran predicamento en el imaginario popular respecto a la psicología. Buena parte de las personas que acuden a la consulta intentan aclarar esa relación  que no son capaces de descifrar, labor para la que acude al psicólogo.  A mí, particularmente, se me da bien resolver enigmas, no ya tanto porque fuese parte integrante de la formación psicológica –que no lo es- , como porque soy un amante del cine negro y me cuesta poco vestirme de Marlowe. El cuerpo me pide entrar en el juego e intentar sacar a la superficie los traumas infantiles mediante largas sesiones de diván, pero me contengo. Tiene que ser por tener tan desgraciadamente desarrollado el  superyó.

La forma en que la psicología se coló en nuestras vidas está más ligada a la visión del diván y la asociación libre, propia del  psicoanálisis más ortodoxo, poco usado en la actualidad, que a lo que realmente hacemos en las consultas, pero sigue teniendo un peso importante, no porque se haya escuchado o leído sobre el tema tanto como porque las imágenes calan de forma más profunda que cualquier discurso verbal.

En el primer año de carrera me leí buena parte de la obra de Freud publicada en edición de bolsillo por Alianza Editorial. Sólo recuerdo divertirme con “Psicopatología de la vida cotidiana”, un manual que explicaba traduce como síntomas  determinados gestos cotidianos de nuestra vida, como por ejemplo, los lapsus, los olvidos,… tropezarse con la esquina de un mueble en tu casa o estar sacándose y metiéndose continuamente el anillo de casado en el dedo (conflicto de pareja a las puertas). Me resultó igual de útil que la lectura de la línea de las manos como tema de conversación para intentar ligar y aunque tienen la misma base científica –no hace falta que le diga cuál- debo confesar que me funcionaron afortunadamente mucho mejor que hablar de Sartre o Camus, que eran por aquel entonces mis lecturas obsesivas -aparte del Interviú, naturalmente.  Por ello, estoy en deuda con la psicología de las pulsiones y algunas veces, en conversaciones de bar, especialmente si me cuesta articular el discurso por el efecto de la cerveza sin alcohol, me dejo llevar por el psicoanálisis, que es probablemente la mejor de las terapias de barra de bar, bodas y bautizos que me he encontrado a lo largo de todos estos años.

Si lo pienso, no sé cómo no me convertí en psicoanalista teniendo en cuenta que he estado preso de las pulsiones –más  de la sexual que la de la muerte, tengo que confesarlo- prácticamente toda mi vida, con el pensamiento invadido continuamente por las macrotetas de la estanquera de Amarcord de Fellini: mi cerebro preadolescente, adolescente y postadolescente en lugar de dos hemisferios divididos por una cisura, consistíó hasta una edad tardía que no cito, en  dos tetas divididas por un canalillo. La reflexión, la edad, el maldito superyó, la cocina y las setas (¿serán las setas una sublimación de las tetas?), han conseguido diversificar mi pensamiento y ahora gano enormes cantidades de karma, que me acercan plácidamente al nirvana, ese espacio del postdeseo y postsufrimiento  que tiene tan buena prensa.

Pero como en tantas cosas en la vida, tuve que elegir entre la ciencia y lo que me pedía el cuerpo.  Seguramente me asaltaron dudas semejantes a las de Melanie Klein, una seguidora de Freud, que en lugar de investigar al niño desde el adulto tumbado en el diván, se puso a trabajar directamente con ellos. Su teoría  del “pecho bueno” (el que te llena de satisfacción) versus “pecho malo” (el que no está cuando lo necesitas) me resultaba interesante y estuvieron a punto de agregarme a la secta, pero el materialismo dialéctico ya me había reclutado por aquel entonces y lo que más se acercaba a esta visión del mundo dentro de la psicología era el conductismo radical.

Bien, seguramente a usted buena parte de estos términos le sonarán a chino, pero los apunto con el sano intento de mostrar que hay distintas formas de acercarse a la psicología, tanto por parte de los usuarios, como por parte de los profesionales, y que si usted va a un psicólogo  con la intención de que hurgue en su pasado para poder comprender lo que le ocurre en el presente, sin saber qué tipo de orientación tiene, puede llevarse la misma sorpresa que si entra en una farmacia a por tornillos.



Es absurdo negar que nuestra infancia nos marca, como ya he dicho, es más,  si yo hubiera descubierto antes las tetas en directo que a través del LIB, ahora no sería un pre-viejo-verde, sino un señor escoliótico y romántico con canas, pero al romanticismo llegué tarde. Sí, la infancia influye, marca, aún más si has sufrido un trauma terrible que te hace dudar sobre el orden natural de las cosas, pero el malestar lo vive ahora, bien porque el recuerdo de aquello lo trastorna; bien porque adoptó una serie de conductas que han sido disfuncionales y han acabado por traerle problemas de distinto tipo.
Podría decirse, recordando una de esas historias al uso, que sería como si el elefante fuera al psicólogo quejándose de que la cuerda a la que lo ató su amo en la infancia le impide realizarse, ser libre. Ese impedimento es más mental que real; bastaría con que diera un tirón, pero el paquidermo sigue empeñado en librarse de una cuerda que ya no existe, en lugar de poner todo su empeño en la que tiene al alcance de la mano, perdón, de las pezuñas.

Claro, me dirá usted, puedo disfrutar del presente, pero el pasado siempre está ahí, acechante, recordándome lo que ocurrió. Sí. Es lo que tiene el pegamento emocional de la memoria. O bien, que sigue haciendo su labor sorda de desgaste sin que sea capaz de traerlo a la consciencia.

Una paciente me comentaba que su familia estaba muy extrañada con su comportamiento reciente y que, aconsejada por ellos, quería volver a ser la persona previa a ese cambio. Una especie de: “Vengo a que me resetee a un estado anterior”. Esta mujer tenía la medalla nacional-familiar que se le da a las “niñas buenas y obedientes”. Había sido tan premiada en su infancia que  tuvo que arrastrar durante años con el rol de sumisa y un día, gracias al estrés de roles femenino, su paciencia estalló y empezó a gritar contra las injusticias cotidianas de cada casa, la tiranía de hijos, padres y esposo, y toda su familia empezó a decirle que fuera al psicólogo (se agradece el detalle), porque le estaba ocurriendo algo. Es muy probable que esa familia no vuelva a derivar a nadie más al psicólogo, vistos los resultados posteriores.

Concluyo: el pasado es la leche, pero es el pasado.

Concluyo de verdad: Ahora sabe lo que quiere, cómo le gustan las relaciones, las personas, el café y las posiciones de lo que quiera imaginarse; las miles de cosas intangibles que le pueden permitir disfrutar  porque no son tan perecederas como los objetos obsolescentes de los que nos rodeamos… Simplemente, hágalo.

17 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta la conclusión! :)

Ana dijo...

Genial.
¿Te he dicho ya que estuve psicoanalizándome con una junguiana durante tres años y tres meses? ¿Es normal, doctor?

Walden dijo...

Hola Rune. O sea, que el pasado es el pasado, jaja.
Un beso.

Walden dijo...

No, Ana, no me lo habías comentado. Parece que sobreviviste.
Tres años y tres meses es mucho tiempo de terapia.
Espero que te sirviera.

Un abrazo.

Ana dijo...

Me aligeró la cabeza y, sobre todo, el bolsillo. ¡¡Ja, ja!!
Bueno, no me arrepiento pero ahora lo haría de otra manera. Por ejemplo, con mi Walden de cabecera.
Besos.

Walden dijo...

jajaja, gracias. Cuando leo o escucho a las personas decir que están tanto tiempo con sesiones semanales, no sabes cómo me arrepiento de no haberme hecho psicoanalista.

Un beso.

Celia dijo...

Cuando fui por primera vez al psicologo. Hicimos una visita para explicarme como trabajan ellos y explicarles yo evidentemente porque iba (son un grupo con diferentes tipos de terapia)
yo le dije que no quería hacer psicoanálisis, que no quería remontarme a mi infancia para saber el porque de mis sentimientos o comportamiento(me parecía mucho tiempo y dinero quería algo mas practico)

Ella me vendió la moto de que no haríamos psicoanálisis, pero que necesitaba conocer datos de mi pasado y de mi familia... al final creo que hizo lo que quiso, porque hicimos bastante sesiones del tipo diván, hasta que saco de mi mi secreto mejor guardado. puntualmente hicimos ejercicios de relación, y de otros tipos como hablarme a celia pequeña y a la grande cambiando de silla..?¿? y también algo de hipnosis.
Lo que se es que valió muchísimo la pena.
No se si es normal hacerlo, pero creo que para según que casos lo mejor seria utilizar diferentes vertientes o técnicas.
Se que el pasado mejor dejarlo donde esta, pero no es más fácil para vosotros trabajar sabiendo algo de el?

Un abrazo.

Walden dijo...

Por supuesto, Celia, sería muy difícil trabajar si no. Como todos, yo también indago en aspectos del pasado que pudieran arrojar luz.

Las cosas que me cuentas, por ejemplo, se corresponden con técnicas de tipo gestalt, que enfatizan el aquí y ahora.

Yo también utilizo la hipnosis, pero básicamente como catalizador de otras técnicas, no como terapia en sí misma.

Por último, por muy ortodoxo que seas con respecto a tu orientación terapéutica, al final pillas de aquí y de allá cuando ves que no es suficiente, yo estoy permanentemente abierto a todo lo que veo, que muchas veces no son más que reinvenciones mucho mejor rentabilizadas.

Un besoabrazo.

Ana dijo...

Todavía te arrepentirás más cuando te diga que durante los primeros seis meses, más o menos, estuve yendo ¡¡dos veces por semana!!
¿Cómo te quedas?
Un abrazo.

Walden dijo...

Jajaja, desde luego. Qué poca puntería.

Irreverens dijo...

Querido Walden:

Me ha conmovido tanto tu mensaje en mi abandonado blog, que no he podido más que pasar a leerte y saludarte.
:)

Como siempre, me ha encantado tu entrada. Yo del pasado he aprendido a quedarme con lo que me gusta y me sirve. Por ejemplo: si una vez me atreví a empezar de cero, ¿por qué no ahora? Y así, todo.

No tengo intención de cerrar el blog definitivamente. Lo que pasa es que he tenido muchísimo trabajo y he dedicado mucho tiempo a buscar nuevos clientes en el extranjero (en un intento ya desesperado de poder cobrar una tarifa mínimamente decente).
A ver si el otoño, esa maravillosa estación llena de setas, me devuelve a mi faceta más recogida y recupero la escritura y/o el dibujo.

Un beso enorme.
:)

Melània dijo...

Hola Walden,
a veces tengo la sensación de que los buenos (psicólogos)son eclécticos, aunque en la facultad apuestan por especializarte, ¿qué opinas?
Besos

Walden dijo...

Ey, muchas gracias por pasarte. Te echo de menos, sí, espero que puedas volver con tus zanahorias en el otoño.
Espero que te vaya bien y eso te permita dedicarte un poco al otro lado de las cosas.

Un beso.

Walden dijo...

Hola Melània. Ese es un debate muy interesante. Aunque ahora leo mucha investigación, cuando comencé a estudiar dedicaba mucho más tiempo a ello. Una que me llamó poderosamente la atención -y seguramente me marcó bastante- tiene que ver con este tema. Hablaba sobre el peso del terapeuta en la terapia. Así que a partir de ahí mis lecturas tomaron otro rumbo, dando un peso importante a aquellos aspectos no estrictamente técnicos, porque la técnica es algo que dominas en relativamente poco tiempo, sino en algo similar al marketing.
Bueno, esto es muy largo para una respuesta aquí, igual habría que desarrollarlo en un post.
Sobre lo que dices, concretamente, creo que es bueno tener una orientación definida, algo que te permita analizar las cosas desde un punto de vista que te creas firmemente, aunque luego seas capaz de aplicar otros conocimientos cuando la situación lo requiere, porque eso creo que al final lo hacemos todos.

Volveremos a hablar de esto seguramente.
Un abrazo.

La Maripili dijo...

Esa es la peli donde la dueña del estanco le coge al ladronzuelo joven y le dice: Chupa! y el niño se ahoga entre tanta teta y la tía le grita "pero chupa, so soples!" jo, si es esa, llevo toda la vida queriendo saber cómo se titulaba. Fue una de esas pelis que vi a escondidas de mis padres desde la puerta del pasillo. En realidad, tan sólo recuerdo ese momento.
Está claro que según la infancia que hayas tenido, así te comportas en el presente pero lo que no entiendo es por qué en ocasiones los psicólogos se empeñan en tratar un problema o un trauma de la infancia para solucionar un problema actual. Imagino que tiene que ser así, pero a mi me frustra y suelo dejar ese tipo de terapias.
Me alegro mucho de que esa paciente de la que hablas, haya hecho caso a su familia y haya ido al psicólogo, seguro que ahora es más feliz.

La Maripili dijo...

Lo siento, el seguimiento de comentarios...

Walden dijo...

Hola Maripili, pues no, no tiene que ser así. No necesariamente el pasado tiene que ser el centro de la terapia. Normalmente nos centramos en el presente, pero también he de decirte que muchas personas asocian su situación actual a algún acontecimiento del pasado y quieren abordarlo. Depende de qué orientación tenga el terapeuta las cosas irán por un lado u otro.

Un saludo.